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Un cambio sutil: los primeros pasos de Cristina
Mariano Grondona.Domingo 21 de noviembre de 2010
En el principio fue la intolerancia. Las primeras bandas que poblaron la Tierra la necesitaban para guerrear contra los animales salvajes y contra otras bandas que, como ellas, pugnaban por subsistir. Intolerantes "hacia afuera" para lidiar contra sus enemigos naturales y humanos, los primitivos jefes guerreros también necesitaron ser intolerantes "hacia adentro", hacia sus propios subordinados, porque no podían darse el lujo de permitir disensos capaces de debilitar al grupo en su dramática lucha por la existencia. El empeño primordial de la intolerancia es derrotar al enemigo. Pero hubo numerosas situaciones a lo largo de la historia en las que los dos bandos en pugna no consiguieron derrotarse. Desde la guerra civil entre los patricios y los plebeyos en la antigua Roma hasta los cruentos combates entre los unitarios y los federales al comenzar nuestra vida independiente, una y otra vez los siglos contemplaron el "empate" entre dos facciones que, pese a odiarse, no conseguían aniquilarse. Fue entonces cuando irrumpió la lucidez de aquellos que, ya se llamaran Cicerón entre los antiguos y Alberdi o Urquiza entre nosotros, advirtieron que lo peor ya no era la subsistencia del otro bando sino la incesante puja entre ambos bandos. Así, ante el agotamiento de la intolerancia, advino al fin la tolerancia que, si no consistió al principio en "amar" al enemigo sino sólo en "soportarlo" como un "mal menor" preferible al "mal mayor" de la lucha inacabable, terminó por desembocar en el diálogo que hoy caracteriza a las democracias avanzadas.
Al igual que los peronistas y los antiperonistas en los años cincuenta y que los Montoneros y los militares en los años setenta, Néstor Kirchner encarnó en los años dos mil la exacerbación de la intolerancia, una regresión al primitivismo que tentaba a sus opositores a caer también ellos en un extremo antikirchnerismo. Kirchner y aquellos a quienes él consideraba sus enemigos vivieron entonces al borde de ese exceso que es el maniqueísmo, a consecuencia del cual cada uno de los bandos en pugna cree tener el monopolio del bien, adjudicándole a su enemigo el monopolio del mal. La pregunta que ahora se cierne sobre nosotros, por lo tanto, es si Cristina Kirchner prolongará o no prolongará el maniqueísmo de su antecesor.
 
La bofetada
Los datos que nos trae la nueva realidad son, por ahora, contradictorios. El áspero debate en torno de la ley del presupuesto, con el torpe intento del oficialismo de seducir, de "comprar", a los legisladores más vulnerables de la oposición, no ayudaron a calmar los ánimos. Contra este síntoma incompatible con los procedimientos democráticos habría que enumerar, empero, otras señales de signo opuesto. La primera de ellas es el fracaso de los improvisados émulos de Kirchner en el empeño de continuar a su desaparecido conductor. El escándalo de la ofensiva oficial en el Cámara de Diputados confirmó algo obvio: que Aníbal Fernández no es Néstor Kirchner. ¿O se cree que Kirchner no "apretaba" a sus opositores? Lo que pasa es que Kirchner hacía bien el mal, de modo tal que su mezcla única de tentaciones y amenazas pasaba casi desapercibida, en tanto que, al pretender emularlo, el jefe de Gabinete se probó una camisa demasiado grande. Si el método de Kirchner era único, irrepetible, la primera conclusión que hay que sacar del papelón de Fernández es que ya nadie podrá imitar a su malogrado jefe.
La segunda señal de una posible convivencia provino, a su vez, de una suma de dichos emitidos por la propia Presidenta. Después de dos años de ausencia, concurrió anteayer a la reunión de los industriales en Costa Salguero para pronunciar allí un discurso conciliador que mereció calurosos aplausos de esos mismos asistentes a quienes la pareja de los Kirchner había decidido castigar mediante la propuesta de la participación sindical en el manejo de sus empresas como retribución por la inasistencia de los empresarios al discurso incendiario contra los medios independientes y Papel Prensa que había pronunciado, junto a Kirchner, la propia Presidenta.
En Costa Salguero, Cristina, que venía de tener un flamante gesto de humanidad al acudir junto con Scioli a abrazar a Vanesa cuando ésta se había salvado de un drama "chileno" en un pozo de Florencio Varela, tuvo elogios antes ausentes a la competitividad y a la propiedad privada, principios atribuidos hasta ayer al odiado "neoliberalismo". Y si la sonora bofetada que le propinó en el recinto la diputada Graciela Camaño al diputado Carlos Kunkel resultó censurable por evidentes razones formales, tampoco hay que olvidar que Kunkel fue el mentor ideológico de Néstor Kirchner y que, cuando reiteró otra de sus constantes agresiones a los opositores en el Congreso, Camaño le puso un brusco límite a su desenfreno. ¿Se diluye en nuestro escenario político, entonces, el miedo que inspiraban Kirchner y sus incondicionales? Al comentar la bofetada de Camaño, en fin, la Presidenta pronunció otras palabras de concordia cuando dijo que "hay que respetar a todos, aun a aquellos que nos pegan".
La intransigencia
Otras señales recientes nos previenen, empero, contra un prematuro optimismo. La ministra de Defensa Nilda Garré, "ultrakirchnerista" como Kunkel, viene de vetar el ascenso de diez oficiales de probados méritos nada más que por la portación de apellidos del pasado. La propia Presidenta ordenó a sus diputados no ceder "ni una coma" en el proyecto oficial del presupuesto. ¿Es ésta, todavía, una muestra de "intolerancia"? Aquellos empeñados en buscar salidas a favor de la convivencia podrían argumentar, sin embargo, que más que una muestra de intolerancia esta orden presidencial podría ser evaluada solamente como un signo de intransigencia.
Mientras el intolerante procura aniquilar a su adversario, el intransigente sólo aspira a mantenerse obstinadamente en su proyecto. La intransigencia perturba la flexibilidad que caracteriza a las repúblicas democráticas, pero aun así no equivale a la intolerancia. Si ésta es un "pecado mortal" que hiere gravemente a la democracia, la intransigencia es apenas un "pecado venial" contra ella. Un pecado que no quieren cometer ahora los radicales en el recinto en torno del presupuesto. En otra de sus recientes intervenciones, la Presidenta ha advertido que la democracia exige negociaciones. Algunos pensarán que Cristina, al pronunciar estas palabras, sólo quería debilitar las críticas de aquellos que subrayan las gruesas imperfecciones del proyecto oficial de presupuesto, pero también es posible aventurar que, al elogiar el espíritu de negociación, Cristina procuraba inaugurar un nuevo estilo político.
Si Cristina no ha ascendido todavía a la altura de la tolerancia, ¿podríamos sostener al menos que se está posicionando en la otra altura, "menor", de la intransigencia? ¿Podría admitirse que la intransigencia, por venir después de la intolerancia, implica un progreso? Para perseguir este objetivo "intermedio", Cristina podría tener en cuenta que sólo si ahuyenta la lucha total que supone la intolerancia, podría beneficiarse con el poderoso "viento de cola" económico" que nos favorece y aspirar a competir al menos en igualdad de condiciones con la oposición en las elecciones presidenciales del año próximo a sabiendas de que, por haber cesado ya la negra perspectiva de las alternancias conyugales indefinidas que compartía con su esposo, recién ahora su nueva perspectiva sería institucionalmente compatible con el espíritu republicano de nuestra Constitución

El incierto camino hacia las urnas
 Las dudas de una oposición dispersa
Santiago Kovadloff / Para LA NACION 19.11.0
Abundan las dudas en buena parte del electorado que, a partir de 2011, querría ver en el gobierno a una figura de la oposición. Están los que admiten que Ricardo Alfonsín podría llegar a ser el candidato adecuado. Sin embargo, son ellos también quienes estiman que algo hay en él que no termina de convocar al porvenir con la contundencia necesaria. Esa confianza, proponen muchos simpatizantes del radicalismo, la despiertan la firmeza y el rigor de Ernesto Sanz. Pero se descree que prospere su proyección hacia la candidatura indispensable. Pocos lo conocen fuera del escenario restringido de la política y es escaso el tiempo que resta para imponer su nombre donde se lo ignora.
Se oye decir en otros ámbitos que Eduardo Duhalde es el hombre apropiado para conducir el Estado en esta hora de acentuada turbulencia. Pero esta convicción abunda donde, a la vez, se reconoce que el ex presidente no despierta el fervor popular imprescindible.
De Carlos Reutemann esperan, todos los que en él confían, el gesto que lo instale entre los aspirantes al sillón de Rivadavia. Pero temen, simultáneamente, que acaso nunca se decida a dar el paso con el que sueñan.
Que Elisa Carrió se ha impuesto como la opositora éticamente más estricta del tiempo desmadrado que nos toca es algo fuera de discusión para mucha de la gente que charla sobre estas cosas sin pertenecer al riñón de la política. Pero es esa misma gente la que considera que su personalidad, signada por la suficiencia y las predicciones enigmáticas, la condena a un liderazgo sin futuro presidencial.
En lo referente a Mauricio Macri, circulan dos versiones contradictorias. Se admite por una parte que su popularidad se robustece a medida que se deja atrás la Capital Federal para ingresar al interior. Y se tiene a la vez la impresión de que, difícilmente, convergerán en el respaldo a su figura las fuerzas que puedan garantizarle suficiente sustento político.
No son éstas ciertamente sino opiniones y, como tales, parciales y discutibles. Hay, no obstante, algo atendible en ellas, así como lo hay en otras por el estilo aquí no transcriptas y que atañen a varios políticos más que integran el todavía difuso tropel de los opositores con voluntad de poder. Ellas expresan, me parece, la imposibilidad de hacer pie en una convicción sin que, al unísono, se deje de sentir la dudosa consistencia del suelo que se pisa. Algo hay en quienes inspiran tales inseguridades que vuelve, a esos políticos, inciertos, casi inasibles, más virtuales que reales. Acaso sea ésta, como me dijo el crítico Jorge Cruz, la hora de los tiempos condicionales y subjuntivos. Nada se sabe aún, todo se presume y la imperiosa necesidad de discernir el mañana confunde deseos con posibilidades. Cansado de todo lo que no le agrada, ese electorado opositor no sabe sin embargo qué consistencia real tiene lo que le atrae.
Por el momento, ninguno de los opositores ha construido un discurso simultáneamente sensato, vigoroso y unificador. Todos ellos parecen vivir ensimismados en la reivindicación de su propia figura. Persuadidos de que ser basta para convencer, se los ve inmersos en una especie de magma endogámico; se frotan las antenas como hormigas que buscan reconocerse y generar cercanías y distancias que no tienen, al final, sino la breve consistencia de la luz de un día. Falta persuasión en todo lo que se escucha y, porque falta, proliferan entre la gente las predilecciones tímidas, segmentadas y cambiantes.
Aun así, es sobre todo a esa dirigencia opositora desdibujada a la que se dirige la demanda popular mayoritaria. Es la transición incumplida hacia la democracia lo que denuncia la insatisfacción actual de ese electorado y no su inviabilidad como sistema político. No son las personalidades fuertes las que irritan a la gente sino las instituciones débiles.
A diferencia del electorado prooficialista, que es de bajo caudal pero compacto, el que se vuelca hacia la oposición es de mayor caudal pero disperso. Aquél contó con una gran cabeza en un cuerpo enjuto; éste cuenta con un cuerpo voluminoso pero acéfalo. El oficialismo construyó poder y lo hizo a cualquier precio. La oposición seguramente no procederá así, si llega al gobierno el año próximo. Pero la gran incógnita es si sabrá construir poder. Por ahora y al pronunciarse, los opositores no brindan signos de fortaleza ni demuestran aptitud para la interdependencia. Resultado: generan desconfianza y perplejidad. Los valores que invocan en sus manifestaciones públicas no reflejan acentos personales ni aparecen suficientemente enhebrados con los recaudos que se tomarán para darle el respaldo que requieren. Con raras excepciones, las generalidades en que incurren, inscriben a todos poco menos que en una masa indiferenciada. A la gente, no sólo le interesan las declaraciones de propósito. Quiere, además, que se le diga cómo pondrán a salvo el cumplimiento de sus programas de las asechanzas que previsiblemente se empeñarán en frustrarlos.
En el oficialismo, nadie a excepción de la Presidenta está en condiciones de hacer de su discurso, un recurso. Un recurso que, en su caso, no cesó de traducir a conceptos las iniciativas políticas de su esposo e infundir, a lo que él consideraba indispensable hacer, el barniz retórico que, con acierto o sin él, daba a conocer "el modelo". Esas iniciativas políticas ya no cuentan con un gestor omnímodo. Y habrá que ver si dispone de gestores parciales eficientes y dispuestos a ejecutar una labor orquestada y congruente. Si así no fuera, es posible que entre los hechos dispares producidos por el oficialismo y la intención de las palabras de la Presidenta comience a abrirse una brecha de incoherencia insalvable; la brecha nacida de una atomización que hasta ahora parecía afectar únicamente a la oposición.
En semejante marco y contra quienes pretenden negarlo, los jóvenes del país están mayoritariamente disconformes con la marcha que a los asuntos públicos le ha impreso el kirchnerismo. Más allá de los porteños que la integran, esa juventud reside, en alta medida, en las provincias, tanto en sus ciudades como en sus pueblos. Su perfil participativo cobró relieve en las manifestaciones campesinas del año 2008. Como destacó Eduardo Bunge, presidente de la Fundación Despertar, esos jóvenes van comprendiendo que "el futuro no es el ruralismo, sino la ruralidad, suma de ruralismo y comunidad". Ellos se saben herederos de generaciones que han fracasado en la administración del Estado. ¿Qué demandan a sus gobernantes venideros? Ante todo, reglas claras. Saben cuál es la dificultad central de la Argentina: entender cómo es el mundo que viene. Están persuadidos de que, para que el país progrese, debe haber algo que hoy no hay y que ha sido bien señalado por el ingeniero Fernando Vilella: una sólida correlación entre tecnología, organización e institucionalidad. A ninguno de esos jóvenes se les escapa ya que los sectores vulnerables y marginados son los que más sufren la falta de instituciones. Y que contar con instituciones significa aportar soluciones a lo público que puedan sostenerse en el tiempo. Están hartos de ver que, en los cargos del Estado, casi siempre y casi todo se reduce a administrar la pobreza, la ignorancia y el delito. Están hastiados de prácticas conservadoras camufladas de progresismo; de dirigentes espectrales y despóticos, de transgresiones impunes y palabras sin sustancia. No pide esa juventud que se la vuelva a llamar "maravillosa" ni que se le asigne un futuro convocándola a encarnar a los muertos. Quiere paz y quiere instituciones que aseguren la paz con su proceder equitativo y riguroso. Quiere sentido común, eficacia operativa en el marco de la ley. Quiere poner fin al maniqueísmo y disociar la confrontación indispensable de la agresividad innecesaria. Está atenta, está expectante, está disconforme. Sabe lo que quiere y no quiere lo que hay. ¿Qué lección de madurez creíble puede extraer de una dirigencia política patéticamente dividida entre quienes consideran a sus adversarios como traidores a la patria y quienes, postulándose como voceros de la convivencia, no hacen otra cosa que expulsarse entre sí de la mesa del diálogo?

Illia en pijamas
Por Alfredo Leuco (Columna radial 15/11/10)
    El sábado, en su glorioso recital, Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal. Una madrugada su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían que hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo. El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama, se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No sé si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.
    A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche. Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre. El teatro se llenó de lágrimas. Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación. Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquél hombre sencillo y patriota. Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.
    Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.
    Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno. Hoy todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.
    Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno. El Producto Bruto Interno (PBI) en 1964 creció el 10,3% y en 1965 el 9,1%. “Tasas chinas”, diríamos ahora. En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1%. Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363. Parece de otro planeta. Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso. El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2% de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto.
    Le doy un dato mas: el voto en blanco rozó el 20% y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso. Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan del lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad. Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos. Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su historica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera. Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy mas facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo. Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones. Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros. El lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno.
    Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones. Nunca mas un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó. Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política. Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo. Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos.
    A Don Arturo Umberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días. Porque hacía sin robar. Porque se fue del gobierno mucho mas pobre de lo que entró y eso que entró pobre. Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo. Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia. Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno. Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo:
    - Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.
    Y mi viejo tuvo razón. Mucha tragedia le esperaba a este bendito país. Yo tenía 11 años pero todavía recuerdo su cabeza blanca, su frente alta y su conciencia limpia

  Señal de ruptura entre generaciones 
Por Santiago Kovadloff / Para LA NACION
.Jueves 18 de noviembre de 2010
No es un fenómeno exclusivamente argentino. En el mundo contemporáneo la ruptura entre generaciones ha comprometido no sólo la transmisión de viejos valores, sino incluso la comunicación. Los indicios de este fenómeno pueden ubicarse en Europa, en los Estados Unidos o en América latina, indistintamente.
Es difícil ya discernir cuál es la deuda que los hijos han contraído con los padres y de qué modo conciben éstos el vínculo dialógico con sus hijos. Creo que es en el marco de esta profunda disonancia intergeneracional que corresponde ubicar el tema de los valores patrios.
Al fracasar la transmisión del alcance personal que revisten esos símbolos, la necesidad de contar con fuentes de identificación hace que tanto adultos como jóvenes busquen símbolos sucedáneos o sustitutivos de aquellos que han caído en una relativa o total intrascendencia.
Nadie puede pretender que el fervor por la camiseta nacional de fútbol no revista intensidad, pero es innegable que ese fervor opera con carácter prácticamente excluyente. Los símbolos tradicionales de identidad nacional han perdido verosimilitud en la vivencia de los niños y aun de los jóvenes, más allá del campo deportivo. Y la han perdido porque la transmisión de los mismos no cuenta con un fondo vivencial auténtico y profundo en quienes como adultos tienen la responsabilidad de comunicarlos.
De modo que centralizaría en esta crisis educativa el centro del conflicto que pone de manifiesto la encuesta llevada a cabo.
La opacidad del alcance significativo de los símbolos patrios es correlativa de un momento en el cual la significación de la identidad nacional, en el caso argentino, refleja las grietas que fragmentan la vida cívica, la vida política y la inscripción dentro del sistema social por parte de un número más que considerable de argentinos.
Remontar esta situación exige planificación, pero antes convicción acerca de lo que, planificado, puede contribuir a fortalecer la identidad en un plano espiritualmente más elevado.

Los límites de la investigación legislativa
Joaquín Morales Solá / / LA NACION .Miércoles 17 de noviembre de 2010
La constitucionalista María Angélica Gelli nunca imaginó, quizá, que su teoría sobre la inmunidad parlamentaria sería tan leída entre legisladores. ¿Qué dice Gelli en esos escritos preexistentes? Sostiene que una cámara legislativa puede ordenar arrestos en el Congreso si comprobara que se vulneró la inmunidad colectiva del cuerpo. La Corte Suprema, con su anterior composición, no estuvo de acuerdo con Gelli, pero nada se sabe de lo que piensan los actuales miembros del máximo tribunal. "¿Se imaginan la detención de Julio De Vido ordenada por la Cámara de Diputados?", se preguntaban ayer, socarronamente, varios diputados opositores.
Sea como sea, lo cierto es que hasta esos extremos son explorados ahora por los diputados luego del escándalo desatado la semana pasada, cuando dos legisladoras anunciaron presiones para que cambiaran su voto o se fueran del recinto durante el tratamiento del proyecto de presupuesto. El decurso del proceso abierto dentro de la Cámara es escandalosamente imprevisible. La Comisión de Asuntos Constitucionales comenzará hoy a recibir los testimonios de las legisladoras que hicieron denuncias públicas; todos descartan que las sesiones de esa comisión se parecerán demasiado a una batahola continuada en sucesivos capítulos. Todos los diputados están habilitados para asistir y para opinar, aunque sólo podrán votar los que son miembros de la comisión.
Sin embargo, conviene separar la paja del trigo. Ni la Cámara ni la comisión están investigando el pago de coimas, aun cuando hubo muchos rumores de que se ofrecían 50.000 pesos por una oportuna deserción. Si eso se comprobara, el caso se convertiría en un delito de cohecho en grado de tentativa (¿quién confesaría que los recibió?) y debería ser investigado por la justicia federal. La denuncia sería, de todos modos, muy difícil de probar, porque siempre prevalecerá la presunción de inocencia ante un testimonio distinto de otro.
Lo que el cuerpo legislativo está investigando es si hubo, o no, una violación de la inmunidad colectiva de la Cámara por parte de miembros de otro poder del Estado y también de los propios legisladores. No necesita, para probar eso, que haya habido coimas; son suficientes las presiones a los legisladores para que cambien de posición durante la formal sesión del cuerpo, aunque haya habido promesas de fondos fiscales a provincias o municipios. Según los tratados jurídicos, existen inmunidades individuales y otras colectivas de un cuerpo parlamentario.
Las diputadas Elsa Alvarez y Cynthia Hotton plantearon cuestiones de privilegio individuales. Elisa Carrió planteó, en cambio, la sospecha de que se había violado la inmunidad colectiva del cuerpo mediante prácticas corruptas. Los trabajos jurídicos más prestigiosos sobre el tema señalan que la sola "perturbación" de un legislador durante una sesión habilita a la Cámara a disponer sanciones contra miembros del cuerpo o contra "terceros extraños" al cuerpo. No se trata de "privilegios", sino de "garantías de funcionamiento" de una Cámara legislativa, según la explicación de los juristas.
Los testimonios
La Comisión de Asuntos Constitucionales sólo sabrá si podrá avanzar en la investigación una vez que escuche a Alvarez, a Hotton y a Carrió, citadas para hoy. Alvarez podría decir que De Vido trató de hablar por teléfono con ella, pero que no pudo hacerlo porque la diputada colgó el teléfono antes de escuchar la voz del ministro. El testimonio de Hotton es clave porque su diálogo fue con otra diputada, importante en la Cámara, que le habría ofrecido nombramientos de personal y dádivas especiales como legisladora. La sanción podría recaer, en ese caso, sobre esa legisladora oficialista que ofreció lo que formalmente no podía dar. Nadie sabe si otros diputados se presentarán a declarar en el marco del planteo colectivo que hizo Carrió.
El escándalo que se abatió sobre el Congreso es también otro episodio en la saga de la pelea interna que se libra entre el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y De Vido. Si bien Fernández prefirió obrar en gran medida sobre gobernadores e intendentes (aunque también lo hizo sobre algún diputado), De Vido operó directamente sobre los legisladores que se encontraban reunidos. Como no los conoce, usó intermediarios para que llegaran a los teléfonos de esos legisladores. No es casual que uno de los intermediarios haya sido el secretario de la Lucha contra la Droga, José Granero, enfrentado con Fernández desde que el kirchnerismo existe. Granero fue el que llamó a Elsa Alvarez y trató de comunicarla con De Vido.
La Presidenta dijo ayer que la política debería dejar de demonizar la negociación y los acuerdos. Tiene razón. Pero ¿se refería a esos acuerdos furtivos de sus ministros, en la trastienda, o hablaba, en cambio, de negociaciones más amplias con los bloques opositores para consensuar un proyecto común de presupuesto? Esta variante es la que reclamó la oposición hasta ahora. Más aún: Cristina Kirchner ordenó que, por primera vez, el proyecto de presupuesto se aprobara a "libro cerrado". Ni su esposo tuvo nunca un presupuesto sin modificaciones parlamentarias.
Esa orden y la novedad de que el presidente de los diputados, el oficialista Eduardo Fellner, convocó a una sesión extraordinaria para hoy sin un nuevo despacho de comisión, como lo había ordenado la mayoría de la Cámara, provocan la aparición de una pregunta inevitable: ¿quiere el Gobierno un presupuesto nuevo para 2011 o prefiere quedarse con la prórroga del actual? El presupuesto vigente habilita al jefe de Gabinete a modificar el destino de los recursos fiscales. Nada le será impedido al gobierno federal, por lo tanto, en materia de dinero público.
La renovada e incipiente negociación con el Club de París fue un buen recurso para tender una cortina sobre el sainete del escándalo y, de paso, para colocarle un respirador artificial al ministro de Economía, Amado Boudou, después de que fuera varias veces vapuleado desde dentro del oficialismo. La estrategia duró apenas 24 horas. El Club de París está muy lejos y el escándalo estará, sobre todo a partir de hoy, dramáticamente cerca.

El imposible kirchnerismo sin Kirchner
Joaquín Morales Solá .Domingo 14 de noviembre de 2010
A matar o morir. A libro cerrado. A suerte y verdad. El repertorio de frases agitadas por el oficialismo en los últimos días corresponde a los tiempos del kirchnerismo con Kirchner. ¿Puede hacerse, en la administración práctica del Estado, kirchnerismo sin Kirchner? La primera experiencia ha dado una respuesta convincente: no. La propia presidenta usó algunas de esas metáforas ( a matar o morir , por ejemplo) para fulminar de un solo golpe una avanzada negociación en marcha entre oficialistas y opositores sobre el proyecto de presupuesto. Cristina no tomó nota de que su marido ya no está en la política , se desplomó uno de los principales negociadores del oficialismo. El presupuesto corre ahora una suerte insegura.
Los ministros pudieron alertarla de que las cosas no tenían destino empujadas por un capricho. No lo hicieron. Optaron, sin embargo, por competir entre ellos para cumplir con su voluntad. Los principales referentes oficialistas de la Cámara de Diputados quedaron, así, desautorizados. El borrador de acuerdo no era malo para el oficialismo y aseguraba, en principio, el tratamiento ordenado del presupuesto. La competencia de varios ministros los convirtió luego en vendedores ambulantes en el propio recinto. Nunca hubo tanta chapucería para conseguir la aprobación de una ley.
Una diputada recibió una invitación para viajar a China en la hora inverosímil de la 1 de la madrugada. Un muy alto dirigente de la Federación Agraria, otrora líder de la revuelta agraria, le pidió a un diputado del peronismo disidente que apoyara al Gobierno o que se fuera del recinto. Los diputados radicales de Corrientes, Río Negro y Catamarca abandonaron su bloque; esas provincias son gobernadas por mandatarios radicales, que recibieron un urgente pedido de ayuda del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Entró a funcionar lo que, no sin ironía, los políticos llaman la cuestión federal ; es decir, la negociación por el envío de dinero nacional a las provincias.
Un diputado del gobernador chubutense, Mario Das Neves, que milita en el peronismo disidente, abandonó la sesión. El diputado dijo que se iba porque lo estaban destrozando en Chubut en el trámite final de una interna partidaria. Das Neves alegó al día siguiente que el diputado había regresado a su provincia conmovido por un grave conflicto personal . ¿Interna o problema personal? Se sabe que Aníbal Fernández habló también con Das Neves. ¿Qué quieren para aprobar el presupuesto? ¿Qué piden? , fueron las preguntas más asiduas desde el oficialismo.
Hubo casos peores. A la diputada radical por Santa Cruz Elsa Alvarez la llamó un comprovinciano, el secretario de la Lucha contra la Droga, José Granero, para convencerla de que se fuera de la reunión. Intentó una vez y falló. En la segunda llamada, Granero le anunció a Alvarez que le pasaría el teléfono al ministro Julio De Vido. La diputada cortó antes de hablar con De Vido y cerró su teléfono móvil.
A un diputado por San Juan lo llamó el secretario de Minería de la Nación y lo comunicó con De Vido. Lo que quieras , le dijo el ministro, lacónico. De Vido fracasó de nuevo. A una diputada peronista disidente por Río Negro la llamó su jefe político y le dijo que había recibido un pedido del senador Miguel Pichetto, también rionegrino, para que ella se fuera. Se debía ir. La diputada resistió la presión. Un mensaje machista y amenazante de su jefe le llegó por teléfono: Piba, andate y pensá en el futuro . La diputada no se fue.
La diputada Cynthia Hotton, que no tiene otro partido que su fe evangélica, recibió pródigas promesas de una diputada importante del oficialismo, que controla decisivos mecanismos de la Cámara de Diputados. Cuatro diputados de Pro se fueron del recinto y dejaron a Federico Pinedo entre abrazos solidarios de varios colegas opositores. Mauricio Macri atribuyó esas ausencias en la sesión más clave del año a una interna en su bloque; otros diputados opositores señalaron que influyeron intereses vinculados con el mundo del juego. Macri será responsable , dispararon Felipe Solá y Elisa Carrió. Sea como sea, sus diputados no lo dejaron bien parado a Macri: sería una deserción grave si él la conocía de antemano, pero sería más grave aún si no la conocía.
También se metió en los teléfonos del recinto el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, pero lo hizo invocando la necesidad de que los peronistas disidentes no dejaran sin presupuesto a un gobierno peronista. ¿Legítimo? Un ministro no puede intentar cambiar el voto de los diputados dentro del recinto , bramó la titular de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Graciela Camaño. Camaño avanza en estas horas en la investigación; a su lado, no descartan que decida hacer una denuncia penal. Hay que dar un escarmiento definitivo , dijo otro miembro de esa comisión.
Carrió, Felipe Solá, Silvana Giudici, Patricia Bulllrich y Camaño son las cinco figuras que mueven la Cámara de Diputados. Algunos criticaron el estilo de Carrió para disciplinar a la oposición. Pero ¿se podía ser manso cuando varios ministros estaban provocando una fuga de diputados opositores? Kirchner hacía esto y mucho más, pero el método era prolijo. Todo estaba arreglado antes de la sesión , contó, decepcionado, un diputado oficialista.
Los radicales no se privaron ni de perpetrar un golpe de Estado en plena sesión. Eso es lo que hicieron los seguidores de Ricardo Alfonsín cuando notificaron a Oscar Aguad, esa misma tarde, que será reemplazado en la jefatura del bloque por Ricardo Gil Lavedra. Existía un acuerdo previo para que el propio Alfonsín sucediera a Aguad a partir de fin de año, pero Alfonsín desistió porque él es precandidato presidencial; su corriente insistió en el relevo de Aguad. Gil Lavedra tiene irreprochables antecedentes políticos y personales, pero su experiencia como diputado es muy corta: lleva sólo un año.
Una diputada radical por Córdoba, Silvia Storni, cambió su decisivo voto a favor de Aguad (aunque no lo dijo todavía), aparentemente inducida por su jefe político, Carlos Becerra, enfrentado con Aguad por un enredo cordobés. Storni se fue a Córdoba, estragada por las pasiones de la interna, y abandonó la crucial sesión por el presupuesto.
Los radicales no pudieron sustraerse a la antropofagia que aqueja a la política argentina. Descabezaron el bloque de diputados y amenazan con hacer una amplia e inexplicable depuración interna, en momentos en que la política argentina está más en el aire que en la tierra. Encima, desestabilizaron a Aguad, el candidato radical a gobernador de Córdoba. Nadie descarta una rectificación; todavía están a tiempo. Un grupo importante de senadores radicales quiere replicar en el Senado lo que sucedió en Diputados; los nombres de los senadores Juan Carlos Marino y Oscar Castillo suenen ahora para reemplazar a Gerardo Morales como jefe del bloque. La mancha de la sublevación se propaga.
El peronismo disidente recibió, justo entonces, una noticia fulminante: se fue Carlos Reutemann. No se fue por la interna peronista santafecina (que tiene su propia dinámica) ni por obra de un increíble e improbable ataque de kirchnerismo tardío. Reutemann nunca será kirchnerista ni tomó ninguna decisión nueva sobre su candidatura presidencial. Se fue porque se sintió maltratado por sus pares en la conducción del Peronismo Federal; cree también que la ansiedad opositora de ellos debería calmarse durante algunas semanas. Las fichas las debe mover ahora la Presidenta, y la verdad es que empezó mal , se oyó a su lado.
Reutemann, Solá y Das Neves son los dirigentes del peronismo disidente que ganaron claramente elecciones provinciales el año pasado. Uno se fue y los otros dos, Solá y Das Neves, están más cerca de la puerta que de la común mesa. La política argentina está, otra vez, girando en el vacío.
 
Después de Kirchner, las "sillas musicales" de los sobrevivientes
Mariano Grondona.Domingo 14 de noviembre de 2010
LA intervención de Néstor Kirchner en el proceso político fue tan intensa que los demás protagonistas se asoman todavía hoy, a diez y ocho días de su muerte, al borde del cráter que abrió su ausencia, como si una explosión nuclear hubiera dejado sin rumbo a los sobrevivientes. A estas alturas de los acontecimientos se tiene la impresión de que un misterioso gigante, desde el cielo según algunos y desde el infierno según otros, pateó el hormiguero en el que todos tratábamos de coexistir con diversos grados de incomodidad. Esta sensación general de desconcierto, que afecta a kirchneristas y no kirchneristas por igual, se despliega en círculos concéntricos que a todos envuelven, pero también presentimos que ellos serán pasajeros porque, una vez que transcurra algún tiempo, quizá poco tiempo, dejarán a la vista un nuevo paisaje enteramente distinto de aquel al que nos habíamos acostumbrado.
El primero de estos círculos concierne, por lo pronto, a la propia Presidenta. ¿Insistirá Cristina Kirchner en el exclusivismo y la agresividad que caracterizaron a su marido, o permitirá que se abran hendijas por las cuales podría filtrarse la tolerancia? Al monopolizar el luto que rodeó a Néstor Kirchner, excluyendo brutalmente a los opositores que intentaban acercarse a ella, al iniciar además la mitología de su canonización diciendo que siente a cada paso su espíritu junto a ella, al ordenar desde Corea a la bancada kirchnerista que no cediera un ápice en la propuesta oficial del presupuesto, al permitir que Aníbal Fernández, cual si fuera un nuevo Kirchner que no es, presionara indebidamente a algunos diputados de la oposición para lograr que votaran por el Gobierno o que se ausentaran al menos del Parlamento, Cristina pareció reanudar las tácticas de su esposo. Pero al alentar por otra parte una tregua entre los industriales y la CGT mediante la postergación del polémico proyecto de la participación sindical en el manejo de las empresas, que se había lanzado a su vez como un castigo a la ausencia de los empresarios en el acto de condena a los medios independientes de expresión que ella misma había presidido, Cristina dejó entrever un signo de moderación. Diríamos entonces que si en los primeros días del luto, la Presidenta ratificó el "exclusivismo" de su marido, no siguió por eso al pie de la letra sus reflejos de "agresividad". Lo que sí sabemos desde ahora es que, aunque lo quisiera, ella no podría retener en sus manos el poder omnipresente que ejercía Néstor, cuya hiperactividad es sencillamente inimitable.
El segundo círculo
Todos retenemos esa famosa observación de Bill Clinton: "Es la economía, estúpido". Al sectarizar al Frente para la Victoria como lo hizo, sin embargo, Néstor Kirchner se encaminaba hacia la formidable paradoja de que, pese al poderosísimo "viento de cola" económico que acompaña a la Argentina, la irritación política que el ex presidente generaba parecía prometer que la prosperidad económica que hoy nos envuelve podría traducirse pese a ello en una derrota política, ya no sólo frente al campo como en 2008 ni sólo en las elecciones parlamentarias como en 2009, sino también en las venideras elecciones presidenciales. ¿Evitará Cristina, ahora, este extraño destino? Si moderase a partir de ahora las agresiones de Néstor, ¿no podría acercarse a la victoria electoral que se alejaba de su marido? ¿Pero podrá la Presidenta, cuya cerrada ideología ha sido hasta ahora aún más aguda que la del propio Kirchner, asomarse a esta razonable posibilidad? Los mensajes que emitirá después de Corea, ¿podrían acercarla a este horizonte? ¿O insistirá en la constante de la sectarización porque el corsé de su proclamado "modelo" le prohíbe innovar?
El segundo círculo emitido por la "explosión nuclear" que generó la muerte de Kirchner afecta a la oposición. Mientras el radicalismo se atiene hasta ahora a su propio orden, quizás insuficiente, no podríamos decir lo mismo del peronismo federal. Sobre él, los fragmentos de la explosión siguen cayendo. El caso emblemático es aquí el de Carlos Reutemann, no sólo porque se alejó de su conducción sino también por su enigmática afirmación de que "hay que desensillar hasta que aclare". Algunos suponen que el santafecino sólo quiso reafirmar su independencia política, una singularidad que todavía podría proyectarlo, como quisiera Francisco de Narváez, a la candidatura presidencial en marzo. Otros advierten, en cambio, que si Reutemann sólo aspira a gobernar una vez más la provincia de Santa Fe, en ella su rival sería otro partido opositor, el Socialista de Binner, en tanto que el kirchnerismo de Agustín Rossi le quedaría más cerca, lo cual lo obligaría a moderarse ante el kirchnerismo nacional. La incertidumbre que acompaña al peronismo federal se agravó, además, con las recientes actitudes de Felipe Solá, un especialista en vaivenes, que no parece encontrar su exacto lugar en esa heterogénea formación que es, hoy, el peronismo no kirchnerista.
El tercer círculo
La lluvia ácida que está cayendo sobre la Argentina ulterior a Néstor Kirchner también dibuja un tercer círculo de indefiniciones que ya no alude a un partido en particular sino a nuestra entera sociedad. Es la actitud ambivalente que hemos adoptado los argentinos frente al dilema entre el estatismo y el capitalismo. En este sentido, ¿sólo fue Kirchner un anticapitalista aislado o la expresión más aguda de un estatismo generalizado? En los años ochenta, la Argentina parecía inclinarse por el estatismo. Pero el colapso de los servicios públicos en los tiempos finales de Raúl Alfonsín la llevó al extremo opuesto, el privatismo de Carlos Menem. Y decimos "privatismo" porque Menem, girando ciento ochenta grados desde el estatismo en crisis que recibía, no equilibró la energía del mercado con la disciplina del Estado como lo han venido haciendo los países exitosos de nuestro tiempo, sino que apuntó a un mercado sin Estado. Hoy, sin embargo, la balanza parece inclinarse otra vez al estatismo hasta mostrar ejemplos tan salientes como el estallido de Aerolíneas Argentinas y la apropiación de los ahorros de los jubilados a cargo de la Anses.
¿Es nuestro destino oscilar entonces cada diez años entre un capitalismo sin control y un estatismo sin medida? ¿Cuál es nuestra verdadera inclinación ideológica? Deseando de un lado los frutos del mercado, ¿nos sentimos al mismo tiempo atraídos por la visión estatista porque insistimos en prolongar la vieja inclinación centralista que ahuyenta tanto a los capitales privados como al federalismo y que en el fondo refleja un vago resentimiento contra los Estados Unidos, ese país del cual el nuestro soñó alguna vez en ser rival? ¿Cuál es, en suma, nuestra verdadera vocación económica? ¿Envidiar y culpar a los paíes de éxito a la inversa de nuestros vecinos - "Pepe" Mujica viene de decir que "la política argentina sólo engorda al Estado"- o pretender emularlos para aplicar sus fórmulas de progreso? Kirchner exageró el antagonismo frente al capitalismo de tipo occidental. Pero, al hacerlo, ¿estaba solo o procuró ponerse a la vanguardia de ese aislacionismo que le impide a la Argentina alinearse con las naciones de punta? Si entendemos por "kirchnerismo" no ya la herencia directa de Néstor Kirchner sino, además, esa larga constante de una Argentina que se expresa en la difusa vigencia de la izquierda y la centroizquierda y en la demonización de todo lo que tenga sabor a "derecha", ¿habrá en nuestro futuro, todavía, un kirchnerismo sin Kirchner?

  Una economía sin jefe 
Joaquín Morales Solá LA NACION
.Miércoles 10 de noviembre de 2010 |
El ministro del Interior, Florencio Randazzo, usó ayer un mal argumento para decir una verdad: hay inflación en el país. Sin querer o queriéndolo, quién lo sabe, enmendó así las recientes declaraciones de su colega de Economía, Amado Boudou, que había dicho que la inflación "no es tema" y que sólo afecta a los sectores de clase media alta. Además de plantear el general interrogante sobre qué será un tema para el ministro de Economía (la inseguridad y la inflación son las cuestiones que más preocupan a los argentinos), la segunda parte de sus declaraciones provocaron un verdadero escándalo. Derecha e izquierda le contestaron con los manuales más simples de economía: la inflación golpea a todos los sectores sociales, pero siempre hace los peores estragos entre los más pobres.
Tal vez hayan influido en ese jaleo verbal los orígenes de ambos ministros. Randazzo viene de la política, y un político no puede desconocer lo que ya saben las amas de casa y los almaceneros. Amado Boudou arribó en paracaídas a la cima de la política; su carrera la hizo a la sombra de una disciplina férrea hacia el que manda. "No sos como Boudou", le reprochó la Presidenta al ex canciller Jorge Taiana cuando le comunicó su inesperado final al frente de las relaciones exteriores. Ser como Boudou es acatar todo, y más también. Es imitar los peores métodos ofensivos del kirchnerismo.
El problema de fondo de la economía oficial es que se quedó, hace hoy 15 días, sin su jefe. Cristina Kirchner podía darse el lujo de tener a Boudou como ministro de Economía mientras en Olivos vivía su principal consejero y el árbitro final de cualquier disputa económica. Néstor Kirchner manejaba de hecho la economía hablando con Guillermo Moreno, multidisciplinario secretario de Comercio; con el secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa; con el ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, y con el propio Boudou.
La Presidenta, a su vez, tiene más formación en leyes que en economía, al revés exactamente del sedimento intelectual de su marido.
La política no chocó con la economía, sino con el amateurismo. No podría ser casual que el ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, Alejandro Arlía, haya coincidido en los hechos con Randazzo; Arlía aceptó ayer una "puja distributiva", que es, en última instancia, otro nombre de la inflación. Arlía negó que existiera una polémica sorda entre él y Boudou, pero lo cierto es que ellos dijeron dos cosas diferentes. Arlía explicó a su manera el fenómeno inflacionario, mientras que Boudou negó la existencia de la inflación. ¿Hay manera más elegante, para llamarlo así, de disentir?
Consumo alto
Randazzo y Arlía señalaron que existe un consumo alto en el país y pusieron el énfasis en las supuestas bondades del plan oficial. Culparon, uno más directo que el otro, a los empresarios por no invertir. Es cierto que existe un alto consumo aún en expansión y que la inversión corre, rezagada, detrás del consumo.
 
Desde que el mundo es mundo, la inflación se disparó siempre cuando la oferta fue menor que la demanda. Y existe otra comprobación histórica: las leyes de la economía no se cambian por obra exclusiva de la voluntad.
El conflicto irresuelto aparece cuando se analizan las causas de esa escasez en la inversión. Para la versión oficial, se trata de otra prueba de la avaricia de los empresarios.
Suponer, sin embargo, que los empresarios espolean la inflación es una adulteración del entendimiento: también a ellos los perjudica la anomalía inflacionaria.
La carencia de inversión tiene como fundamento la razón más expuesta en el interior y el exterior del país, y también en la oposición política de diverso pelaje: el kirchnerismo ha hecho muchas cosas en la economía, menos establecer las garantías necesarias que requiere la inversión.
Existen pruebas para esa aseveración. ¿Fue consecuencia de un cataclismo de la naturaleza, acaso, que la Argentina haya descendido al sexto puesto entre los países de América latina que recibieron inversión externa directa durante los años de mayor crecimiento de la economía nacional en el último medio siglo? La Argentina es la tercera economía latinoamericana, después de Brasil y México, pero no pudo lograr que le reconocieran ese lugar en el mundo de la inversión.
Según economistas privados, la inflación se disparó fundamentalmente en los alimentos, hasta llegar a un 40 por ciento en algunas semanas últimas. El propio Indec aceptó que ese rubro fue el más perjudicado por la suba de precios, aunque difiere en el porcentaje del aumento. Esa constatación, certificada por oficialistas y privados, es la más poderosa refutación a la afirmación del ministro Boudou, salvo que el ministro considere que los pobres no compran alimentos.
El índice gremial
La otra prueba de la inflación son los aumentos salariales que consiguieron muchos gremios. Algunos superaron ampliamente el 30 por ciento anual. ¿Alguien consentiría esa magnitud de incrementos salariales si la inflación no existiera?
Una consecuencia de esos aumentos es que, sin duda, se trasladan a los precios. Si el Gobierno no ha confundido a los empresarios con abnegadas damas de beneficencia, debería aceptar que ésa es otra ley inmodificable de la economía.
El último problema, pero no el menos importante, es el manejo del Banco Central. Corresponde preguntarse por qué estas tasas de inflación no sucedieron durante la gestión de Alfonso Prat-Gay y de buena parte de la de Martín Redrado. Ellos tuvieron, ciertamente, un control mucho más independiente de la emisión monetaria que la actual presidenta del Banco, Mercedes Marcó del Pont; aquéllos se fijaron, además, pautas inflacionarias para disponer de los recursos de la entidad monetaria. La emisión monetaria es un componente esencial de la inflación, según los manuales de economía que Boudou olvidó o no leyó.
Lo cierto es que, aun cuando eligió un camino equivocado, Randazzo se fue acercando a la verdad. La pregunta que no tiene respuesta es quién se hará cargo de la economía cuando el ministro del rubro es capaz de hacer gala de tanta inopia intelectual.

Murió Massera
 Ambición sin medida 
Joaquín Morales Solá
LA NACION
.Martes 9 de noviembre de 2010 |
Emilio Massera creyó, en su época de esplendor en el poder, que la construcción política podía incluir hasta el crimen. Confundió las malas artes de una represión política, ya ilegítima, con los intereses privados o con la conveniencia política personal. Al final de su carrera en el poder, hasta se convenció de que volvería a la cima política elevado por los votos de la sociedad. ¿Cómo sucedería eso? Sencillo para él: conseguiría que el peronismo (o una parte de ese partido) lo apoyara y que la viuda de Perón le trasladara su todavía poderoso liderazgo en los primeros años 80.
Tuvo una relación rara con María Estela Martínez de Perón. Nadie conspiró tanto como él para tumbarla de la Presidencia y nadie, tampoco, la cortejó tanto luego para que ella le dejara la conducción del peronismo. La viuda de Perón hoy no es nadie en la política argentina, pero fue mucho hasta la aparición de la renovación peronista, en 1987. Fue mucho más todavía cuando se advirtieron, entre 1980 y 1981, los primeros síntomas del final de la dictadura. El peronismo, que se creía predestinado a ganar todas las elecciones, revoloteaba en torno de ella como si fuera una reina en el exilio. También algunos militares, incluido Massera.
La ambición presidencial de Massera era una utopía sin medidas, sobre todo si debía pasar por elecciones, pero ese proyecto define también, de algún modo, la dimensión de su audacia. La única gran victoria de la vida de Massera fue la de haberse convertido en una figura determinante de la dictadura desde la conducción de la Armada, que nunca tuvo la importancia ni la influencia del Ejército. Contribuyó a pergeñar el plan de represión de los grupos insurgentes de los años 70, que incluyó la desaparición, la tortura y el asesinato de personas. De su imaginación surgió la idea, también, de convertir la Escuela de Mecánica de la Armada (la conocida ESMA) en un centro clandestino de detención y, al mismo tiempo, de reclutamiento de guerrilleros arrepentidos.
Con esos nuevos aliados, intentó tender un puente con la conducción en el exilio de Montoneros, quizás para trabar acuerdos electorales. Nunca se supo fehacientemente si fue cierto que se reunió en París con Mario Firmenich, el entonces todopoderoso líder del grupo subversivo filoperonista. Lo cierto es que en el camino perdió la vida, asesinada, la diplomática Elena Holmberg, que habría comprobado ese encuentro e informado al gobierno militar. Se necesitaba una audacia sin límites, o una sensación infinita de impunidad, para llegar a tanto en los años más oscuros de la última dictadura.
Por cuestiones más prosaicas terminó vinculado a la muerte del empresario Fernando Branca, que no tenía ninguna filiación guerrillera, pero sí una fortuna. En medio de su disputa política con el Ejército, se le atribuyó también el asesinato del embajador en Venezuela Héctor Hidalgo Solá, un radical que hacía esfuerzos por moderar el régimen y buscar una salida democrática. Todo eso indica que el crimen era para Massera una herramienta política más amplia que la ya repudiable represión ilegal de los grupos que se habían levantado en armas contra el Estado, aún en tiempos de un gobierno democrático.
Massera fue un caudillo militar de la Armada como no hubo otro, salvo Isaac Rojas en la época del derrocamiento de Perón, en 1955. Una amplia generación de oficiales marineros no habían tenido tanto poder nunca como el que les dio Massera. Hasta se dio el lujo de quebrar políticamente al elefantiásico Ejército de aquellos tiempos. Se llevó con él a generales tan importantes como el entonces comandante del I Cuerpo de Ejército, Guillermo Suárez Mason, y el comandante del III Cuerpo, Luciano Benjamín Menéndez, que lideraban el ala más dura de los militares.
 
Audacia y ambición
La literatura política de la época pone especial énfasis sobre "duros" y "blandos" entre los uniformados. Supuestamente, los "señores de la guerra", Massera y Suárez Mason, comandaban la vertiente más dura, mientras que Jorge Rafael Videla y Roberto Viola mandaban sobre la franja más moderada. Si fue así, la historia no exculpa a los "blandos": ningún exceso fue evitado por nadie y ninguno pudo frenar la dinámica del régimen; además, tanto Videla como Viola se fueron del poder por otras razones, no por sus disputas con los "duros". Lo único que distinguía a Massera del resto era la audacia y el tamaño de su ambición, que rebasaba el período militar e intentó incrustarse, sin suerte, en la posterior vida democrática.
Massera formó parte de la historia de la empresa Papel Prensa, porque nunca quiso que el Estado autorizara la compra de esa empresa a la familia Graiver por parte de los diarios LA NACION, Clarín y La Razón . Consideraba que el gobierno militar debía hacerse cargo de esa empresa productora de papel para diarios, porque de esa manera intervendría en la distribución del principal insumo de los medios gráficos. Era la forma ideal de controlar lo que quedaba, muy condicionado por cierto, del periodismo independiente en el país.
Según él, a la dictadura le bastaba con sustraerle la papelera a la perseguida familia Graiver, como había hecho como muchos otros bienes de los herederos de David Graiver. Dos figuras periodísticas de esa época, extrañamente acusadas ahora por el gobierno kirchnerista, debieron vivir un largo período bajo amenaza de muerte. La guillotina de la brutal amenaza, que en esos tiempos podía terminar abruptamente con la vida de cualquiera, cayó sobre las máximas autoridades de LA NACION y de Clarín . Los militares tampoco aceptaban que una operación privada los tuviera como meros espectadores.
Massera perteneció a una época en que la vida no valía nada. Fue la expresión despiadada de una respuesta ya demencial a un desafío al Estado por parte de grupos armados, que también cultivaron el crimen como una forma de construcción política. Las prácticas asesinas de unos y otros no son equiparables por muchas razones. Pero vale la pena tener en cuenta ambas tragedias, la de la subversión y la de la represión, para apreciar el amplio significado -no sólo el electoral- del sistema democrático recuperado hace casi 27 años.
El Pais en el remolino de los sentimientos
Mariano Grondona para lanacion.com 7.11.10
A partir de la muerte de Néstor Kirchner, al país lo cruzan tres sentimientos encontrados: la simpatía por el dolor presidencial, la reactivación de la juventud kirchnerista y la perplejidad de la oposición.
Estas fuertes corrientes emocionales no coinciden entre ellas y no serán, además, necesariamente duraderas. Gran parte de los argentinos, ya sean kirchneristas o no kirchneristas, acompañan a la Presidenta en su dolor. A este sentimiento ampliamente compartido contribuyó la sobriedad de la propia viuda de Kirchner, quien así vino a corroborar aquella advertencia de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales según la cual, cuando alguien padece la pérdida de un ser querido, necesita "bajar" la expresión de su estado de ánimo a la altura de lo que son capaces de sentir los demás para que éstos, "subiendo" a su vez el nivel de sus propios sentimientos, se encuentren con el deudo en un nivel intermedio de comunión solidaria. La reactivación, en verdad la radicalización de la juventud kirchnerista, se hizo visible durante la ceremonia del adiós con gestos y actitudes que parecían recrear el fervor setentista detrás de La Cámpora, alineada a su vez alrededor de Máximo Kirchner. En cuanto a la oposición, su perplejidad inicial derivó del hecho de que la súbita desaparición de Néstor Kirchner la dejó sin su principal contrincante y ya se sabe que, en la política como en el deporte, el rival es el que define la estrategia de los competidores. Aquí cabe recordar el mensaje que el politólogo ruso Georgi Arbatov les envió a los norteamericanos en 1991, cuando la Unión Soviética se disolvió después de haber perdido la Guerra Fría: "Les hemos causado el mayor de los daños porque los hemos dejado sin enemigo".
 
Exclusivismo y agresión
Dos notas caracterizaron a la política de Néstor Kirchner: el exclusivismo y la agresión . Encerró a los suyos, de un lado, en el corralito de una estricta verticalidad. Desplegó ante sus rivales, del otro lado, una incansable seguidilla de agresiones. Ya desde las exequias, su sucesora ratificó el exclusivismo al no permitir que los opositores llegaran hasta ella para expresarle sus condolencias. Es demasiado temprano para concluir que también Cristina será agresiva. La frontera entre el exclusivismo y la agresión será cruzada o evitada quizá muy pronto, cuando la Presidenta aborde en algunos de sus próximos discursos el tema crucial de la ley de medios y de Papel Prensa. Lo más probable es que Cristina renueve en alguno de ellos el ataque a los medios independientes de comunicación que había iniciado su marido, pero lo menos que se puede decir por ahora, cuando escribimos estas líneas, es que esta temible actitud aún no se ha producido. Y decimos que renovar esta actitud sería "temible" no sólo para el funcionamiento del sistema democrático como tal, sino también para la propia Cristina, porque podría encerrarla en el círculo estrecho del sectarismo, un círculo que, a cambio de una mayor militancia, consignaría su presidencia al reducido apoyo de los incondicionales conduciéndola, de aquí a un año, a una derrota electoral esta vez definitiva.
Después de perder las elecciones del año pasado, Kirchner concluyó que su derrota se había originado en una "conspiración" de los medios independientes de prensa. Esta conclusión era errónea porque, en vez de ser la "causa" de las dos derrotas del oficialismo frente al campo primero y frente a los votantes después, los medios no hicieron otra cosa que reflejar otra causa más profunda: que buena parte de la sociedad, y sobre todo la clase media, estaba abandonando el kirchnerismo porque rechazaba la crispación, la división, a la que éste apuntaba.
¿Se dejará llevar la Presidenta por la militancia juvenil a la que parece estar invitándola La Cámpora? Su poder, sin duda, no será igual al que compartía con Néstor Kirchner. En un sentido será más amplio porque podría recoger nuevas adhesiones como la que acaba de anunciar José Manuel de la Sota en Córdoba, en áreas vedadas a su esposo. Pero en otro sentido será más débil porque la ausencia de su esposo la privará del concurso de su obsesiva energía. En este sentido, la disruptiva militancia sindical "moyanista" en áreas tales como la aviación comercial, prácticamente catastrófica para Ezeiza y Aerolíneas Argentinas en estos días, o la embestida gremial contra las distribuidoras de luz que podría afectar seriamente el consumo eléctrico, ¿serán a su vez la vanguardia de una ofensiva del moyanismo en su esfuerzo por no quedar aislado en medio del justicialismo bonaerense?
En cuanto a la "perplejidad" de la oposición, ella se ha manifestado hasta ahora a través de dos síntomas paralelos: la desorientación quizá pasajera de Daniel Scioli, que ya no puede expresar como antes una disidencia callada pero evidente ante el agresivo liderazgo de Néstor Kirchner y, además, la reaparición en escena de Carlos Reutemann, quien podría asomarse al fin a una candidatura presidencial nunca desmentida del todo, junto a la candidatura de Francisco de Narváez a la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en un intento de potenciar entre ambos las energías aún dormidas del peronismo federal.
 
Cristina en transición
Ya sin la presencia dominante de Néstor Kirchner, la presidencia de su viuda se abre por lo visto en dos direcciones mutuamente excluyentes. Ella podría, de un lado, "profundizar" la herencia de su esposo en una dirección sectaria. Esto es lo que le pide el entorno de "setentistas" que la rodea. El predominio de los setentistas le aseguraría el calor de los incondicionales, pero esta adhesión militante la privaría al mismo tiempo de la posibilidad de llegar a los círculos más amplios del kirchnerismo "blando" que aún encarna Daniel Scioli, atrayendo además a vastos sectores moderados.
En términos institucionales, América latina se divide hoy entre las presidencias pretendidamente vitalicias de atávicos caudillos como Chávez, Correa, Evo Morales y Rafael Ortega, y la formación de verdaderas repúblicas como las que rigen hoy en Brasil, Chile, Uruguay, Colombia y México. Merced a la "alternancia conyugal", la Argentina de los Kirchner prometía inclinarse en dirección del caudillismo. Hoy, sin embargo, la mano silenciosa del destino parece apuntar en dirección de estas repúblicas democráticas que, a cambio de presidencias severamente limitadas en el tiempo, miran hacia un largo horizonte de estabilidad política y progreso social porque el mandato presidencial de Cristina ya no podría mirar al infinito aunque ella así lo quisiera. Es que, aun si ganara en 2011, el telón de nuestra Constitución republicana caería detrás de ella, inevitablemente, en 2015. ¿Escogerá entonces la Presidenta la república en lugar del caudillismo? Si Cristina aceptara finalmente un futuro de diálogo y consenso para todos los argentinos, podría hacer de la necesidad virtud encolumnándose con las repúblicas democráticas, las únicas que, a la inversa de las presidencias pretendidamente vitalicias de los caudillos, ofrecen a nuestro país una perspectiva cierta de inmortalidad. Integrándose en esta columna, Cristina Kirchner podría ser elevada al pedestal de la estabilidad democrática a menos que, dejándose llevar por el fanatismo de aquellos que pretenden condicionarla, se inclinara por librar a todo o nada la misma batalla que dejó inconclusa su marido. Una batalla que, además de perderla a ella misma para la república, podría costarle a la Argentina una secuela de sinsabores tan dolorosos como gratuitos



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