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El análisis. Ambito Nacional

El problema es político

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

La solución se convirtió en problema. El conflicto es ya, entonces, más político que de cualquier otra naturaleza. Una presidenta del Banco Central que encabeza un directorio formado con retazos de viejas influencias. Un jefe de Gabinete y un ministro de Economía que aseguran que una resolución oficial no dice lo que dice. Un ministro de Economía (y vicepresidente de la Nación electo) que desconfía de la eficiencia de la presidenta del Banco Central. Un secretario de Comercio Interior que resolvió clausurar la venta de dólares para que la venta de dólares no sea un contratiempo. “Vamos camino a la morenización del tipo de cambio”, señaló ayer un kirchnerista afligido.

¿Qué significaría la morenización del dólar? Significaría llevar al mercado de cambios la fórmula con la que Guillermo Moreno combatió la inflación. Hay una inflación oficial, la del Indec, que ya nadie tiene en cuenta, y hay una inflación real, que es la que aceptan en los hechos todos los argentinos, empezando por los sindicatos que se autoproclaman kirchneristas. Podría suceder que en adelante se consolide también la existencia de un dólar oficial y de un dólar paralelo, aunque ese desdoblamiento en la realidad del tipo de cambio terminará por afectar las reservas argentinas. Es más que previsible un freno importante en la liquidación de divisas por exportaciones.

La economía argentina venía con problemas, pero para todos había soluciones más serenas y menos dramáticas. El Banco Central tiene todavía reservas, la crisis económica internacional no llegó aún a la Argentina y los precios de las materias primas (las que vende el país, sobre todo) no han bajado considerablemente. El Gobierno debía enfrentar un muy elevado gasto público, la inflación que no se soluciona desde hace cinco años y el ritmo creciente de la devaluación brasileña. Debía, en fin, desarmar una potencial tormenta y no desatar una tormenta.

Una parte del problema está en la centralización de las decisiones. La Presidenta dispone sobre el tipo de cambio consultando a siete funcionarios al mismo tiempo, pero es ella la que tiene la última palabra. “La Presidenta es la jefa de la mesa de dinero del Banco Central”, aseguró una fuente oficial. La mesa de dinero del Banco Central es la que resuelve cuántos dólares de las reservas se van a sacrificar cada día para mantener el precio del dólar.

Esa decisión correspondió siempre al jefe de la mesa en consulta con el presidente del Banco Central. Para peor, la presidenta del Banco, Mercedes Marcó del Pont, es una funcionaria débil que está a tiro de decreto: el Senado nunca le dio el acuerdo para desempeñar el cargo.

En una sola certeza existe coincidencia entre las diversas franjas de la administración: sus referentes están convencidos de que la culpa del problema es de los diarios. La salida de capitales comenzó a agravarse en abril pasado y alcanzó la cima en agosto y septiembre, cuando se fueron 3700 millones de dólares mensuales. Los diarios sólo registraron la novedad en su resultado final; es decir, la salida de dinero del circuito financiero se hacía a escondidas hasta de los propios periodistas. Amado Boudou ha sido el principal vocero de esa mirada conspirativa, que tiene siempre una buena recepción en los oídos presidenciales. La conspiración supuesta impide reconocer la autenticidad de los problemas. Este es el principal problema político del Gobierno.

La intensa interna en el oficialismo es un teatro con los personajes cambiados. Marcó del Pont está tomando decisiones para frenar una devaluación cuando sus principales apoyos políticos vienen de los empresarios que aspiran a una devaluación. “Hay distintos tipos de cambio”, se limitó a señalar el presidente de la Unión Industrial, José Ignacio de Mendiguren, cuando se le preguntó por la solución que promovía la entidad que dirige. Precisó que la entidad está en contra del desdoblamiento del tipo de cambio, aunque aceptó que hubo manifestaciones de directivos de la Unión Industrial que se interpretaron en ese sentido.

Boudou es, a su vez, un hombre probadamente audaz. Salió a respaldar medidas polémicas e impopulares, cuyo destino es imprevisible, cuando ya no es sólo un ministro de Economía, sino el próximo vicepresidente de la Nación. Su adversaria es Marcó del Pont, a quien él querría ver fuera del cargo. Su candidato para sucederla, dicen los que conocen el campo de batalla, es el actual presidente del Banco Nación, Juan Carlos Fábrega, un viejo amigo de Néstor Kirchner que es reconocido por su conocimiento del sistema financiero.
De muy bajo perfil, Fábrega solía hacer las veces de asesor económico en la sombra de Kirchner.

En el medio se metió Ricardo Echegaray, jefe de la AFIP, que les dio argumentos a todos (a Boudou, fundamentalmente) para decir que las medidas que bloquearon el mercado cambiario eran sólo para impedir el lavado de dinero y la circulación de plata negra. Es una lucha con la que el Gobierno viene en deuda desde hace mucho tiempo. Pero ¿por qué necesitarían bloquear la compra de dólares cuando los pesos salen de una cuenta de salarios, que la AFIP controla por otros medios? ¿Eso es combatir el lavado?

Frente a los intervencionistas Moreno y Marcó del Pont, la línea más racional dentro del Gobierno parecen corporizarla, a pesar de todo, el propio Boudou y el secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino. Boudou actúa a veces posiciones públicas que no defiende en la intimidad del Gobierno. Un sector importante de la administración escuchó a Boudou afirmar, seguro, que Lorenzino será su sucesor al frente de la cartera económica. Falta la única decisión que vale: la de Cristina Kirchner.

Boudou y Lorenzino promueven una línea de reconciliación con los mercados financieros internacionales. Creen que un acuerdo con el Club de París por la deuda en default le abriría al país las puertas de esa pacificación con el mundo del dinero. El Club de París necesita de la auditoría del Fondo Monetario Internacional, que se reduciría sólo a la revisión anual a la que, en rigor, están sometidos todos sus países miembros. La Argentina de los Kirchner se negó a esa revisión porque el Fondo está impugnando cada vez con más severidad al Indec de Moreno, como objetaría ahora la morenización del mercado de cambios.

El problema de Boudou y de Lorenzino (y de la Presidenta, en última instancia) es que Moreno es incompatible con la reconciliación con los mercados financieros y con cualquier versión moderna de la economía y del mundo. Ese es también un problema más político que económico. 2.11.11.

Algo interrumpió la fiesta
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION 30-10.11
Dos elecciones ganadas ampliamente en apenas 70 días. Cristina Kirchner es la única presidenta argentina que debió preguntarles dos veces a los argentinos, en un mismo proceso electoral, si la querían como jefa del Estado. Las dos veces le dijeron que sí. Parte de esos argentinos que la votaron salieron corriendo después (y salen ahora) a comprar dólares. ¿Qué explicación tiene esa contradicción entre la confianza política y la desconfianza económica? ¿Qué hace, o qué no hace, el gobierno recientemente ratificado para promover una salida de capitales que está obligando al Banco Central a dictar una resolución tras otra?
Muchos sectores sociales se han beneficiado durante estos años de prosperidad económica. El empresariado privado (que no incluye a los de servicios públicos) ganó en 2010 unos 20.000 millones de dólares. En el mejor momento del menemismo, ese núcleo empresario ganaba por año entre 5000 y 7000 millones de dólares. Los aumentos salariales para los trabajadores en relación de dependencia superaron en casi todos los años del kirchnerismo a la tasa de inflación real.
Los subsidios para los sectores más pobres compensaron la falta de trabajo en blanco. La clase media (y también la media alta) disfrutó del período más generoso que se recuerde de subsidios al consumo de servicios públicos. Están incluidos el transporte, el agua, la electricidad y el gas. El valor de la tierra de los productores rurales aumentó entre cinco y diez veces desde 2003. El precio de la hectárea de tierra con cultivo de soja es el que más aumentó.
Podría llegarse a la conclusión de que el voto a Cristina Kirchner fue también un acto social, tal vez inconsciente, de agradecimiento. Esta es una parte de la historia. La otra parte de la narración debe consignar que esas glorias políticas convivieron con el momento más espectacular de la salida de capitales o, llamado de otro modo, de la huida social hacia el dólar. Empresarios, clase media, trabajadores comunes y corrientes, y hasta jubilados, eligieron la moneda norteamericana como el refugio más seguro. ¿Por qué?
Nadie puede dejar de lado el factor psicológico. Las sociedades tienden a imitarse a sí mismas. La fuga hacia el dólar debe de tener una razón, suponen muchos, y replican la fuga. Entre enero y marzo de este año, las compras fueron de unos 300 millones de dólares mensuales. En abril y mayo esa cifra trepó a los 1700 millones de dólares mensuales. Siguió subiendo, pero alcanzó la cima en agosto y septiembre, meses en los que se registraron compras mensuales de dólares por más de 3500 millones.
La Presidenta ganó las internas abiertas el 14 de agosto, pero la adquisición compulsiva de dólares no se frenó. No hay datos aún de octubre, pero las recientes medidas oficiales para atemorizar a los compradores indicarían que la voracidad social por el dólar no mermó.
Es probable también que gran parte de la sociedad intuya que el actual tipo de cambio está agotado. De hecho, las reservas de libre disponibilidad casi ya no existen, aunque siempre el Banco Central tendrá mecanismos para contar con dólares. Deberá contar. Cada banco privado o estatal está obligado ahora a mantener abastecidas de dólares a todas sus sucursales en provincias y ciudades del interior. Un día sin dólares es el anuncio de un día siguiente con más demanda de dólares, que a veces llega a la formación de largas colas en esas casas bancarias.
La bestia depredadora del tipo de cambio ha sido la inflación. Ni Cristina Kirchner ni su gobierno han querido ver ese fenómeno como una anomalía creciente de la economía nacional. La economía es una disciplina en la que no se puedan inventar muchos atajos. Ya todo está inventado. A la inflación se la combate con una mayor oferta de bienes y servicios o con una disminución de la demanda. Un aumento de la oferta necesita de más inversión, pero la inversión extranjera directa cayó este año un 30 por ciento en la Argentina. Una caída de la demanda requiere de medidas impopulares, que la Presidenta no ha querido tomar, razonablemente, en tiempos electorales. ¿Lo hará cuando ya fue reelegida?
La fragmentación del Ministerio de Economía no dio buenos resultados. Un factor no menor de la desconfianza social está en la ausencia de un referente sólido en la conducción económica. No es casual que la salida de capitales haya aumentado notablemente desde la muerte de Néstor Kirchner, a quien la percepción social veía como el ministro de Economía del kirchnerismo desde que se fue Roberto Lavagna. La Presidenta habla con siete ministros de Economía , describe un funcionario con acceso a la oficina de los presidentes.
¿Quiénes son? Están los cuatro ministros del ramo: Amado Boudou (más ocupado últimamente en la campaña vicepresidencial), Julio De Vido, Débora Giorgi y Julián Domínguez. También es una ministra en los hechos la presidenta del Banco Central, Marcó del Pont. Guillermo Moreno y el secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, este último encargado de supervisar el dinero que entra y que sale del Estado, son los otros dos ministros en la sombra. Cuando hay siete ministros de Economía, en realidad no hay ninguno , dice un viejo kirchnerista preocupado por la superposición de tareas entre ministros que defienden intereses distintos.
El primer mandato de Cristina Kirchner, que concluirá el 10 de diciembre, dejará resultados económicos que no serán tan buenos como los que le entregó su esposo muerto. El país volvió, en realidad, al déficit fiscal; así es si se despojan a las cuentas públicas del maquillaje que les proporcionan los aportes del Anses. El superávit de la balanza comercial se ha deteriorado crecientemente. El tipo de cambio envejeció por obra de la inflación y muchos sostienen que ya no es competitivo.
La Presidenta no pudo acordar, hasta ahora, con el Club de París, la única deuda en default que heredó (además de los bonistas que no quisieron entrar en ninguna renegociación planteada por el gobierno argentino). Un decreto suyo de 2008, que disponía la cancelación de esa deuda con Club de París, no se cumplió nunca.
Superávit fiscal y de la balanza comercial, tipo de cambio competitivo y desendeudamiento fueron las columnas de la política económica del mandato de Néstor Kirchner. No queda ninguna en pie. Cristina Kirchner tuvo, es cierto, condiciones objetivas más difíciles: debió enfrentar el largo conflicto con el campo, la crisis económica mundial de 2008 y 2009, y la vasta sequía que afectó al sector agropecuario en 2009.
Para frenar la huida hacia el dólar, el Gobierno ha recurrido al método Moreno: intenta ahora apagar la luz de alarma sin averiguar la razón de la alarma. Moreno llegó, en los momentos iniciales de la inflación, a pedirles a los intendentes del conurbano que salieran a combatir la inflación. Todavía está buscando recetas tan creativas e inútiles como aquella. El Gobierno tomó medidas de control de cambio en los últimos días que servirán de muy poco y que cambiaron las reglas del juego para muchas empresas. La inversión se alejará aún más.
La Unión Industrial ha dicho que vería con buenos ojos el desdoblamiento del tipo de cambio. Es decir, habría un dólar subvaluado para las exportaciones, y otro dólar, más caro, para las importaciones y las transacciones financieras. El Gobierno podría hacerse, es cierto, con una cantidad considerable de dinero. Sin embargo, deberá vérselas con algunos sectores exportadores, sobre todo con el agropecuario, que exportará con un dólar barato y comprará aquí insumos con un dólar caro. Además, la gente común parece enamorada, otra vez, de un dólar barato. Las recientes medidas cambiarias podrían espolear la avidez social de dólares. El desdoblamiento del tipo de cambio significaría, a su vez, una primera colisión entre la Presidenta y su sociedad.
Quizás una decisión política, como la forzosa designación del futuro ministro de Economía, podría resolver gran parte de la desconfianza. Pero especular sobre eso significaría entrar en una tierra desconocida, donde hasta los ministros más célebres ignoran si los aguarda la gloria o la ruina.
Reelección de Cristina Kirchner
Los Kirchner, en su hora más gloriosa
Por Mariano Grondona | LA NACIONDomingo 30 de octubre de 2011 |.
UNO de los seis tomos de las Memorias de Winston Churchill sobre la Segunda Guerra Mundial lleva por título Su hora más gloriosa porque describe la crucial etapa de aquella guerra en la cual, cuando Francia
ya había caído y los Estados Unidos aún no habían entrado en acción, Gran Bretaña debió resistir sola la embestida de Adolf Hitler. Entre nosotros, esta última semana comenzó el domingo 23, con la rotunda victoria electoral de Cristina Kirchner, y culminó el jueves 27, con la inauguración del imponente mausoleo que guarda los restos de Néstor Kirchner en Río Gallegos, al cumplirse un año de su muerte. ¿Estamos asistiendo, por lo visto, a "la hora más gloriosa" de los Kirchner?
No exactamente. Cuando Churchill habló de "su hora más gloriosa", no se refería a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, que vendría más tarde, sino al inmenso esfuerzo de los ingleses para subsistir sin ayuda que la precedió. Del mismo modo podría decirse que la hora más gloriosa de los Kirchner no suena ahora que él es exaltado y ella manda ya sin atenuantes, sino que sonó antes, a partir de la abrumadora derrota electoral que ambos sufrieron el 28 de junio de 2009, cuando el ciclo del poder kirchnerista parecía al borde de la extinción. Lo prodigioso no es entonces el triunfo actual de la Presidenta y de la memoria de su esposo, sino el colosal esfuerzo que ambos emprendieron en el período 2009-2011, en cuyo transcurso el kirchnerismo renació de sus cenizas como un ave fénix.
Se la ha criticado a Cristina antes de la última elección por difundir la sensación de que "ya había ganado". En este vaticinio, sin embargo, ella no se equivocó. Los que creyeron que ya habían ganado sin percibir que se encaminaban hacia una aplastante derrota fueron sus opositores, quienes quedaron tan confundidos que uno de ellos, Ricardo Alfonsín, viene de aplaudir el duro "apriete" que ha desplegado el Gobierno contra los operadores del mercado de cambios ante la sangría de dólares que sufre el país, confirmando así que siguen careciendo de la imaginación necesaria para sugerir, en este y en otros campos, una vía alternativa a la del kirchnerismo. Si puede decirse entonces que el tramo 2009-2011 fue "la hora más gloriosa" de los Kirchner, también podría decirse que ese mismo tramo fue "la hora menos gloriosa" de sus adversarios, que se durmieron en sus laureles de forma tal que el fracaso del no kirchnerismo vino a sumarse al éxito del kirchnerismo, potenciándolo hasta una altura que hoy parece inaccesible.
Del triunfalismo.
Hacia 1991, cuando los Estados Unidos derrotaron a la Unión Soviética en la Guerra Fría, surgieron dos diagnósticos. Uno de ellos, triunfalista, fue el del norteamericano Francis Fukuyama, quien en El fin de la historia concluyó que la historia universal corría hacia su fin con la victoria de la democracia y el capitalismo. El otro, más sobrio, estuvo a cargo del ruso Georgi Arbatov, quien les advirtió a los norteamericanos que tuvieran cuidado porque, en su caída, la Unión Soviética "los había dejado sin enemigo". Luego vinieron los atentados contra las Torres Gemelas y el triunfalismo de George W. Bush, quien, al precipitar a su país a dos guerras desastrosas en Irak y en Afganistán, vino a confirmar a su pesar otra tesis, la del inglés Paul Kennedy, según el cual los imperios mueren a veces por entusiasmo, por "sobreexpansión".
Al día siguiente de su victoria electoral, la Presidenta pareció haber asimilado estas lecciones cuando advirtió a sus partidarios que no debían creérsela. ¿Pero siguió ella misma este consejo? No bien continuó el drenaje de divisas al día siguiente de las elecciones, el Gobierno lanzó una serie de medidas represivas contra los operadores del mercado. Pero más de un sensato economista le señaló que la causa de este drenaje no es la presunta "maldad" de los operadores sino el simple hecho de que, notando que el dólar está barato porque sube a un ritmo del 5 por ciento anual, mientras la inflación crece al 25 por ciento anual, el mercado tiende a comprar lo que está barato. El gobierno de Cristina arremetió contra esta ley natural de la oferta y la demanda, quizás enfervorizado por su propia victoria.
El voluntarismo responde a la creencia de que un gobierno puede atentar contra las leyes económicas nada más que porque ha triunfado políticamente. ¿No ha sido un exceso de optimismo de parte del Gobierno creer que la represión oficial puede vencer a la lógica de los mercados, sin darse cuenta de que con esta apresurada estrategia sólo logrará ahuyentarlos aún más? ¿No cayó una y otra vez la Argentina en el voluntarismo económico de los gobiernos políticamente fuertes que pretendieron controlar los precios a voluntad? Esta desmesura equivaldría, casi, a derogar por decreto la ley de la gravedad. Si continúa por esta senda, el gobierno políticamente poderoso de Cristina podría convertirse en su propio enemigo, por ignorar los consejos de Kennedy y de Arbatov.
al derrotismo
Si el triunfalismo puede convertirse en el talón de Aquiles de los vencedores, el derrotismo es la tentación de los perdedores. En tanto que el triunfalismo consiste en creer que, porque se ganó en un terreno, por ejemplo en el terreno político, se puede ganar en los demás, por ejemplo en el terreno económico, el derrotismo consiste en verse perdido incluso allí donde todavía quedan posibilidades de ganar. Entre 2009 y 2011, ya vimos, la oposición fue triunfalista porque se durmió en los laureles que parecía ofrecerle la derrota kirchnerista. Ahora, el riesgo mayor de la oposición es envolverse en el oscuro manto del derrotismo.
Lo peor del derrotismo es que "nubla" la percepción de los vencidos. En 1946, para tomar un ejemplo, la derrota frente al naciente Perón que inauguraba el populismo de centroizquierda desorientó a los radicales, que en lugar de situarse, como era lógico, a la derecha del peronismo, se mimetizó con él sustituyendo su programa de centro por otro de centroizquierda en la famosa convención de Avellaneda. De ahí en más, en vez de contar con un partido populista como el peronismo y con un partido de centro como el radicalismo, el país cayó en una suerte de bipopulismo.
Al aprobar desde el vamos el intervencionismo en el mercado de cambios que ahora propone la triunfante Cristina, Alfonsín podría caer ahora en la misma trampa que llevó al radicalismo a abandonar el "alvearismo" en 1946 para competir en vano con el peronismo en nombre del yrigoyenismo. El "neoderrotismo" de 2011 podría consistir en la pretensión de quitarle al kircherismo su indudable reinado en la centroizquierda. En este error podrían caer no sólo los radicales de Alfonsín -¿no, los de Sanz?- sino también el propio Binner, que en tal caso también se lanzaría a competir en vano con el kirchnerismo.
Los países políticamente desarrollados tienen dos partidos principales, uno de centroizquierda y otro de centro o centroderecha. Si la oposición al kirchnerismo vuelve a enfrentarlo en el campo de batalla de la centroizquierda, seguramente perderá otra vez. Sólo podrá enfrentarlo, cuando las contradicciones del intervencionismo económico se manifiesten plenamente, el partido que se anime a ocupar el gran espacio vacío que hoy ofrecen el centro y la centroderecha. Puede decirse que Binner fue uno de los "no derrotados" el último domingo, pero su inclinación por la centroizquierda podría vedarle correrse al centro. Actuar desde el centro o la centroderecha, ¿no sería en cambio la opción natural que le queda a Mauricio Macri, el otro "no derrotado" de hace siete días?

 
A un año de la muerte de Néstor Kirchner
Secretos del líder inesperado
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Foto: LA NACION
Algo incierto, tal vez una sensación corporal o el revoloteo constante de una idea de brevedad, le avisó a Néstor Kirchner que iba a morir. Dio instrucciones, poco antes de descubrir la única frontera desconocida e inevitable de los seres humanos, sobre la construcción de una tumba en el cementerio de Río Gallegos, aunque no fue de él la iniciativa de levantar una pirámide egipcia en el desierto patagónico. Basta ver la grabación de su último discurso en Río Gallegos para entrever los trazos de una despedida implícita. El propio Kirchner terminó al borde del llanto, mientras muchos de sus seguidores lo miraban con los ojos estragados por las lágrimas.
En el final de sus días había descartado el consejo de los médicos, que le pedían una vida tranquila y serena, lejos de las angustias y de las ansiedades de la política. Pero, ¿qué sentido tenía la vida sin las enredos y las maquinaciones de la política, que habían consumido gran parte de su existencia? ¿Para qué servía la vida si la vida del Estado podía prescindir de él?
Néstor Kirchner se fue de este mundo hace un año. El trámite de morir fue rápido, sorpresivo y resuelto. Fue exactamente la manera que él hubiera elegido para decirle adiós a la vida. Vivió de ese modo. Cuesta imaginar a otro político conocido que haya acumulado tanto poder desde el módico poder que recibió cuando se convirtió, en 2003, en el presidente que accedió al gobierno con menos votos en la historia argentina. No tenía casi nada y recibió muy poco, pero creó una saga de poder que se extenderá, por lo menos, doce años. Ninguna dinastía política tuvo en el país tanto poder de manera consecutiva. Sólo Julio Argentino Roca acopió tantos años de poder en la Argentina, entre fines del siglo XIX y principios del XX, pero no fueron consecutivos.
La historia de esa construcción está llena de claroscuros. Kirchner tenía un poco de reformador y otro poco de conservador. Era más realista que ideológico. Siempre creyó más en los beneficios de la política expeditiva, que se resuelve con el toma y daca, que en la seducción política. "No tengo el arte de encantar. Yo debo conformar a los clientes todos los días", me dijo alguna vez que le pregunté sobre su método para construir política y poder. Le recordé que otros políticos habían hecho las cosas de una manera más sutil y seductora. "Esa es la corporación política, la misma que da vueltas alrededor del poder desde hace 25 años y no hace nada", me respondió.
La corporación política, como él la llamaba, era una obsesión que no se le fue nunca. Metía a peronistas y a radicales en esa bolsa corporativa, pero nunca quiso definir qué es lo que lo diferenciaba a él de los otros. Después de todo, Kirchner parecía que no negociaba, aunque siempre terminaba negociando a último momento. Empujaba al adversario hacía límites mucho más estrechos y después, muy cerca del final, concedía algunos espacios. El adversario, hayan sido políticos, empresarios o sindicalistas, ya había perdido parte de que lo que tenía. Negociaba. Tarde, pero negociaba.
Hubo dos excepciones en ese temperamento durante sus años de poder. Una fue la causa por los derechos humanos, una causa tardía para él, pero que terminó abrazándola con una convicción definitiva. En algún momento creyó que su política era inaugural, que nadie había ido tan lejos como él para buscar las verdades del pasado. Esa seguridad lo llevó a pronunciar las palabras más injustas que haya dicho en su anecdotario de reproches públicos; fue cuando pidió disculpas a los familiares de los desaparecidos en nombre de un Estado que, según él, no había hecho nada desde 1983. Advertido de que en 1985 hubo juicios a los jerarcas del régimen militar, que terminaron en condenas, degradaciones y prisiones, se apresuró a llamar por teléfono para pedirles disculpas a Raúl Alfonsín, a Magdalena Ruíz Guiñazú (que integró la Conadep, organismo autor del primer informe sobre los métodos inhumanos de la dictadura) y a algunos ex jueces que juzgaron a los militares. Las palabras injustas exhibieron su absoluta lejanía del conflicto en los años iniciales de la democracia, pero su gesto posterior lo mostró también como un hombre capaz de rectificarse.
La otra excepción sucedió durante la llamada "guerra con el campo", en el turbulento 2008. Los dirigentes agropecuarios ya habían logrado convocar la adhesión de importantes sectores sociales urbanos. El peronismo comenzaba a desertar en el Congreso. Sin embargo, el gobierno doblaba la apuesta sin cesar. Todos los intentos de pactos con el ruralismo se frustraban. Un viejo amigo de Kirchner lo visitó en medio de aquel fárrago. "No te reconozco. Creo que el Kirchner que yo conozco ya hubiera empezado a negociar con los ruralistas", le dijo el amigo.
Kirchner meditó la respuesta y luego desplegó una explicación: "Sí, yo ya hubiera negociado. Pero ahora gobierna Cristina y no sería bueno que adviertan debilidad en ella porque es mujer". ¿Fue cierta esa explicación? ¿O fue sólo un pretexto para no reconocer que su esposa tenía menos flexibilidad que él para meterse con decisión en una negociación? La historia posterior indica que la segunda alternativa es más probable que la primera.
Se había acostumbrado a que el Estado cabía en su cabeza. Podía comparar de memoria los salarios de los maestros de Jujuy, de Córdoba y de Santa Cruz. Negociaba, cara a cara, con el ministro boliviano de Energía el precio del metro cúbico de gas que importaba la Argentina. El proyecto de la propuesta argentina para el canje de la deuda en default, que hizo la Argentina en 2005, lo confeccionó Roberto Lavagna, pero Kirchner lo supervisó y lo retocó hasta último momento. Julio De Vido debía pedirle aprobación para cada licitación que emprendía su cartera (y emprendió muchas) y para resolverla al final. La política exterior no era su fuerte, pero nunca dejó en paz a los cancilleres que tuvo.
Olivos se ha convertido en una nostalgia para casi todos los kirchneristas. Kirchner amaba esas mesas políticas largas, las sobremesas interminables, el fútbol mal aprendido y peor practicado como pretexto. La famosa "mesa chica" de su gestión (Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Carlos Zannini y, a veces, De Vido, además del propio Kirchner) nunca se rehizo. Esas discusiones, que por momentos se perdían en la improbable deducción o en rumores sobre insignificancias, le servían para recibir información o para intercambiar puntos de vista distintos. Las cosas han cambiado ahora. La Presidenta llega a su despacho por la mañana, convoca a sus ministros y les comunica, inapelable: "La decisión es ésta". Punto. Ya no hay discusiones.
Kirchner fue un político duro; estaba seguro de que cada persona esconde una ambición o un temor. Construyó el poder hurgando en el deseo de los otros o en sus inseguridades. Nunca entendió el periodismo como una necesidad de la democracia. Prefería desafiar al periodismo, porque no le gustaba que un referente importante de los argentinos estuviera fuera de su control. El periodismo era, en última instancia, su rival en la conquista de la opinión pública.
Al poco tiempo de que comenzaran las denuncias por el arbitrario reparto de la publicidad estatal, le envié una carta pidiéndole que retirara toda la pauta publicitaria del Estado de mi programa de televisión. Me citó a la Casa de Gobierno. "¿Usted cree que yo voy a atentar contra la libertad de expresión?", me preguntó ni bien llegué. "El poder siempre lo puede hacer, pero no me refiero a eso. Simplemente no quiero formar parte de una polémica por quién recibe plata del Estado y quién no", le contesté. "Soy incapaz de decirle a usted que no", zanjó Kirchner, irónico. Cumplió.
Beatriz Sarlo recordó en su reciente libro ( La audacia y el cálculo ) las veces que se paraba en el atril y me criticaba con nombre y apellido. He perdido la cuenta de las veces que lo hizo. Salvo una vez, en la que me vi obligado a contestarle, el resto de las veces preferí dejar pasar esas alusiones. Kirchner también las olvidaba rápidamente. La relación entre el periodismo y el poder, debe reconocerse, se agravó luego con su ausencia.
El último día que estuvo en la Casa de Gobierno, el viernes 7 de diciembre de 2007, me citó para despedirse. Vi un Kirchner visiblemente emocionado por su adiós a los sitios del poder. Al final de una exposición sobre su necesario ostracismo para dejar lugar a la consolidación de Cristina (promesa que nunca cumplió), verbalizó la despedida: "Nos hemos peleado demasiadas veces, pero no podrá negar que también nos hemos divertido". No había un solo Kirchner, sino varios. El provocador y el componedor, el sentimental y el pragmático, el público y el privado.


Contradicciones en el mensaje kirchnerista
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
27.10. Una contradicción está sucediendo en las horas posteriores a la victoria de Cristina Kirchner. Mientras la Presidenta ha elaborado palabras consensuales en sus discursos públicos, que comienzan a ser valoradas en el mundo, algunos de sus funcionarios más influyentes retomaron la diatriba y la intolerancia en alusiones a quienes consideran adversarios. No existen en este caso dos líneas diferentes en el oficialismo. No podrían existir. Una persona es la jefa del Gobierno y los otros son funcionarios que dependen de ella.
En la noche del triunfo, Cristina Kirchner se proclamó "presidenta de todos los argentinos", una referencia casi obvia, pero que a los Kirchner les costó asumir. Llamó a la unidad nacional y no desconoció que esa eventual unidad necesitará también, forzosamente, del vasto porcentaje de ciudadanos que no la votaron. Pidió, por último, "generosidad en el momento de la victoria"; prometió, así, una virtud que a su actual gobierno le faltó desde que se encontró con los primeros conflictos.
Quizás se trate de una casualidad, pero ese discurso pacífico y tolerante podría haber influido también en el puente tendido ayer por el presidente norteamericano, Barack Obama. El pedido de reunión bilateral por parte de Obama no es poca cosa, sobre todo porque Cristina Kirchner nunca pudo reunirse a solas con el actual jefe de la Casa Blanca en casi tres años compartidos de poder. El clásico discurso público de la mandataria argentina, a veces crispante, otras veces beligerante, contribuyó a esas distancias entre ella y Obama.
Los homologables párrafos del domingo fueron resaltados también aquí, en el acto, por sectores tradicionalmente alejados de la Presidenta. Desde la organización que agrupa a las empresas periodísticas argentinas (ADEPA) hasta la entidad más poderosa del empresariado (AEA), pasando por varios dirigentes opositores, destacaron, no sin asombro, esas ideas de la Presidenta; nació, de algún modo, la esperanza de que se abriría un ciclo menos confrontativo que el anterior.
Guillermo Moreno y Juan Manuel Abal Medina se ocuparon luego de contradecir las palabras presidenciales. Los dos son secretarios de Estado, lo que ya es mucho, pero ambos tienen, además, una influencia política más grande que la que indican sus cargos. Es difícil suponer, por ejemplo, la continuidad de la actual política económica sin la presencia dominante de Moreno entre empresarios, comerciantes y profesionales del Indec. Abal Medina es el funcionario indicado por la Presidenta para decirles a los integrantes del Gobierno, incluidos los ministros, con qué periodistas deben hablar y con quiénes no.
Moreno llegó a la Plaza de Mayo en la noche del domingo triunfal, poco después de que hablara la Presidenta. Rodeado por personas que parecían más barrabravas que militantes políticos, salpicó su entusiasmó con cánticos rebosantes de groseros agravios contra medios periodísticos y contra el campo. Algunas batallas sobreviven todavía, pero señalar al ruralismo como un enemigo se parece demasiado al tiroteo de una patrulla perdida de una guerra terminada. Cristina Kirchner volvió a ser elegida, como en 2007, con el voto mayoritario de los sectores rurales de la Argentina. Ya no hay guerra entre ellos.
Moreno ya le había hecho un favor a la oposición cuando un grupo liderado por él zamarreó y golpeó en Núñez a un militante del candidato de Pro a intendente de Vicente López, Jorge Macri. El propio macrismo y no pocos peronistas bonaerenses sostienen que aquella trifulca tuvo su efecto en la derrota del histórico intendente de Vicente López, Enrique García, un radical que fue sucesivamente alfonsinista, menemista y kirchnerista. Jorge Macri tiene una deuda política con Moreno.
Abal Medina escribió en su Twitter, en la mañana del lunes, una frase alarmante: "Ahora vamos por todos". Twitter es ya la exhibición impúdica del inconsciente de muchos políticos. El traqueteado "vamos por todo" se convirtió ahora en "vamos por todos". Hay una diferencia sustancial entre el singular y el plural. "Todo" podría significa todo un proyecto o toda una idea de país. Aunque la unanimidad es siempre un propósito antidemocrático, que desconoce la inevitable diversidad de una sociedad, el plural podría ser aún peor. ¿"Todos" serían todos los adversarios y todos los que disienten? ¿O Abal Medina se refirió, acaso, a "todos" los planes pendientes? Nunca lo explicó.
Abal Medina es un académico y doctor en ciencias políticas. No ignora, por lo tanto, la importancia de las palabras en la construcción de un determinado clima político. Sucesivamente incondicional de Carlos "Chacho" Alvarez, de Alberto Fernández, de Sergio Massa y de Aníbal Fernández, parece haber encontrado ahora su vocación definitiva al convertirse en una especie de Robespierre de la era digital.
"Creen que así le caerán bien a la jefa", dicen otros funcionarios de la Casa de Gobierno para matizar los excesos de Moreno y de Abal Medina, que, debe aclararse, no son los únicos exaltados, aunque sí los más destacados de los últimos días. En un gobierno tan verticalista como el de Cristina Kirchner, sólo caben dos posibilidades. Una de ellas es que, en efecto, esos funcionarios estén sobreactuando una línea política supuesta; están convencidos de que nunca serán sancionados por excederse. La otra posibilidad es que hayan consultado sus palabras con la Presidenta y que ésta las haya autorizado. El modo podría haber quedado a merced del estilo de cada uno.
Esas dudas podría resolverlas la Presidenta, tal como resolvió en la noche del domingo los agrios cánticos contra sus opositores o contra presidentes latinoamericanos de ideas distintas. Calló a la multitud con un gesto y con una sola palabra: "No". Fue cuando sus seguidores empezaron a silbar y a ofender a Mauricio Macri, al chileno Sebastián Piñera y al colombiano Juan Manuel Santos.
Otro país sería posible si Cristina Kirchner callara con esa decisión a sus funcionarios y militantes cada vez que éstos agraviaran y segregaran. Esa actitud futura, su existencia o su ausencia, establecerá en definitiva la autenticidad o la simulación del actual discurso presidencial


La Argentina que viene tras la amplia victoria de la Presidenta
Todo el poder en su mano
Por Santiago Kovadloff | LA NACION
Cristina Fernández de Kirchner en el hotel Intercontinental, anteayer, después de obtener la reelección. Foto: F. Massobrio

25.10.Cristina Fernández de Kirchner en el hotel Intercontinental, anteayer, después de obtener la reelección. Foto: F. Massobrio
La profunda asimetría entre el partido victorioso y la profusión de los vencidos es grave. El sistema republicano llegó manco a las elecciones y sale de ellas igualmente lisiado. La concentración de poder por parte del Frente para la Victoria alcanza, a partir de ahora, dimensiones inéditas. Si la democracia representativa implica un sistema de partidos, no puede menos que admitirse que esos partidos no son hoy sino una sombra. ¿Qué control real sobre las previsibles desmesuras del oficialismo será practicable en estas condiciones?
Es cierto que el oficialismo no puede ser responsabilizado por la decadencia de la oposición. Pero no deja de ser significativo que no haya manifestado durante la campaña la menor preocupación ante esa decadencia, es decir, ante los efectos perniciosos que ella tendrá sobre la vida institucional del país.
Nadie fue a votar anteayer como lo hizo el 14 de agosto. El 23 de octubre no encerraba incógnitas significativas. La verdadera incógnita para muchos es la que promueve el resultado de la elección. ¿Con todo el poder en su mano, el oficialismo buscará la mesura o profundizará la confrontación?
El nombre de Néstor Kirchner sigue siendo decisivo. Lo colma de valor simbólico un trabajo de inconfundible artesanato peronista. En consonancia con él, es más que factible que Cristina Fernández insista en presentarse, tras esta victoria arrolladora, como la módica ejecutora de sus convicciones más íntimas y de su incomparable clarividencia política. No es así, sin embargo. Ella ha logrado lo que él no logró. La tragedia personal le abrió a la Presidenta el camino de la épica. Cristina Fernández demostró, con su creciente autonomía y su indiscutible habilidad retórica, que era capaz de hacer de él su obra maestra y transformarlo en un gigantesco emblema orientador de la sociedad mientras, al unísono, lo disolvía como el severo tutor de sus días. Vertebrada por la exaltación del recuerdo y el dolor compartido con su pueblo por una pérdida personal irreparable, la figura de su esposo se desvaneció materialmente para ganar estatura mitológica. Ahora, mediante un triunfo electoral avasallador, la Presidenta consuma la conversión de la memoria de su esposo en la fuente orientadora de sus aciertos y en el estandarte de una sociedad en marcha hacia su redención. En otras palabras: con esta victoria aplastante de su viuda, Néstor Kirchner pasa a ser definitivamente un paradigma y Cristina Fernández, a su vez, una contundente realidad.
Esa victoria es igualmente singular por ser la de alguien reconocido tanto emocional como económicamente por quienes la votaron. A la gratitud que despierta su figura en buena parte de un electorado que sumido en la pobreza no se ahoga ya en la miseria, poco le importan los procedimientos mediante los cuales se lo respalda como se lo hace ni cuál será la perdurabilidad real de esta política de regalías. Menos aún importan esos procedimientos entre quienes se gratifican con la abundancia súbita del consumo. Entre los pobres triunfó el clientelismo y no el ejemplo de Toti Flores. En la clase media, la disconformidad de ayer fue barrida por los buenos vientos de la abundancia. El carpe diem horaciano es en ella un mandato indiscutible.
Nunca una elección presidencial reflejó tan hondamente la dificultad argentina para construir un bipartidismo significativo, es decir, un bipartidismo en el cual quien saliera derrotado no dejara por eso de representar a un sector amplio y compacto de la sociedad. E, igualmente, un bipartidismo en el cual quien saliera victorioso no viese facilitado, por su triunfo, el tránsito hacia el monopolio del poder.
¿Quiénes y qué resta en pie en la orilla del disenso? La tenacidad de un periodismo que no se concibe sino ejerciendo su libertad crítica y una opinión pública diaspórica y principista, pero sin dirigencias capaces de aglutinarla en torno a un liderazgo imantado por el don de persuasión. Una tenue excepción reluce en ese horizonte ganado por la opacidad: el Frente Amplio Progresista. Una propuesta que pareciera emerger, lenta y módicamente, del orden metafórico que ocupó hasta hoy en el plano nacional para ingresar a la realidad, es decir, a un orden de representación algo más amplio y efectivo. ¿Coincidirán el fervor de muchos de los que lo votaron con la perseverante y ardua tarea que deberá emprender el FAP para ganar el peso electoral que exigirán los desafíos del año 2015? Lo mismo cabe preguntarse con relación a Pro.
En la Unión Cívica Radical en cambio ha triunfado Cronos. Los hijos no han podido con el padre y han terminado devorados por la fe desmedida en los beneficios del parentesco sin poder hacer suyas las virtudes de la singularidad.
Eduardo Duhalde pasará a la historia como el atinado presidente que supo ser en un tiempo en el que la insensatez lo gobernaba todo. No fue ni será el dirigente que derrotó al kirchnerismo.
Elisa Carrió, que supo nuclear a su alrededor a un grupo formidable de figuras rebosantes de integridad y aliento protagónico, termina como los iracundos del Infierno dantesco: destrozándose a sí misma a dentelladas tras haber contribuido a despedazar todo lo que la hubiera podido enriquecer.
Me temo que en este escenario caracterizado por la falta de equilibrios parlamentarios la Argentina nacerá, a partir del próximo mes de diciembre, no a un nuevo orden político sino a una intensificación desusada del orden político vigente. En él, las prácticas monopólicas del poder y el liderazgo férreamente personalista encontrarán, es previsible, escasas barreras para terminar de imponer sus criterios. No obstante, nadie deberá mirar hacia el kirchnerismo para señalar a los primeros responsables de esa desproporción. El kirchnerismo no es sino el producto terminal de una transición incumplida desde el autoritarismo hacia la democracia republicana, de la injusticia social a la sociedad del trabajo y la educación.
Es más que probable que, a partir de aquí, se inicie la construcción abiertamente sistemática del kirchnerismo como doctrina llamada a asimilar y disolver en su seno las enseñanzas culturales del peronismo. De su rotunda fortaleza política extraerá el kirchnerismo ahora su más ambicioso arsenal conceptual. Irá por la educación para moldearla a su solo criterio. Irá por la información para profundizar el descrédito de toda disidencia. Lo hará como lo ha hecho ya con tantas cosas. Con los derechos humanos y con el Consejo de la Magistratura, entre otras. ¿Por qué se desprendería de la unilateralidad ahora que todo lo puede?
Cuesta creer que, tras ocho años de intransigencia kirchnerista en la materia, la presidenta reelecta vaya a optar por la interlocución y la convivencia con quienes no comparten sus convicciones. Bueno sería que lo hiciese. Pero el voto mayoritario acaba de convalidar su concepción y su práctica del poder y, en ellas, el ejercicio del verticalismo es central.
El populismo no derrotó al sistema de partidos. Se impuso donde éste ya no existía. A la mitad del espectro electoral que concurrió a esta elección no se le ofreció una alternativa confiable para competir con el oficialismo. Podía perder con cualquiera de los muchos que integraron el arco de propuestas anémicas a disposición. Pero no podía ganar con ninguno.
Hace ya mucho que la Constitución está en manos de los hombres y no los hombres en manos de la Constitución. Admito que no siempre la experiencia es buena consejera pero, en las actuales circunstancias, opto por lo que ella enseña. Estoy persuadido de que la Presidenta seguirá las lecciones impartidas por su esposo y, una vez más, acomodará las imposiciones de la ley a sus necesidades. Lo previsible, por eso, es el rumbo que seguirá la gestión desplegada por el próximo gobierno. Imprevisible, en cambio, es el destino de la oposición, es decir, el porvenir de un sistema de controles republicanos que asegure la subsistencia del pluralismo y supere su actual irrelevancia. Otra lógica, más abierta a la negociación y menos beligerante, deberá gobernar las relaciones entre mayorías y minorías si se aspira a refundar en el país el valor de las instituciones. Cabe preguntarse, finalmente, si es a eso a lo que se aspira

Ante una democracia carente de equilibrios
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Anoche, cuando Cristina Kirchner se convirtió en la presidenta más votada desde 1983, saldó una deuda familiar con la historia. Su esposo fue, al revés, el presidente encumbrado al poder con el menor porcentaje de votos en la historia. El récord pasa de la familia a la política cuando se advierte que, al mismo tiempo, ayer se produjo la diferencia más grande, enorme y extraordinaria entre el vencedor y el segundo candidato con más votos.
La Presidenta se alzó con tal victoria sin deberle nada a nadie, sin oponentes de envergadura a la vista y con una política territorial y legislativa casi monocolor. Una democracia sin equilibrios es un error de muchos protagonistas políticos, pero es lo que le aguarda a la Argentina durante un tiempo aún incalculable.
Una sociedad abúlica con la política, una economía que crece a un ritmo sólo por detrás de dos países célebres por sus crecimientos (China e India), la fragmentación de los opositores y la elaboración de una campaña electoral casi perfecta son algunas de las razones que están detrás de semejante triunfo de Cristina Kirchner .
Sin embargo, el contrato sustancial de la Presidenta con la sociedad está claramente respaldado en la economía. El kirchnerismo puede equivocarse en la interpretación exacta del voto, pero Cristina carece de ese derecho. El crecimiento, el crédito, los aumentos salariales, los subsidios hasta para los sectores pudientes y el dólar subvaluado se inscriben en los párrafos más importantes de ese contrato de la sociedad con su presidenta.
Cristina Kirchner no llegó al paraíso político de ayer cómodamente. Conoció la gloria y el dolor en dosis idénticas y en un mismo año. Pero los primeros tres años de su gobierno fueron un infierno político. Su gestión comenzó con la denuncia en los Estados Unidos de que Alejandro Guido Antonini Wilson había desembarcado en el aeropuerto de Buenos Aires una valija venezolana con 800.000 dólares para financiar la anterior campaña presidencial de Cristina. Sucedió dos días después de su asunción, en diciembre de 2007. Tres meses más tarde, su gobierno dictó la resolución 125 sobre las retenciones a la soja, que inició la guerra perdida con el campo. La guerra, la derrota, el abandono de muchos sectores del peronismo y la posterior crisis dentro de su propio gobierno marcaron a fuego todo el año 2008.
 
Año difícil
La crisis económica internacional y la sequía empujaron el año 2009 hacia una recesión (economistas privados calculan que hubo una caída del 3 por ciento del PBI) que el Gobierno nunca reconoció. La Presidenta se hundió en las encuestas y durante esos dos años merodeó sólo el 20 por ciento de aceptación popular. En junio de 2009 sucedió el fracaso electoral del kirchnerismo en las elecciones legislativas de mitad de mandato.
En marzo de 2010 empezó de nuevo el crecimiento económico en la Argentina y, también, una mejoría lenta de Cristina en las mediciones de opinión pública. La economía es, sin duda, su encanto. La recuperación política coincidió en el tiempo con síntomas habituales de que la salud de su esposo se encontraba seriamente dañada. Néstor Kirchner sufrió reiteradas crisis arteriales durante varios meses. El ex presidente murió súbitamente en la mañana del 27 de octubre de 2010. En verdad, fueron tres años casi dramáticos para la persona de la Presidenta y para su política.
Cristina Kirchner entró a 2011 con el uniforme de viuda, con la solidaridad popular que producen esas tragedias y con una economía que regresaba a sus mejores momentos de bonanza y de entusiasmo social. Nunca descendió de la cima de popularidad que alcanzó cuando los argentinos entrevieron en ella a una presidenta inesperadamente viuda.
Sus opositores no leyeron los datos de la economía y se encerraron en los pronósticos previos a la muerte de Néstor Kirchner; para ellos, el kirchnerismo estaba terminado y sólo debían competir entre opositores para alcanzar un poder que estaba vacante, a la vuelta de la esquina. Ese error de evaluación los llevó al desastre electoral de ayer, que no se cifra sólo en una derrota (previsible, según los números de la economía), sino en su enorme magnitud. En 2007, Cristina Kirchner prometió una mayor institucionalidad (que no concretó nunca), una política exterior más activa y protagónica (que los problemas internos postergaron) y la designación de ministros con mejor presencia, con más formación y con niveles más altos de aceptación popular. Sergio Massa, Martín Lousteau y Graciela Ocaña encarnaron esa política. Todos se fueron, y se fueron muy mal con la Presidenta.
Cristina Kirchner confesó luego que estaba arrepentida de haberlos designado. No nombró a ministros mejores que los que se habían ido. ¿Por qué se arrepintió? La independencia de criterio de aquellos ex ministros se convirtió en un pecado imperdonable para los nuevos códigos del cristinismo.
 
Verticalismo
Ni siquiera Juan Domingo Perón aplicó la famosa teoría del verticalismo peronista como lo está haciendo ahora la jefa del Estado. La crisis política y social de 2008 parece haber marcado no sólo su política, sino también a su persona.
La lealtad ciega es la primera y casi excluyente virtud que les reclama a sus ministros y funcionarios. La Cámpora es hija de esa tendencia a exigir una obediencia sin condiciones. Los ministros ignoran a veces hasta las políticas que ellos mismos administran. Ese estilo sirve para gobernar la bonanza política y económica, pero nunca dio resultados para administrar la adversidad.
Con las elecciones, Cristina Kirchner saldó ayer también una cuestión matrimonial. Siempre había estado Néstor Kirchner detrás de la construcción del poder familiar y de los propios éxitos electorales de la Presidenta. Ayer, por primera vez, la victoria fue exclusivamente suya. ¿Qué hará en adelante? ¿Cómo administrará el enorme tamaño de su poder (que nunca lo tuvo ni su esposo) y las condiciones adversas de la economía internacional, que coincidirán con el agotamiento de algunas variables de la economía local?
La Presidenta no quiere ver, por ahora, esos eventuales infortunios. El propio peronismo no tiene experiencia histórica en la administración de la adversidad, porque siempre se fue del poder después de un segundo mandato consecutivo. Esta es la primera vez que tendrá un tercero, que podría señalar el tiempo en que la historia y la economía reclamarán una rendición de cuentas. La fortuna política es siempre sólo una contingencia
 
Pronósticos de graves riesgos para el periodismo
Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Como imaginar el triunfalismo posterior de un gobierno que podría ganar hoy con más del 50 por ciento de los votos y con una diferencia abismal con respecto del segundo candidato más votado? ¿Cómo, cuando ya las primeras certezas del triunfo endurecieron las formas y el contenido de la administración de Cristina Kirchner? El círculo supuestamente informado de la política cree que el kirchnerismo saldrá de caza por las comarcas del periodismo. No hay un solo interlocutor de la vida pública argentina que no tema (o espere) una dura ofensiva contra la prensa independiente en las próximas semanas o meses. Políticos, intelectuales, empresarios y hasta sindicalistas pronostican tiempos de innecesarios combates: La guerra con el periodismo continuará , anuncian.
Continuará. La palabra es exacta. Nada comenzará; sólo podría ahondarse lo que ya existe. De hecho, la reciente asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que se realizó en Lima, hizo una dura descripción de la situación que vive la prensa argentina. El gobierno argentino pasó a integrar el lote de gobiernos muy duramente criticados por el resto del periodismo americano; está junto con los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. La actitud de la administración argentina en el trato a la prensa es lo único que la identifica, sin matices, con las administraciones más autoritarias de la región.
Según el testimonio de periodistas ecuatorianos y venezolanos registrados en Lima, sus gobiernos han creado un conjunto de medios oficialistas, que se dedican, sobre todo, a transportar las calumnias y las difamaciones que surgen del poder y que están dirigidas al periodismo no oficialista. La publicidad del Estado es distribuida arbitrariamente y beneficia sólo a los medios amigos. Un clima de persecución y de intimidación se abate en esos países sobre el periodismo crítico del poder, que es, vale la pena repetirlo, la única forma de hacer periodismo y de que éste tenga una razón de existir. Cualquier semejanza con el caso argentino no es, desdichadamente, sólo una casualidad.
La Argentina se diferencia, sí, en un solo y crucial aspecto. Todavía cuenta con sectores de la Justicia que son independientes, sobre todo en la Corte Suprema de Justicia. En Ecuador, los jueces han condenado a periodistas por el delito de opinar. En Venezuela, la Justicia aprovecha cualquier infracción de un periodista, real o artificial, para terminar condenando también su opinión. Si los periodistas argentinos perdieran la protección de la Justicia, el actual clima parecido con los gobiernos opresores de América latina se convertiría en idéntico.
La Presidenta ha dicho en su cierre de campaña que no guarda rencores, pero lo cierto es que la maquinaria estatal ha logrado crear una lamentable división entre los periodistas, como nunca ocurrió en casi 30 años de democracia argentina. Los periodistas son "gorilas", "destituyentes" o "golpistas" por el solo hecho de contradecir la narración oficial. Los periodistas son "viejos", cuando en algunos casos son mucho más jóvenes que algunos oficialistas, sólo porque cumplen con su misión de indagar y de criticar. Las descalificaciones vienen a veces de periodistas militantes. Algo extraño sucede cuando numerosos periodistas creen que el Estado tiene la razón y que sus colegas merecen ser víctimas de una cacería.
Dos periodistas de larga trayectoria acaban de escenificar esa cruel ruptura entre unos y otros. Magdalena Ruiz Guiñazú y Víctor Hugo Morales disintieron públicamente sobre la misión y la mirada del periodismo. También expresaron los dos modelos de periodismo que están en boga. Magdalena apeló al manual del periodismo clásico (y eterno), según el cual los periodistas deben estar lejos de cualquier poder y aferrarse sólo a su independencia. Víctor Hugo levantó la bandera del periodismo militante, para el que la verdad pasajera de un gobierno a cargo del Estado es más importante que el viejo oficio.
Magdalena y Víctor Hugo iban a chocar irremediablemente, como ya lo habían hecho en privado. La periodista contó con el micrófono abierto una anécdota conocida por muchos colegas. Hace pocos meses, Víctor Hugo trató de la peor forma a los periodistas no oficialistas en un diálogo privado con Magdalena. Los dos habían convivido pacíficamente, y habían coincidido, hasta no hace mucho tiempo. Fue Víctor Hugo el que cambió en los últimos dos años. El periodismo a secas estuvo del lado de Magdalena, que convalidó sus títulos como ejemplo profesional de principios y de valentía.
En ese contexto de fisuras y de contrastes, una de las versiones más recurrentes se refiere a la probable intervención de Papel Prensa. El propio Víctor Hugo se refirió también, en su discusión con Magdalena, a la "mafia" de Papel Prensa. ¿Dónde está la mafia? ¿Por qué esa descalificación, como bien se lo señaló Ricardo Alfonsín? Víctor Hugo tiene el derecho de expresar su opinión, aun cuando signifique un agravio gratuito. Pero ¿es ésa la opinión del Gobierno que el periodista defiende?
Un proyecto está en la Cámara de Diputados esperando, quizás, el exitismo que despuntará a partir de hoy. Dispone la declaración de interés público del papel para diarios y prohíbe que los propietarios de fábricas de papel sean dueños de diarios. La Nacion y Clarín serían despojados rápidamente de sus acciones mayoritarias en Papel Prensa. El proyecto lleva la firma de la diputada Cecilia Merchán, que ingresó en el Congreso por Proyecto Sur y luego se fue al bloque kirchnerista. Nunca fue, como se dijo erróneamente, socialista ni aliada de Hermes Binner.
El proyecto es un glosario de inexactitudes. Llega al colmo de asegurar, en sus fundamentos, que la empresa es manejada, entre otros, por Peralta Ramos en representación del diario La Razón. Hace 20 años que La Razón y Peralta Ramos no son accionistas de Papel Prensa. El mundo está lleno de casos de diarios que tienen su fábrica de papel. Ese es el proyecto que fue avalado por el oficialismo y que podría dejar a los dos principales diarios argentinos en la mira del Gobierno. La comercialización del papel para diarios podría quedar en manos exclusivas de funcionarios kirchneristas.
Actualmente, no existen aranceles de ninguna naturaleza para la importación de papel para diarios. El papel es una materia prima que ahora abunda en el mundo más que nunca, porque la presencia de Internet desplazó a muchos lectores hacia las plataformas digitales. El papel importado es un 15 por ciento más barato que el que fabrica Papel Prensa. En el mercado argentino operan importadores de papel de Chile, los Estados Unidos, Rusia, Canadá, Italia y España. Los principales importadores de papel para diarios en la Argentina son La Nacion y Clarín, que, al fin y al cabo, terminan subsidiando a Papel Prensa.
Así las cosas, ¿qué sucedería si fuera el Gobierno el que controlara Papel Prensa y, al mismo tiempo, cambiara las actuales reglas de importación, como ya lo ha hecho Guillermo Moreno con innumerables productos del exterior? ¿Qué pasaría si el Gobierno les negara papel de producción nacional a los grandes diarios argentinos y, a la vez, cerrara la importación de papel o la condicionara al pago de exorbitantes aranceles? En esas preguntas y en sus respuestas se encierra el futuro del periodismo argentino, más allá de las repetidas falsedades y de la retórica de un discurso aparentemente romántico.
La batalla cultural del kirchnerismo consiste sólo en ahogar las voces diferentes del oficialismo. Todo lo demás es únicamente cotillón político. El periodismo a secas no debe participar de esa batalla, pero tampoco debe permitir que apaguen su mirada curiosa y crítica. ¿Qué sentido tendría su existencia si se redujera sólo a participar en la vasta línea del coro?
 



La Argentina, las rupturas y sus metáforas
Joaquín Morales Solá- Domingo 31 de julio de 2011 |
La dura ruptura de Alberto Fernández con Cristina Kirchner es una metáfora de muchas cosas. Nadie como el ex jefe de Gabinete participó en la intimidad de las decisiones del matrimonio Kirchner durante cinco largos años. ¿Por qué no se pudo conservar, una vez disuelta la unión política, ni siquiera la relación personal que habían entablado entre ellos? ¿Por qué la simple disidencia es equiparable a la dramática traición en el rígido universo del kirchnerismo?
Alberto y Aníbal Fernández fueron amigos políticos y personales hasta mucho después de que el primero se fue del Gabinete. ¿Por qué Aníbal Fernández se vio en la necesidad política de contestarle al otro Fernández con frases cargadas de insultos y con un estilo que desmerece su propia jerarquía institucional? Esas frías ráfagas de política en los días recientes sólo exhiben hasta qué punto el kirchnerismo ha cultivado la división y el rencor como paradigmas fundamentales de su gestión política.
Esa severa constatación no sería tan grave si abarcara sólo a algunos políticos. El problema más serio es que tales fisuras se expandieron peligrosamente por la sociedad. La fractura expuesta que mostró Alberto Fernández es, entonces, nada más que un síntoma de fracturas mucho más amplias, en las que sólo caben amigos o enemigos, obedientes o traidores. Los funcionarios kirchneristas toman nota. Deducen, con razón, que sólo les queda, si quieren durar en las poltronas del poder, una sumisión absoluta a la jefa del Estado
Hace poco, en medio del final de las gestiones por las listas de candidatos que sólo confeccionaba Cristina Kirchner, uno de los políticos heridos por el desaire le propuso a Carlos Zannini que actuaran como si hubiera un acuerdo. ¿Para qué la humillación? , le preguntó al influyente secretario presidencial. La Presidenta quiere que todo el mundo sepa que ella es la que manda y que nadie más manda. No se puede actuar ningún acuerdo , le respondió Zannini. El caso habla de los modos de la Presidenta, pero también del escaso respeto que sienten por sí mismos muchos funcionarios. Siempre se puede decir que no
Hace pocos días, Cristina Kirchner recibió a María Eugenia Bielsa, la peronista que ganó las elecciones a diputados provinciales en Santa Fe, y al primer candidato a diputado nacional por esa provincia, Omar Perotti, que competirá junto con las presidenciales de octubre. Agustín Rossi estuvo ausente porque había perdido. Rossi perdió por más de 16 puntos con respecto al ganador, el socialista Antonio Bonfatti, y por 13 puntos con respecto al segundo, Miguel Del Sel.
La ausencia de Rossi fue la definición de la ingratitud. El diputado fue uno de los kirchneristas más leales que hubo en los últimos seis años, la voz de la defensa de todas las políticas oficiales en el Congreso y la cara que justificó en los medios periodísticos todas las decisiones de los Kirchner. Afuera Rossi. En el kirchnerismo no hay lugar para perdedores, aunque éstos hayan perdido por ser kirchneristas. El campo no ha olvidado , resumió Carlos Reutemann el desastre santafecino. No se ha olvidado de los Kirchner, quiso decir. La culpa no fue de Rossi.
Alberto Fernández cargaba desde hace tiempo con la adjudicación de culpas por parte del kirchnerismo. Ya Néstor Kirchner, en una reunión con los intelectuales de Carta Abierta, le había endilgado a él la responsabilidad de decisiones que los cartistas cuestionaban. Eran decisiones fundamentales, que jamás se hubieran tomado sin el consentimiento explícito del ex presidente.
Aníbal Fernández siguió ahora esa senda y recordó en su réplica que Alberto Fernández había sido legislador porteño por una alianza con Domingo Cavallo y Gustavo Beliz. Es cierto. En esa lista, llena de peronistas que se habían alejado del menemismo, estaban muchos actuales funcionarios del Gobierno. Pero estaba, fundamentalmente, María Laura Leguizamón, que es actualmente compañera de fórmula de Aníbal Fernández; los dos son candidatos a senadores nacionales por la provincia de Buenos Aires.
La Presidenta es también dueña de la historia. Es la otra demostración de este estridente divorcio político. Hasta ahora su gobierno había desfigurado, cambiado o reescrito la historia de personas que nunca estuvieron cerca de ella, aunque todas son opositoras o críticas a su gestión.
La novedad que plantea el caso de Alberto Fernández es que la Presidenta reconstruye también la historia que ella misma vivió. Acusó al ex jefe de Gabinete de haber sido el vocero de quienes supuestamente no querían que ella llegara a la presidencia. Si hay algo que reprocharle a Alberto Fernández es que durante el proceso interno de elección de uno de los Kirchner para las presidenciales de 2007, y también durante la campaña electoral de ese año, promovió a una Cristina Kirchner más institucional que su marido y más respetuosa de las formas democráticas. En el error o en el cálculo, lo cierto es que Fernández se equivocó: Cristina nunca fue así cuando se acomodó en la Casa de Gobierno.
También resulta que el ex ministro fue un convencido de la causa destituyente de la Presidenta (que, en honor a la verdad histórica, nunca existió) durante el conflicto con el campo. La información periodística de aquella época (publicada en su momento por LA NACION) indica que fue Alberto Fernández quien le sacó de las manos la renuncia que la Presidenta ya tenía decidida. Eso sucedió en las horas posteriores a la madrugada en la que Julio Cobos desempató en el Senado en contra del Gobierno.
Una semana después, Néstor Kirchner lo acusó a Fernández de haber influido de mala manera ante su esposa. Tendríamos que habernos ido y vos la hiciste cambiar de opinión , le dijo a quemarropa. Alberto Fernández consultó la opinión de la propia Cristina. Néstor tiene razón. Este país no merece que nosotros seamos presidentes , le contestó la jefa del Gobierno. Fue su última conversación con Cristina. Al día siguiente, Fernández se convirtió en ex jefe de Gabinete. Ya había escuchado lo suficiente y era demasiado , fue su única deducción.
El kirchnerismo reaccionó como reacciona el kirchnerismo: sus dirigentes compitieron para destratar al antiguo colaborador de los Kirchner. Viejos amigos lo desacreditaron en un olvido súbito de la historia común. El peronismo histórico (desde De la Sota hasta Duhalde) fatigó el teléfono de Alberto Fernández para solidarizarse con él. En esta última lista se inscribieron también funcionarios con cargos electivos, protegidos por lo tanto del despido presidencial.
Cuatro muertos en Jujuy. Aquellas peleas en el kirchnerismo coincidieron con otra catástrofe de violencia y muerte en la Argentina. Los ocupantes de terrenos privados jujeños pertenecen a una organización social que es antikirchnerista. Nunca recibió nada del gobierno federal.
El método que usaron, la ocupación, es ciertamente reprochable, pero desnuda un problema social irresuelto, el de la vivienda, que se extiende desde la Capital hasta todos los extremos del país. El gobierno nacional se deshizo de la culpa y la derivó al gobierno provincial, a la Justicia y a los propietarios privados de los terrenos. En Buenos Aires, la Presidenta se predisponía en esas horas a destinarle una fortuna, 1200 millones de pesos, al Fútbol para Todos, proyecto que luego fue postergado.
Alguien lejano tendrá la culpa de la tragedia jujeña. Otros tendrán la culpa. Nunca será del gobierno de Cristina Kirchner. Es otra metáfora implícita que deja el caso de Alberto Fernández.
Torneo de errores entre Cristina y la oposición
Mariano Grondona- Domingo 31 de julio de 2011
Es tal el vértigo de las noticias que se suceden en medio de la campaña electoral que urge ordenarlas en busca de claridad. Para alcanzar este objetivo podríamos apelar a dos teorías, una de las cuales nos servirá para subrayar los errores de Cristina, en tanto que la otra nos ayudará a destacar las falencias de la oposición. La primera de estas teorías corresponde al analista militar Carl von Clausewitz (1780-1831), quien sostuvo que las guerras no se pierden porque se pierda una batalla, o incluso varias, sino solamente cuando estas derrotas, en el fondo subsanables, alteran la psiquis de los jefes vencidos a tal punto que, a partir de ellas, éstos empiezan a cometer los errores decisivos que precipitarán la hecatombe final.
Cristina viene de perder dos batallas sucesivas. El 10 de julio Daniel Filmus, su candidato a jefe de gobierno en la ciudad, no sólo perdió a manos de Mauricio Macri -algo que se anticipaba-, sino que perdió por "más" de lo que se anticipaba y quedó a casi 20 puntos de su oponente. Esta noche, los parámetros para evaluar lo que ocurra en la Capital Federal surgirán de comparar los guarismos de la segunda vuelta de 2007 entre Filmus y Macri, cuando aquél fue derrotado por éste por 61 puntos contra 39, con las cifras de hoy. En la medida en que se acerque a los 40 puntos, Filmus salvará el honor. En la medida en que descienda en dirección de los 30 puntos, conocerá la catástrofe.
La batalla de Santa Fe del último domingo fue más grave aún para Cristina porque Agustín Rossi , su candidato a gobernador, perdió frente al socialista Antonio Bonfatti y a Miguel Del Sel, de Pro, no sólo por una gran distancia (22 puntos contra 39 puntos del primero y 36 puntos del segundo), sino también porque quedó tercero, es decir, "afuera" de la alternativa ganadora, lo cual quiere decir que en Santa Fe acaba de surgir un nuevo bipartidismo poskirchnerista , un bipartidismo al que llamaríamos homogéneo entre dos fuerzas democráticas, una de centroizquierda y otra de centroderecha, mientras que el bipartidismo que se confirmará esta noche en la Capital Federal es heterogéneo , ya que lo integran una fuerza "democrática" de centroderecha y una fuerza "autoritaria" que dice ser, pero no es, de centroizquierda.
Santa Fe deja ver en tal sentido el futuro posible de nuestra democracia si ella se desplaza hacia un bipartidismo homogéneo, bidemocrático , como el que tienen las naciones avanzadas, en la medida en que anuncia la alternancia entre la centroderecha y la centroizquierda, ambas democráticas, pero esta noche veremos en la Capital las sombras de un pasado democrático-autoritario en el que todavía subsiste, aunque esté disminuido, el componente despótico del cristinismo. La pugna heterogénea entre los porteños, pero no la competencia homogénea entre los santafecinos, es, a la larga, incompatible con la democracia.
¿Cristina "alterada"?
Siguiendo a Clausewitz, lo que importa señalar aquí no es tanto que Cristina ha perdido dos batallas sino la alteración que estas derrotas parecen estar provocándole. Cuando una derrota afecta la psiquis de los jefes vencidos, esta alteración se manifiesta según el analista alemán en dos síntomas significativos. Uno de ellos es la pelea que suscita entre los vencidos determinar quién es el culpable por lo que ocurrió. El "fuego amigo" reemplaza en tales circunstancias al "fuego enemigo". Cuando los dos Fernández la emprendieron esta semana uno contra el otro a través de epístolas que marcaban una extrema irritación, ¿no dieron acaso un acabado ejemplo de que, como lo dijo el presidente Kennedy después del desastre de la Bahía de Cochinos, "la victoria tiene muchos padres pero la derrota es huérfana"?
Aunque sin llegar a los extremos desagradables de los Fernández, la propia Presidenta descargó también "fuego amigo" al ignorar a Agustín Rossi después de su derrota, pese a los patéticos esfuerzos verticalistas que tuvieron tan alto costo para el diputado, y al recibir en cambio a la diputada María Eugenia Bielsa, que se había salvado de la catástrofe santafecina, callando empero el hecho de que, si la diputada se salvó, fue por no manifestarse "hipercristinista" como Rossi durante la campaña electoral. ¿Qué ambiente encontrará esta noche en la Casa Rosada el propio Filmus, si no alcanza el "honorable" 40 por ciento de los votos en la Capital?
Lo que más tendría que preocupar a la Casa Rosada es el otro síntoma que según Clausewitz puede seguir a una derrota: el abandono del análisis racional que debieran mantener los jefes vencidos. Cuando lanzó de improviso a través de Julio Grondona su nuevo proyecto del Fútbol para Todos mediante el cual pretendió, de paso, quitarle al Grupo Clarín la televisación de la Primera Nacional B, y cuando lo retiró pocas horas después ante la indignada reacción de las redes sociales, ¿no reveló acaso la Presidenta su temor frente al riesgo de perder aún más votos? Al "limar" una y otra vez a Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires, ¿no quiso también la Presidenta "vengar" su derrota indirecta en las elecciones de 2007, en las que Scioli la superó por 48 puntos a 45? Para Cristina, "ganar" es no sólo ganarles a los opositores, sino también a sus propios subordinados, pero la aguda sensibilidad que demostró en la marcha y la contramarcha del fútbol, ¿no abre la posibilidad de que, después de la serie de derrotas que viene sufriendo en esta campaña electoral, alguien insinúe aunque sea por lo bajo que también ella y ya no sólo Moyano, se está convirtiendo con sus mensajes arrogantes en una inesperada "piantavotos"?
La segunda teoría
La segunda teoría a la que aludíamos al comienzo corresponde al politólogo italiano Gaetano Mosca (1850-1941), quien sostuvo que, incluso en los regímenes democráticos, una "minoría organizada" prevalece sobre una "mayoría desorganizada". Desde el momento en que Cristina, como vimos, está cometiendo una serie de errores, su suerte ya estaría echada si tuviera enfrente a una mayoría organizada. Pero no la tiene. Hay todavía cinco candidatos opositores. Si, sumados, podrían contar con un 60 por ciento de los votos, ¿a cuántos votos llegaría cada uno de ellos por separado? ¿A un débil promedio del 12 por ciento, insuficiente para derrotar a Cristina ya sea en las primeras abiertas del 14 de agosto o en las elecciones presidenciales del 23 de octubre?
¿Está la oposición a tiempo, todavía, de superar su dispersión? Probablemente el 14 de agosto el buen sentido de los votantes reduzca la cantidad de los candidatos opositores con verdaderas posibilidades de ganar. Pero ¿están todos ellos dispuestos a ceder su lugar a otro candidato opositor en el caso de que éste los supere? En Perú acaba de asumir la presidencia el candidato populista Ollanta Humala, a quien el presidente Alan García acaba de negarle la entrega directa de la banda presidencial por no considerarlo confiable. Pero a este extremo se llegó porque ninguno de los tres candidatos democráticos que, sumados, superaban a Humala, dio su brazo a torcer. ¿No es ésta una advertencia para la oposición democrática argentina?
Todavía los opositores democráticos al cristinismo están a tiempo para pasar de ser una "mayoría desorganizada" a una "mayoría organizada". Si alguno de ellos puntea claramente por delante de los demás el 14 de agosto, de aquí a dos semanas, su convergencia final será viable. ¿Qué pasará, en cambio, si en esta fecha tan cercana una paridad entre dos o tres de ellos los incita al aislamiento? Que Cristina no tendrá el problema de Alan García para pasar la banda.
 
Cuando el poder es ciego
Santiago Kovadloff- Para LA NACION- Viernes 29 de julio de 2011 |
Otro espectáculo bochornoso. Tras perder abrumadoramente las elecciones en Santa Fe, el kirchnerismo , que contó en los días más álgidos de la campaña nada menos que con la presencia en la provincia de la presidenta de la Nación, niega ahora que esa derrota lo haya afectado.
¿Por qué procede así? ¿Para quién? ¿Qué significa ese desprecio de las lecciones de la realidad que él mismo contribuye a crear? ¿Qué es esa marginación brutal a la que se condena al candidato propio y derrotado y que todo lo dio por su causa? ¿Fue él acaso el único responsable o, mejor, el responsable principal de la derrota? ¿No es un signo de fortaleza e integridad admitir lealmente lo ocurrido aunque no sea favorable?
¿Fue Barack Obama un pusilánime y no un hombre de temple cuando reconoció, meses atrás, que los republicanos le habían dado una paliza en la disputa por el control legislativo? ¿Y qué concepto de la democracia es el que palpita por debajo de este procedimiento del oficialismo autóctono?
Realizaciones no menos significativas e incluso más relevantes que algunas del gobierno nacional pueden ser exhibidas por varias administraciones provinciales de orientación no oficialista, entre ellas las de Santa Fe y San Luis . ¿Cómo es posible que el Frente para la Victoria no advierta que, subestimándolas, no sólo reniega de la verdad, sino que, con ello, se echa encima la antipatía de mucha gente lastimada por su soberbia y su hipocresía y que bien podría apoyarlo si procediera de un modo sensato? ¿Tanto le cuesta al oficialismo advertir que esa forma burda y despreciativa de actuar sólo sirve para echar luz, cada vez más luz, sobre su escasa sustancia democrática, su falta de sentido común para ganar auténticos adeptos y su inocultable repugnancia hacia el federalismo?
Los costos electorales pagados por el Gobierno en lo que va del año son cada vez más altos. Todos ellos, fruto de su desatino, de contradicciones que él mismo acentúa, de sus actos de corrupción, de encubrimientos que lindan con la estupidez cuando no con el cinismo y de las desmesuras grotescas de una conducción política que, siguiendo la enseñanza patética del avestruz, se muestra empeñada en probar que no sucede lo que pasa.
Lo ha dicho Julio Bárbaro, peronista cabal, tras la derrota oficialista del 10 del actual en la ciudad de Buenos Aires. "Estamos sufriendo [los peronistas] las consecuencias de una política sectaria y excluyente, de una soberbia exagerada por parte de quienes pueden haber tenido aciertos. Eso igualmente no le da derecho [al Gobierno] a despreciar y degradar a sus adversarios. Degradar al vencedor implica degradarse a uno mismo. Hay que preguntarse qué vientos liberamos para el que el voto nos abandone."
Era de prever que, una vez más, la mugre impregnara la campaña electoral porteña. No se entiende, sin embargo, qué ventaja concreta tendría Mauricio Macri convirtiéndose en el promotor de este nuevo ventarrón de inmundicia desatado sobre la ciudad, cuando las encuestas serias ya lo daban como holgado ganador. Y no hablamos ya de integridad moral. Hablamos, descarnadamente, de cuestiones utilitarias. Es plausible pensar, en cambio, que quienes se valen de ese sórdido método de concebir y practicar la política buscaban perjudicar al anunciado vencedor y no al vencido. No hay duda de que Daniel Filmus ha sido atacado explícitamente y que ese ataque merece el repudio de todos nosotros. Pero, implícitamente, la bala de plata parece haber sido dirigida a la cabeza de Macri.
El resultado de las elecciones provinciales en Santa Fe acercó todavía más al oficialismo a ese espejo donde no se quiere mirar, un espejo que le dice que no es lo que piensa. Nadie ha contribuido tanto como él mismo a desbaratar lo que más le conviene.
Nada es gratis en política. Como lo ha señalado Alfredo Leuco, el hartazgo social crece día a día. Abundan los delitos que rozan al Gobierno, estallan los hechos de corrupción que comprometen a sus funcionarios y allegados, pero nada vulnera el silencio en que el Poder se empecina, persuadido de que callando escapa a los efectos de lo que sucede.
No querer o no saber advertir hasta qué punto se contribuye a sembrar la propia desgracia es un rasgo de los personajes trágicos que los griegos antiguos retrataron para siempre. Lo que el oficialismo se empeña en no admitir incide profundamente en el ánimo social. En ese electorado que a la hora señalada le recuerda al Gobierno lo que él pretende olvidar. Es inútil escapar hacia adelante. Durar en el poder no es lo mismo que contar con sólida representatividad. Ya se sabe qué les pasa a los que escupen para arriba.
Es inverosímil catalogar como fascistas -cosa en la que se deleitan tantas voces progubernamentales- a quienes no clausuran quioscos para impedir la difusión de periódicos oficialistas o a quienes no persiguen a botellazos a dirigentes políticos del kirchnerismo. Como también es inverosímil caratular como fascistas a quienes no definen como canallas a los gobernantes del Frente para la Victoria. ¿Cómo llamar entonces a los aficionados a estas prácticas? ¿Bastará decir de ellos que son funcionarios del Gobierno, miembros de La Cámpora y militantes de la juventud sindical?
Una de las evidencias de veras inquietantes y difíciles de digerir que le imponen al Gobierno el triunfo socialista en Santa Fe, el de Pro en la Capital y el excelente posicionamiento de Del Sel en su provincia es que los jóvenes que no están de su parte distan de ser pocos o indiferentes a la política. Y, más todavía, que no necesariamente es el oficialismo el que está en mejores condiciones para esgrimir los argumentos atractivos, hondos y modernos a la vez que aspiran a conquistar al electorado juvenil. Acaso la vieja política -esa que el Gobierno dice combatir- lo tenga, a los ojos de incontables jóvenes, por uno de sus representantes más conspicuos.
Como bien ha dicho el ex presidente Ricardo Lagos, muchos son todavía (aunque no tantos ya como ellos mismos suponen) los que siguen aferrados con uñas y dientes a las "utopías regresivas de los 70", sin querer ver que "las nuevas generaciones y aun las anteriores votan por programas de futuro y no por pleitos del pasado".
Al socialismo no lo premió primordialmente el temor generalizado a la inseguridad, la disconformidad agraria ni el rechazo a la altanería del frente kirchnerista. Lo premió, sobre todo, el reconocimiento a una gestión eficiente en el orden local. El voto disconforme con el Gobierno se volcó francamente hacia Del Sel. Disconforme y, además, persuadido de que hay con qué enfrentar al oficialismo en las elecciones del 23 de octubre. Una convicción que los santafecinos comparten con los porteños en una de esas coincidencias que la historia del país no ha premiado nunca con la abundancia de ejemplos, pero que, al parecer, hoy se ha vuelto imperiosa.
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CENTRAL DE TRABAJADORES ARGENTINOS (CTA) / Web
REGIONAL GENERAL PUEYRREDÓN-BALCARCE-MAR CHIQUITA
La CTA repudia la criminal represión en la provincia de Jujuy
Fuente: Informaciones de la CTA editadas en Rebanadas:
Rebanadas de Realidad - CTA, Mar del Plata, 28/07/11.- La Central de Trabajadores de la Argentina Regional Gral. Pueyrredón-Balcarce-Mar Chiquita deplora y repudia la criminal represión policial ejercida hoy en Libertador General San Martín, Jujuy, contra integrantes de la Corriente Clasista y Combativa (CCC) que se encontraban ocupando pacíficamente terrenos de la Empresa Ledesma esperando que se cumpla con la entrega de los mismos a cientos de familias sin vivienda.
La salvaje agresión descargada contra los moradores de los lotes pacíficamente ocupados y barriadas vecinas ha dejado hasta el momento el lamentable saldo de al menos tres muertos, un herido grave, otras 30 personas con lesiones de distinta consideración y un número indeterminado de compañeros presos.
Mientras se encontraba una negociación en curso entre la CCC, el intendente Jorge Ale y el Concejo Deliberante de esa localidad jujeña para buscar una solución a la necesidad de viviendas de los ocupantes, se desató la indiscriminada y violenta represión policial.
Este episodio demuestra, una vez más, la decisión del Gobierno provincial de resolver los problemas del pueblo a los palos y los balazos en vez de buscar soluciones concretas a las justas demandas de los sectores sociales excluídos del “modelo”.
La CTA ha participado esta tarde, acompañando a los compañeros de la CCC, de la manifestación realizada frente a la Casa de la Provincia de Jujuy en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a través de los compañeros Julio Ortellado, Claudia Baigorria, Carlos Chile y Hugo “Cachorro” Godoy, entre otros.
Por todo lo expuesto, exigimos juicio y castigo a los culpables materiales e intelectuales de la represión, responsabilizamos de esta maniobra al Gobierno provincial y reclamamos del Gobierno nacional una amplia y efectiva investigación de lo sucedido y que se abstenga de mandar fuerzas de Gendarmería a la zona para reforzar el aparato represivo contra familias indefensas y trabajadores.
Sin justicia, no hay paz.
Carta abierta a la Presidenta
El ex jefe de Gabinete de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner refuta aquí declaraciones de la presidenta de la Nación sobre la ley de medios y la embestida política contra el Grupo Clarín.
Miércoles 27 de julio de 2011

Alberto Fernández . Publicado en LA NACION
Señora Presidenta: con más pesar que placer he leído el adelanto de la entrevista que la periodista Sandra Russo ha convertido en el libro La Presidenta. Entre los dichos que se adelantan periodísticamente sostiene usted que el Grupo Clarín ejerció, hace cuatro años, una enorme presión para impedir que usted fuera candidata a presidente , y que yo era, hacia dentro del Gobierno, el "vocero" de esa corporación empresaria.
Ha sostenido también que cuando usted se decidió a promover cambios en el sistema regulatorio de la radiodifusión yo preguntaba con "insistencia" qué era lo que se pretendía hacer al respecto, tratando de obtener información. Según sostiene, en una de las "tensas" conversaciones que, presuntamente, mantuvimos, usted me habría dicho: "Y si al Grupo [Clarín] no le interesa, ¿para qué te hacés problemas vos?". Como dije, leí sus expresiones con pesar. Se trata exactamente del pesar que provoca descubrir la mentira en boca de una persona con quien se ha compartido una etapa central de la vida del país, y también de la propia, y por la que aún se guarda consideración.
Aunque nunca creí que fuera necesario hacerlo, déjeme informarle que no tuve ni tengo vínculos políticos, profesionales o económicos con el Grupo Clarín. De buena fe, usted lo sabe. También sabe, por la relación que alguna vez tuvimos, que jamás me ocupé de defender los intereses de ese grupo económico. Por lo tanto, decir que fui "vocero" de esa empresa en el Gobierno no sólo afecta mi integridad ética, sino que ensucia mucho su propia credibilidad.
Yo ya acompañaba a Néstor Kirchner cuando en el país sólo un escueto 2% de argentinos sabían de él. Confié en sus ideas y en su conducta. Lo ayudé a alcanzar la presidencia de la Nación con toda honestidad y lealtad. Lo hice cuando muchos creían que todo nuestro esfuerzo era en vano. Usted misma, a veces, se reía de nuestra obcecación diciendo que nos habíamos embarcado en una "loca aventura".
Cuando Kirchner me confió la Jefatura de Gabinete , sólo respondí a sus órdenes y no defendí ningún otro interés que no tuviera que ver con sus decisiones y, por supuesto, con el bien común. Si de alguien oficié de "vocero" en ese lapso, fue del gobierno que condujo ese gran presidente que fue su marido. Usted era también protagonista principal de esa etapa. Sabe, por lo tanto, que esto fue así y de ello dieron cuenta todos, absolutamente todos los comunicadores en esa época.
Precisamente, en cumplimiento del rol que me fuera encomendado, y al depender de mí la Secretaría de Medios, tuve que vincularme con todos los medios de comunicación. He tenido así las relaciones tensas que habitualmente se establecen entre el poder y la prensa. Guardo la íntima tranquilidad de haber actuado siempre preservando los intereses que debía representar: los del gobierno que eligieron los argentinos.
Permítame recordarle algunos de esos momentos de tensión, por si los hubiera olvidado. Fui yo el único funcionario que imputó públicamente al diario Clarín el haber llevado adelante una operación periodística contra una secretaría de Estado. Y también fui el único director de Papel Prensa que -sin guantes de boxeo- logró que los socios privados invirtieran más de ocho millones de dólares para combatir la contaminación que la planta fabril causaba en su proceso productivo. Vale la pena recordar que, siendo un abogado recién recibido, yo ya denunciaba la complicidad intelectual de ciertos medios con la dictadura militar que asaltó el poder el 24 de marzo de 1976 y que a algunos de esos personeros los llevé con pruebas ante los estrados judiciales sin otra intencionalidad que no fuera la búsqueda de la verdad.
Su conciencia conoce que con el Grupo Clarín no tuve más relación que la que Néstor Kirchner dispuso que tuviera. Con sus directivos almorcé tantas veces como lo hizo usted y en ninguna de esas ocasiones observé algo impropio. Debe saberlo bien, porque todas las comidas fueron en la residencia presidencial de Olivos y siempre contaron con su presencia. Supe además que, habiendo dejado yo mi cargo en el gobierno nacional, usted siguió frecuentándolos en más de una oportunidad, con lo cual es evidente que nunca necesitó de mí para mantener ese vínculo.
Según dice usted, los directivos del Grupo Clarín le transmitieron directamente a Néstor Kirchner su oposición a la idea de que usted fuera la candidata presidencial. Si así fue, yo ni me enteré. Queda claro, según evidencian sus propias palabras, que en semejantes conversaciones no era necesaria mi presencia. Pese a todo, sí me asombra descubrir que usted no supiera lo que era conocido por todo el Partido Justicialista y la mayoría de los argentinos: que fui yo un sincero impulsor de su candidatura. Miles de testigos e incontables registros gráficos y televisivos confirman esa obviedad. Yo sé que no necesita chequearlos simplemente porque le consta.
Permítame recordarle algo más. La denominada ley de medios fue hecha pública ocho meses después de mi renuncia; fue elevada al Congreso Nacional un año después de mi alejamiento del Gobierno (tras la elección de 2009) y promulgada tres meses más tarde. Hasta donde yo recuerdo, la última vez que cruzamos palabras usted y yo fue justamente el día en que mi sucesor asumió en mi reemplazo. No es verdad que yo estuviera preocupado por esa ley, sencillamente porque en esa época ese tema no estaba en la agenda suya como presidenta y porque tampoco usted mostraba interés en cambiar esa norma. Nunca hablamos sobre la modificación de la ley de medios, simplemente porque usted no la tenía en carpeta.
Los argentinos sabemos de sus cruzadas. Algunos, incluso, la hemos acompañado en muchas de ellas. Créame que no hace falta fabular batallas para parecer heroica.
La novela de George Orwell 1984 transcurre en un Estado en el que existe un "Ministerio de la Verdad" dedicado a manipular o destruir los documentos históricos, para que las evidencias del pasado coincidan con la versión que de la historia quiere imponer el gobierno en cada coyuntura. Tal vez sus aseveraciones pueden entenderse como un intento de trastocar lo ya sucedido y construir una historia que, acomodada a sus actuales conveniencias, le haga más llevadero aquello que le resulta difícil de explicar.
Yo sé bien que usted cree en la necesidad de construir un relato propio sobre la realidad que ampare el mundo dual en el que vive. Seguramente por eso trate de emularlo a Orwell. Pero a mí difícilmente me convenza. He sido un testigo privilegiado de ese tiempo y no voy a poder dar por cierta la historia novelada que nos propone como verdad absoluta.
A diferencia de usted, suelo observar el pasado con la mayor asepsia. Sólo de esa manera logro hacer fructíferas las experiencias que ofrece la historia, aun cuando parezcan muy dolorosas.
Hubiera preferido no leer sus quimeras y hubiera preferido no tener que hacer públicas estas aclaraciones. Pero un viejo adagio popular enseña que el que calla otorga, y yo no quiero dar pie a que mi silencio haga parecer consentidas sus ficciones.
Además, también es necesario advertirle a usted sobre sus desaciertos, aunque no le guste que así se haga. No es bueno estigmatizar a ciudadanos con falsedades. Mejor es hacer frente a la verdad, con las buenas y malas cosas que ella nos ha deparado. Siempre la verdad es mejor para ejercer el gobierno y también para la calidad de nuestra democracia.
Soberbia y soja: ahí está la explicación
Joaquín Morales Solá - LA NACION- Lunes 25 de julio de 2011 |
La política se notificó de que la suerte de Agustín Rossi estaba echada el día en que Carlos Reutemann se alejó de él y del kirchnerismo. No porque Reutemann cuente con capacidad para dar vuelta una elección en su provincia, sino porque tiene un olfato especial para predecir el humor de los santafecinos. Algo le decía que su amigo Miguel del Sel estaba a punto de convertirse en un fenómeno electoral, aunque quizá nunca imaginó la noche de espanto que les esperaba a los socialistas. Es la misma percepción que llevó a Reutemann a alejarse de esta elección; sabe que las heridas abiertas en 2008 por las confiscatorias retenciones a la soja no han cicatrizado.
El kirchnerismo hizo todo lo contrario y pecó, como suele pecar asiduamente, de soberbia. Rossi es un hombre leal a sus líderes y un político componedor, pero le tocó ser la cara más visible de la defensa de aquella embestida del kirchnerismo contra la Argentina rural. Rossi y el kirchnerismo confirmaron ayer a Reutemann: la profunda crisis del gobierno nacional con los productores rurales vive ahora sólo una tensa tregua, no una reconciliación.
De hecho, la derrota de Rossi se convirtió en una paliza electoral, sobre todo en el interior sojero. El peronismo perdió ayer en Santa Fe casi el 50% de los votos que había conseguido hace sólo dos años. El precedente no es bueno para el proyecto de reelección de Cristina Kirchner ; en 2007 fue elegida con el voto masivo de los productores rurales, a los que vapuleó tres meses después de acceder al poder.
La irrupción de Miguel del Sel como segundo candidato mejor votado, que quedó casi junto al socialista Antonio Bonfatti y muy lejos del tercero, Rossi, es, sobre todo, la expresión del profundo anhelo de renovación política de los argentinos. Del Sel es un actor que hace política, aunque él diga que no la hace. Criticado injustamente por haber llegado al centro de la política desde los teatros de la porteña calle Corrientes, demostró que puede simplificar una idea abarcadora en una frase corta. ¿Es eso no hacer política? Es hacerla de otro modo, nada más.
La diferencia de Del Sel con los socialistas y con Rossi es mucho más amplia que la que aparece en los números si se comparan estructuras y recursos. Desde 1983, el peronismo santafecino siempre gobernó la provincia con la sola excepción de los últimos cuatro años, que están bajo la administración de la alianza socialista-radical. La estructura peronista en Santa Fe es, por lo tanto, fenomenal. Rossi es, además, un hijo dilecto del kirchnerismo nacional, que lo dejó solo, es cierto, pero que no le retaceó recursos.
Los socialistas tienen el gobierno provincial y eso significa ya, por sí solo, el dominio de una enorme estructura. Están aliados con los radicales, que tienen su propia y poderosa estructura. Del Sel no tiene estructura ni recursos. Es sólo un hombre popular que llegó a la fama por caminos propios.
En la más que excelente elección que hizo Del Sel debieron influir también los resultados de la Capital y el amplio triunfo reciente del macrismo. ¿Por qué negarle a Mauricio Macri la intuición precisa de haberle ofrecido a Del Sel, en las vísperas de la última Navidad, la candidatura a gobernador? ¿Por qué seguir despreciando esa idea que resultó exitosa y por la que nadie daba nada al principio de todo?
Del Sel le puso a Macri, en aquella primera conversación entre ellos, una sola condición: nunca se haría cargo de la corrupción de nadie ni la justificaría. Venía decepcionado por otro amigo personal, un importante gobernador kirchnerista, al que entrevió con más dinero que el que podía explicar. Sea como sea, Macri extendió ayer su influencia capitalina a otro de los cuatro grandes distritos electorales del país. No será candidato a presidente esta vez, pero la política no podrá prescindir de él después de octubre.
Una vieja anécdota cuenta que Néstor Kirchner dio instrucciones en 2007 para que los peronistas no permitieran el triunfo de los socialistas en las elecciones de gobernador. "¿Por qué tanta bronca contra ellos si podrían ser nuestros aliados?", le preguntó uno de sus principales operadores políticos. Respuesta de Kirchner: "No. No deben llegar al gobierno provincial, porque no roban y son buenos administradores. No se irán nunca". Cierto o no, los socialistas pudieron conservar, no sin un miedo postrero de infarto, el liderazgo de Santa Fe. Por momentos, creyeron que a la provincia se la llevaba Del Sel, al que siempre vieron como un inexperto recién llegado a la política. Falta establecer cómo influirán las empatadas elecciones de ayer en la candidatura presidencial de Hermes Binner.
Sin embargo, los socialistas también han pagado un precio caro por sus vacilaciones o por sus ambigüedades en el largo conflicto con el campo. También apoyaron al gobierno nacional en el Congreso en muchas de las decisiones más polémicas de Cristina Kirchner. En todas las mesas de la sojera Venado Tuerto ganó Del Sel; los socialistas salieron segundos y Rossi fue arrasado. Venado Tuerto es un solo ejemplo, pero lo mismo sucedió en casi todo el interior. El socialismo se recuperó de una agonía casi terminal con la buena elección que hizo en Rosario.
Cristina Kirchner tiene sólo 20 días, hasta el 14 de agosto, para resolver un conflicto político y social que no quiso solucionar durante más de tres años. Existe un triángulo sojero que abarca las zonas más ricas de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. No comprende a las grandes capitales provinciales, sino al interior rico en producción rural. Según especialistas electorales, ahí viven 1.200.000 electores de la Argentina, que en 2007 votaron masivamente a Cristina Kirchner. Quizás no sentían identificación política ni ideológica con ella, pero se sentían cómodos con la marcha de la economía. En 2008, cuando estalló el escándalo por la resolución 125, se divorciaron de la Presidenta de la peor manera. Cristina Kirchner debe desde ayer a Guillermo Moreno, y a su propia persistencia en el error, la peor derrota en la historia del peronismo en Santa Fe.
La pregunta que nadie puede contestar es qué harán esos votantes el 14 de agosto o el 23 de octubre. Los muestreos de las encuestas suelen tomar pequeños segmentos sociales para sacar conclusiones nacionales. Los productores rurales son callados y no hablan casi nunca con los encuestadores, que siguen naufragando en un fracaso estrepitoso. Un conflicto mayor emerge cuando se advierte que ese bloque de votos rurales parece actuar en conjunto y casi sin fisuras.
Las confusiones son peores que los errores: ayer quedó claro que el problema del interior rural es con la Presidenta y no sólo con Rossi. ¿Cómo explicar, si no, que María Eugenia Bielsa, primera candidata a diputada provincial, que tiene su propia personalidad alejada del fanatismo kirchnerista, haya hecho una elección abismalmente mejor que el kirchnerista Rossi?
Más de un millón de votos menos que en 2007 podrían condenar a la Presidenta a una segunda vuelta de infierno en las presidenciales. Esa es la más significativa lección que dejaron ayer los comicios de Santa Fe, mucho más importante que la derrota de un candidato condenado a la derrota . El fenómeno de Del Sel es, en ese sentido, la prueba de que el voto rural buscó una alternativa más confiable que los peronistas y que hasta los propios socialistas. Es el voto escondido de un país muy alejado de la estrepitosa vidriera kirchnerista de la Capital
Las derrotas y el futuro de la Presidenta
Por Joaquín Morales Solá- Domingo 24 de julio de 2011 |
La política toma a veces atajos extraños y lo que parece ahora termina no siendo luego. Mauricio Macri se impondrá el próximo domingo a Daniel Filmus por un amplio margen , según la última medición de Poliarquía. Todos los candidatos presidenciales opositores podrán celebrar, pero ninguno podrá compartir esa probable victoria. Cristina Kirchner sufrirá la segunda derrota consecutiva en la Capital, sumado al eventual fracaso de hoy en Santa Fe , pero nadie puede predecir que todas esas desdichas electorales serán un pronóstico de su futuro personal.
Las semanas que preceden al 14 de agosto clave están signadas por esa contradicción: la afición antikirchnerista se regodea ante la perspectiva de un final de ciclo y las mediciones de opinión pública siguen desmintiendo esa euforia. Las mediciones no son infalibles (más bien son demasiado falibles) ni la sociedad es un bloque petrificado; cambia, al revés, con mucha frecuencia.
Sin embargo, la política puede ignorar muchas cosas, menos los únicos datos constatables que existen. Esos datos indican que la Presidenta ganaría la reelección en primera vuelta si las elecciones fueran en los próximos días. Hay diferencias en el porcentaje de votos, o en la distancia con el segundo, entre las distintas encuestadoras; la unanimidad de éstas, no obstante, coincide en aquel primer dato esencial sobre la reelección de Cristina Kirchner.
También es cierto que la política flotará en la incertidumbre hasta el segundo domingo de agosto. No hay encuesta, por más honesta y amplia que sea, que pueda superar a la opinión explícita de millones de argentinos que votarán obligatoriamente ese día. Nadie oirá a Macri, por ejemplo, inclinarse por un candidato presidencial hasta después de las elecciones de agosto. El líder capitalino aumentó 8 puntos su imagen positiva nacional desde que ganó la primera vuelta; ahora está rondando el 50 por ciento. Macri usará los 15 días que le quedan entre la segunda vuelta en la Capital y la elección primaria nacional para conversar con todos los candidatos presidenciales. Una manera elegante de mirar pasar el tiempo.
Los últimos días de campaña en la Capital podrían ser, sí, un presagio del futuro. El kirchnerismo hizo dos denuncias al macrismo. Una se refiere a una encuesta telefónica que habría indagado sobre la opinión de los porteños acerca de la incidencia de los escándalos de Schoklender y del Inadi en la imagen de Filmus. La otra habría contado una historia del padre del candidato kirchnerista, al que se vinculó con las obras de Hebe de Bonafini en su condición de arquitecto, que no es cierta. La primera es una averiguación del estado de la opinión pública habitual en cualquier partido en campaña electoral.
La segunda es más grave, porque contenía una información que es falsa sobre un familiar directo de Filmus. Ninguna constituye un delito penal; se trataría, en el segundo caso, de un delito electoral o de un problema ético. Es, en verdad, un problema ético, lo haya hecho quien lo haya hecho. Sin embargo, el kirchnerismo carece de autoridad moral para denunciar un conflicto ético de esa naturaleza.
Filmus nunca cayó personalmente en tales trampas electorales, pero su gobierno practica la difamación de los adversarios como una alegre rutina. Desde la inexistente cuenta en el exterior de Enrique Olivera hasta las falsas conexiones de Francisco de Narváez con un caso de tráfico de drogas, pasando por la reinvención calumniosa y constante de las historias de sus opositores o críticos, el kirchnerismo ha sido la franja política que más cultivó esa despreciable forma de construir poder.
Macri debería investigar él mismo quién hizo eso, si es que eso sucedió como lo cuenta el kirchnerismo. La oposición existe también para diferenciarse del Gobierno en los modos y en los métodos. Es cierto que el kirchnerismo ha hecho cosas mucho peores que darle un título universitario inexistente al padre de Filmus, pero también es cierto que el precedente no habilita a nadie para plagiar prácticas que deberían ser expulsadas de la política.
Tal vez, el futuro estará más cerca que octubre. No pocos funcionarios kirchneristas se preguntan ahora para qué les servirán las internas de agosto. Muchos no pueden contestarse por qué el Gobierno no habilitó ya alguna fórmula, siempre judicial, para anular esa convocatoria que se hizo en otro contexto y con otros protagonistas. El problema es que cada día que pasa se encoge aún más el margen político para hacerlo , se quejó uno de ellos.
Nunca pueden ser buenas para el Gobierno las cosas electorales que la oposición aplaude. La oposición aplaude las primarias obligatorias de agosto. El lunes 15 de agosto comenzará la construcción de otra oposición. Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Hermes Binner y hasta Alberto Rodríguez Saá se encontrarán ese día con la historia.
Entonces estarán despojados de vanidades y de paranoias, solos frente a las cifras que exhibirán las ganas y las desganas de la opinión pública. Todos ellos ya reflexionan, encerrados dentro de un secreto insuperable, sobre qué harán para enfrentar las presidenciales de octubre. A Duhalde fue al único que se le escapó el inconsciente en una conferencia pública: Todos deberán apoyar al que salga segundo , dijo, pero al día siguiente debió desdecirse a medias. No se va a una guerra anunciando una rendición. Ya no tendremos sólo un proyecto presidencial. Deberemos trabajar para la historia , dijo otro de ellos. No agregó nada más. No era necesario.
El día después estará también la opinión de un Macri abruptamente seguro sobre quién será el mejor. No hay que dar tantas vueltas: apoyará al que esté en mejores condiciones de batir a Cristina Kirchner. Cuatro años más compartiendo la administración con el kirchnerismo podrían significar para él, por la vía de la asfixia política y económica o de la persecución judicial, un riesgo demasiado grande para su carrera política. Eso es, al menos, lo que suele decir.
Los candidatos comienzan a endurecer su campaña. Duhalde y Carrió no tienen nada en común, salvo el desprecio mutuo, pero se parecieron en estos días: le pusieron color y calor a la campaña. Duhalde tiene su historia presidencial como pergamino, pero tiene, también, demasiados años en la primera línea de la política argentina como para no sufrir el necesario desgaste. Expresa, de algún modo, a una generación de políticos que los argentinos anhelan renovar. Bascula entre ambos extremos.
Carrió despertó durante ocho años a los argentinos dormidos. Les habló de la corrupción, del tráfico de drogas, de la injusta guerra con el campo, de la inhumana manipulación de los derechos humanos por parte del oficialismo. Algunos se lo agradecen; otros rechazan esos ruidos que rompen la placidez del sueño. Es el precio que deben pagar los que hacen las veces de acicates sociales.
Alfonsín está recibiendo críticas internas porque su campaña empalideció ante la irrupción de los expresivos Carrió y Duhalde. Alfonsín se mueve como si protagonizara una campaña sueca, con buenos modales y con palabras amables. Alfonsín hace política como es él; nunca actúa. Tiene, con todo, una ventaja: su padre muerto, Raúl Alfonsín, es aún hoy uno de los políticos más populares del país, según mediciones muy recientes.
El Gobierno flota con viento a favor y bajo un cielo despejado. Por ahora. Nadie sabe hasta cuándo. Los ministros no son ministros. El Gobierno es una ausencia cada vez más notable, pero eso importa poco. Importa la percepción social de que existe un gobierno. El kirchnerismo está seguro de que sólo necesita para ganar de esa vaga imagen instalada entre los argentinos ocupados en otros menesteres. Pero toda imagen necesita de un contenido para durar.
¿"Cristina eterna" o "fin de ciclo"? Hoy responde Santa Fe
Por Mariano Grondona LA NACION Domingo 24 de julio de 2011
En estos días compiten tres visiones de nuestro futuro político. Apoyándose sobre el anhelo de una "Cristina eterna" que expresó en su momento la diputada Diana Conti, la primera de estas visiones anticipa que Cristina Kirchner ganará el 23 de octubre en forma tan rotunda que quedará muy cerca del máximo objetivo "cristinista": conservar todo el poder por todo el tiempo. Esta rotunda "victoria anunciada" la habilitaría para forzar, inmediatamente después de los comicios, una reforma constitucional que le permitiría superar el horizonte temporal del año 2015, que todavía restringe su ambición política.
En el otro extremo gravita la visión ya no "óptima" sino "pésima" para Cristina según la cual la seguidilla electoral, que aún nos espera de aquí al 23 de octubre, irá subrayando la posibilidad contraria de que el ciclo de poder del kirchnerismo-cristinismo haya iniciado su fase terminal. Existe en fin una visión intermedia entre aquellos dos extremos: que Cristina, después de ganar en octubre la reelección con vistas al período 2011-2015, se tope con crecientes dificultades para gobernar y esto hasta un punto tal que, siguiendo el antiguo refrán de que "nunca las segundas partes fueron buenas", no tenga fuerzas suficientes para conservar su poder más allá de 2015, sea porque no consigue reformar la Constitución, sea porque las dificultades de largo plazo que ha suscitado con su política inflacionaria y con su negación de la realidad económica mediante las distorsiones como la del Indec terminen por alcanzarla. Cada uno de estos tres futuribles o "futuros posibles" de la realidad actual promete un destino diferente para Cristina: el mejor, su triunfo en toda la línea; el peor, el fin inminente de su ciclo de poder; el tercero no ya un fin inminente pero sí un fin a mediano plazo, de aquí a cuatro años.
Triunfos y derrotas
El argumento principal del optimismo cristinista es que si bien la Presidenta ha acortado imprudentemente su irradiación popular al privilegiar en sus listas de candidatos a los militantes de La Cámpora y a otros incondicionales cuyo mérito más conocido es la lealtad como Amado Boudou para la vicepresidencia y Gabriel Mariotto para la vicegobernación de la provincia de Buenos Aires, aun así ella se ha ubicado tan "por encima" del nivel de sus propios cortesanos que las previsibles derrotas que el cristinismo sufrirá en la seguidilla de comicios parciales que ya ha comenzado no la afectarán cuando llegue la hora decisiva de la elección presidencial.
¿Hasta qué punto los comicios de Santa Fe , que se realizarán hoy, y la segunda vuelta en la Capital Federal, que ocurrirá el próximo domingo, podrían inclinar la suerte del país hacia alguna de las visiones enunciadas? Este domingo y el próximo, ¿cuáles son las cifras que traerían alivio al cristinismo y cuáles las que podrían sumirlo en un clima de derrota? Ni en Santa Fe ni en la ciudad de Buenos Aires, el Frente para la Victoria podrá ganar. Podrá, eso sí, perder más o menos honorablemente . En Santa Fe, una derrota "honorable" de Agustín Rossi, el candidato a gobernador de Cristina, sería quedar segundo de Antonio Bonfatti, el candidato escogido para sucederlo por el gobernador Hermes Binner. Una derrota claramente perjudicial sería, al contrario, que Rossi quedara tercero detrás de Miguel Del Sel, candidato de Pro.
En la segunda vuelta de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri le ganará a Daniel Filmus, pero la cuestión es por cuánto . En la primera vuelta del domingo 10 de julio, Macri derrotó a Filmus por 47 puntos porcentuales contra 27. Quedarían en principio otros 26 puntos por distribuir. Si Filmus logra quedar con 40 puntos contra 60 de Macri, su derrota sería "honorable". Si queda más abajo, digamos con 35 puntos contra 65 de Macri, su derrota sería categórica. Si bajara aún más, digamos a 30 puntos contra 70, sería catastrófica.
Hace dos días, Filmus acometió su última atropellada al acusar a Macri y a su asesor Jaime Durán Barba de haber lanzado una campaña sucia contra él a través de su padre. La plana mayor del macrismo, incluido Durán Barba, sostuvo a su vez que la arremetida final del candidato cristinista constituyó, precisamente, esa "campaña sucia" que él mismo denunciaba; un "manotón de ahogado", producto del pánico.
Los ciclos y los plazos
Cuando Néstor y Cristina Kirchner lanzaron en 2003 su ofensiva para obtener todo el poder por todo el tiempo, el principal obstáculo que encontraron fue la reforma constitucional de 1994 que, siguiendo a otras constituciones como las de Estados Unidos y Brasil, sólo permite dos presidencias sucesivas de cuatro años cada una. Procuraron eludirlo mediante la llamada alternancia conyugal, una burla al espíritu de la reforma constitucional mediante la cual Néstor y Cristina se sucederían en el interior del matrimonio del poder. Néstor, así, gobernó de 2003 a 2007; Cristina lo haría de 2007 a 2011; este año le tocaba otra vez el turno a Néstor, y así sucesivamente. En octubre de 2010, empero, la muerte de Néstor interrumpió la alternancia conyugal . Hoy, aun cuando fuere reelegida el 23 de octubre, Cristina ya no podría intentar la re-reelección . De ahí la fundada sospecha de que, de ganar otra vez la Presidencia en los comicios presidenciales de octubre, Cristina promovería una reforma constitucional para allanar este obstáculo.
Ante este objetivo eventual se interpone, más allá de la lógica de los plazos que la Presidenta trataría de manejar, otra lógica que no está escrita en la Constitución sino en la realidad: la lógica de los ciclos. Ya se hayan fijado plazos o no, los ciclos, aun sin estar reglamentados, gobiernan la historia según lo anticipó Jorge Luis Borges en su poema La noche cíclica : "Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras: los astros y los hombres vuelven cíclicamente". Podría sostenerse que ésta es una visión metafísica, pero el hecho es que, siendo los tiempos políticos del poder también cíclicos, cuando los constituyentes de los Estados Unidos, Brasil, la Argentina y otros países democráticos pensaron en plazos, quisieron definirlos lo más cerca posible de los ciclos políticos de alrededor de ocho años de poder que, según la experiencia histórica, les resultaban probables.
Aun si el cristinismo lograra entonces vulnerar nuestros plazos mediante una reforma constitucional, aun así tendrían que atender a la realidad que les dio origen en la mente de los constituyentes: que no sólo los astros sino también los hombres giran "cíclicamente". Otra pregunta fundamental se antepone entonces a la reflexión sobre los plazos que preocupa al cristinismo: si el "ciclo" iniciado en 2003 ya se halla o no se halla todavía en su estación terminal. ¿Quién fija en todo caso la duración de los ciclos? El humor del pueblo. Ya lo hemos comprobado con el presidente Menem, que también soñaba con un poder sin término. En 1995, cuando obtuvo holgadamente la reelección, Menem era todavía una suerte de "Gardel" para los argentinos. Tres años más tarde, cuando culminaba su segunda presidencia, un día el humor político de los argentinos hizo clic, y desde ese insondable momento resultaron inútiles, hasta patéticas, las maniobras re-reeleccionistas del presidente. ¿Cuál es la instancia en que se halla hoy el ciclo kirchnerista-cristinista? ¿Todavía en su cenit o iniciando ya su ocaso? Más allá de lo que signifiquen para la geografía electoral de cada uno de los distritos, los comicios que empezaron hace dos domingos y que habrán de sucederse a partir de hoy de semana en semana, nos lo dirán.

¿El error de Cristina fue comprar lo que vendía?

Mariano Grondona. para LA NACION 17.7.11.-
Nunca compres lo que vendes." Este refrán está destinado a los comerciantes inescrupulosos y a los políticos manipuladores porque se supone que los comerciantes y los políticos veraces, aquellos que no "sobrevenden" lo que ofrecen, no tienen por qué temer que les devuelvan lo que entregan. El consejo práctico de no comprar lo que uno vendió apunta especialmente a los vendedores de fantasías porque les advierte el peligro principal que los acecha: el riesgo de "creérsela", enredándose en sus propias maquinaciones. Es que, cuando alguien engaña a otros, puede terminar por convencerse también a sí mismo, pasando del engaño al autoengaño . Este es el flanco más vulnerable de los engañadores.
En la hipocresía , el propagandista desleal es suficientemente astuto como para no caer en su propia trampa. En la alucinación , cuando el propagandista bebe su propio veneno, al autoengañarse recupera en cierto modo la sinceridad pero la falacia de su maniobra inicial queda finalmente al descubierto. Si desde el punto de vista moral es mejor el que se engaña a sí mismo, desde el punto de vista político es peor porque su contradicción, cuando queda al desnudo, lo convierte en blanco fácil de sus adversarios. Una vez que advierte el error en el cual ha caído, el autoengañado puede salvarse a través de una autocrítica que le permita reconciliarse con la realidad. Pero si el autoengañado persiste en su error pese a las señales de alarma que le dicen que se está alejando de ella, se convierte en "autista". Su mal deja de ser, entonces, moral o político y pasa a ser patológico: una enfermedad de la mente.
 
Cuando, con la ayuda de su formidable aparato de propaganda, la Presidenta difundió la suposición de que ya había ganado las elecciones, ¿anticipó una verdad, intentó engañar a los demás o se engañó a sí misma?
¿Fue veraz, manipuladora o alucinada?
El perfil del "cristinismo"
Al lanzar su campaña electoral junto al anuncio de que "ya ganó", ¿la Presidenta fue sincera? ¿Creía ella misma en este anuncio o, sin creer en él, pretendía manipular a los ciudadanos? Desde el momento en que Cristina, al igual que su marido, ha hecho del hermetismo una coraza impenetrable porque no concede reportajes ni conferencias de prensa como se estila en las democracias, blinda su pensamiento. Cada una de sus presentaciones públicas por cadena oficial se parece, en este sentido, a una obra de teatro cuidadosamente montada. Lo único que puede deducirse de estas presentaciones es el doble mensaje que han procurado transmitirnos: primero, que Cristina es invencible; segundo, que los votos que se le sumen sólo le pertenecen a ella. Cristina no se presenta como una presidenta democrática que compite en igualdad de condiciones con los demás candidatos. No pretende ser una "presidenta", sino una "reina" situada en un plano superior, pero aun así es una reina que, al revés de las verdaderas, sigue sometida a la voluntad popular.
 
Todo candidato procura sumar votos ajenos a los propios para alcanzar la mayoría. Si Cristina cree que es invencible, en cambio, también cree que puede disponer a su antojo de todas las candidaturas sin recurrir a nadie más porque no necesita practicar la virtud de la humildad. Y fue así cómo, al digitar las listas de sus candidatos en todo el país, dio rienda suelta a sus preferencias particulares escogiendo a sus favoritos sin acudir a ningún auxilio "externo" y reduciendo de este modo el kirchnerismo al cristinismo . Se dio así el lujo de convocar casi sin límites a los militantes de La Cámpora que preside su hijo, jóvenes sin base propia sino urdida y financiada desde la Casa de Gobierno, o a candidatos totalmente "inventados" como Amado Boudou y Gabriel Mariotto, sin recurrir a otros sectores potencialmente afines del peronismo tradicional del Gran Buenos Aires o el sindicalismo, que quedaron relegados. En vez de "ampliar" su base electoral mediante incorporaciones diversas, como lo hacen todos los partidos "normales" en una inevitable demostración de humildad, Cristina la "redujo" sólo a aquellos que no tendrían que agradecerle sino a ella su caprichosa promoción. Si Cristina creyó que ya había ganado y que los votos oficialistas eran solamente de ella, ¿por qué iba a actuar de otra manera?
 
Pero si ésta era la convicción de Cristina antes del último domingo, ¿cuál será su reacción ahora, ante la evidencia de que sus favoritos acaban de perder estrepitosamente en la Capital y nada menos que frente a Mauricio Macri, el opositor al que ella ha maltratado más que a ningún otro? ¿Cómo reaccionará cuando las cifras de la ciudad de Buenos Aires se repitan en pocos días más en Santa Fe y en Córdoba? Aunque no la confiese, ¿será su reacción íntima, como la de Fito Páez? ¿O está todavía en condiciones de reconciliarse con la realidad?
¿Cristina ya perdió?
Si fue arbitraria y está a punto de ser desacreditada la tesis oficial de que "Cristina ya ganó", ¿tiene acaso más asidero la tesis opuesta según la cual "Cristina ya perdió"? Sería aventurado afirmarlo. Las derrotas cristinistas en Santa Fe y en Córdoba pueden ser anticipadas. Las elecciones primarias del 14 de agosto, en las cuales el voto será nacional y obligatorio, constituyen, al contrario, una incógnita crucial. A estas elecciones concurrirán alrededor de 20 millones de personas, a menos que el oficialismo, que ya está arrepentido de haberlas convocado, consiga abortarlas a último momento. La votación del 14 de agosto y no ya las cifras merecidamente desprestigiadas que suministran los encuestadores del Gobierno, émulos del Indec, será entonces, de aquí a menos de un mes, nuestra auténtica encuesta. En esa fecha aprenderemos dos cosas. La primera, si Cristina llega o no llega al 40 por ciento, que es el "piso" que necesitará para encarar el 23 de octubre con posibilidades de ser reelegida. La segunda, cuál de sus opositores, Alfonsín, Duhalde o algún improbable "tapado", conseguirá erigirse como el principal candidato alternativo a la presidencia, convocando a partir de ahí al grueso del "no cristinismo".
Mientras tanto, y a menos que Cristina le ordene al dócil Filmus retirarse de la segunda vuelta en la Capital del 31 de este mes, Macri concurrirá a ella con la perspectiva de sumar alrededor del 65 por ciento de los votos porteños. Es por delante de este horizonte que podrían interpretarse las recientes declaraciones de la candidata a vicejefa porteña, María Eugenia Vidal, quien no descartó un eventual apoyo a Cristina en las elecciones presidenciales. Si se tiene en cuenta que existe un porcentaje menor, pero no despreciable de votantes porteños que, aun prefiriendo a Macri para la ciudad, podrían votar por Cristina en octubre, hubiera sido poco práctico de parte de Vidal arrojarlos de aquí a dos semanas de su lado, con lo cual acaba de mostrar lo que le ha faltado hasta ahora a la Presidenta, realismo y humildad, para sumar y no para restar votos en vísperas de las elecciones porteñas, lo cual no excluye que aun sin decirlo, el macrismo sepa de antemano que Cristina, a menos que se convierta al ejercicio pleno de la democracia, lo tiene todavía como enemigo principal.
¿Cuál es, entonces, el vaticinio más consistente a esta altura de los acontecimientos? Que Cristina no ganó, pero aún puede ganar. Que la oposición no perdió, pero aún puede perder. La pugna electoral del 23 de octubre continúa con final abierto, como corresponde en una democracia en que la corona de la soberanía no le pertenece a ninguna persona en particular, por más que ella lo crea, sino únicamente al pueblo.

Difunden presuntos mails de funcionarios
14 jul 2011- Florencia Donovan para LA NACION
Un sitio de Internet podría transformarse en la pesadilla de medio gabinete, al mismo tiempo que promete hacer furor en las redes sociales. Desde hace días circula en la Web un blog, Leakymails.blogspot.com, que contiene supuestos correos electrónicos de ministros, secretarios de Estado y jueces de la Corte Suprema, entre otras personas públicas.
El sitio, cuyo nombre remite a WikiLeaks, la página que filtró los archivos secretos del Departamento de Estado norteamericano, se nutre de las supuestas casillas de correo privadas del ministro de Planificación Federal, Julio De Vido; de la ministra de Seguridad, Nilda Garré (cuando estaba a cargo de Defensa); de Héctor Timerman (cuando era embajador en los Estados Unidos); de Amado Boudou (entonces director general de la Anses); del juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni; del secretario de Inteligencia, Héctor Icazuriaga, y del coordinador de la Unidad Presidencial de la Argentina y de Unasur, Rafael Folonier.
Los correos filtrados van de 2005 a 2011. Ayer La Nacion se contactó con los ministros involucrados o con sus voceros para confirmar la veracidad de los correos. En algunos casos no respondieron los llamados del diario; en otros, sí, y no desmintieron los contenidos de los mails
"Es una típica operación preelectoral. Es repugnante y gravísimo", dijo un vocero de Julio De Vido. Admitió que el ministro tuvo en algún momento una cuenta de Fibertel, que es la que aparecería hackeada , y no desmintió su contenido. "No sabíamos nada de esto; nos acabamos de enterar por ustedes", reconoció, por su parte, un vocero de Boudou.
La Nacion también se comunicó con varias de las personas que aparecen enviando correos a los funcionarios cuyas casillas fueron hackeadas, y en muchos casos reconocieron sus textos como "familiares".
El sitio es completamente anónimo. Sin embargo, ayer se convirtió en uno de los temas de conversación en Twitter, donde Leakymails tiene una cuenta propia, además de una página en Facebook.
La página dice que "fue concebida con la intención de obtener transparencia por medio de la difusión y publicación de correos electrónicos como así también de fotografías y cualquier otro tipo de material de importancia sociopolítica que ayude a los ciudadanos de las diferentes naciones del mundo, no sólo a que vean los actos de corrupción y de hipocresía de los cuales son víctimas, sino que además sirva como instrumento y soporte para que cada día todos juntos luchemos por instituciones y gobiernos más transparentes".
Con el lema, "Dé freno a la mentira y a la hipocresía", Leakymails reproduce supuestos mails con contenidos tanto privados como de temas que fueron noticia en algún momento durante la gestión kirchnerista. Por ejemplo, en el caso de Boudou, reproduce la cadena de correos que muestran paso a paso cómo se habría gestado la idea de estatización de las AFJP y sugieren cómo el ministro, que entonces era director ejecutivo de la Anses, se comunicó un día antes de que se conociera la noticia con un periodista del diario Clarín para darle la primicia.
En el caso de Folonier, se pueden seguir las supuestas gestiones del Gobierno para que la fábrica de tractores Pauny, autogestionada por sus empleados, pudiera vender sus máquinas en Venezuela; se revela cómo se armó el fallido viaje de Néstor Kirchner a ese país, para sumarse a las negociaciones de liberación de los rehenes de la FARC, e incluso se describe cómo golpeó profundamente al Gobierno en su momento la pelea con el campo y la famosa votación en el Congreso de la resolución 125, que siguió de cerca minuto a minuto hasta el presidente Hugo Chávez.
También se desprende cómo Héctor Timerman, en ese momento embajador en los Estados Unidos, planteó como estrategia que Cristina Kirchner debía convertirse en la interlocutora de ese país para la resolución de conflictos regionales. Según los correos atribuidos al actual canciller, la Presidenta entendía la mentalidad norteamericana y los norteamericanos al mismo tiempo admiraban su forma de razonar los problemas. Para Timerman, Cristina Kirchner podía hablar sin temor a alguna represalia ni que los Estados Unidos vieran a la Argentina como un competidor por lograr una hegemonía, como sí sucedería en el caso de Brasil.
Relación con Techint
Del mismo modo, de los correos atribuidos a Julio De Vido se desprende la fuerte injerencia que tiene en los asuntos de la cartera su secretario privado, José María Olazagasti, y se puede seguir además el intercambio frecuente de mails que habrían llevado adelante el ministro y Luis Betnaza, director de Relaciones Institucionales del grupo Techint. Por entonces, esa compañía lidiaba con la nacionalización de su empresa Sidor por parte del gobierno de Chávez.
De la supuesta casilla de mail de Icazuriaga, en tanto, se desprende la cercana relación del secretario de Inteligencia con los dirigentes de La Cámpora.
No es la primera vez en la era kirchnerista que se difunden por Internet mails privados de funcionarios públicos. En 2006, fue investigada por la Justicia una denuncia por el espionaje de los correos de más de 30 personas, entre jueces, senadores y periodistas.
En esa ocasión, desde el Gobierno negaron que la Secretaría de Inteligencia (ex SIDE) estuviera detrás de la maniobra. Entre otros, se habían difundido los correos reservados de Zaffaroni; del presidente provisional del Senado, José Pampuro; del director de La Nacion, Bartolomé Mitre, y del CEO del Grupo Clarín, Héctor Magnetto. Fuente: http://ar.noticias.yahoo.com/difunden-presuntos-mails-funcionarios-030000264.html

Al Gobierno no le sirve ninguna lección
Joaquín Morales Solá- LA NACION- Miércoles 13 de julio de 2011
Pocas veces se ha visto con tanta claridad, como ocurrió en las elecciones de la Capital, que el kirchnerismo no reconoce los errores como una lección de vida. Su vocación para construir una versión propia y solitaria de la realidad es idéntica a la que tiene también para caminar por la política a contramano de la experiencia histórica. La insistencia en concurrir a la segunda vuelta no sólo es una carga pesada para los ciudadanos y para los recursos públicos; también es un error político. Ese error se convirtió en un monumental absurdo cuando personajes representativos del kirchnerismo, políticos o de la cultura, decidieron insultar a los porteños porque votaron a un adversario .
En efecto, los ciudadanos de la Capital tienen tres elecciones obligatorias más en los próximos meses: las internas abiertas del 14 de agosto y la primera y la eventual segunda vuelta de los comicios presidenciales. ¿Para qué agregarles una más? ¿Qué cambiará? Mauricio Macri necesita sumar menos del 3% a su caudal de votos para alcanzar el 50%. Daniel Filmus está obligado a conquistar más del 22%. La diferencia es abismal. "Ya perdimos una vez. ¿Para qué vamos a perder dos veces? Macri ya sacó casi el 50 por ciento de los votos. ¿Para qué vamos a darle la oportunidad de sacar el 60 por ciento?", decía ayer un funcionario con acceso a las dependencias presidenciales. Razonable, pero inútil. La Presidenta decidió sola en la noche del domingo que el ballottage debía realizarse. No escuchó a nadie, no pidió la opinión de nadie ni lo consultó a Filmus , que es quien deberá hacerse cargo de otra derrota. En rigor, la mayor culpa del senador fue permitir que el cristinismo le impusiera la campaña, los candidatos y la carga del fracaso. Muchos funcionarios murmuran lo mismo en voz baja, pero nadie lo quiere decir en público: Cristina Kirchner también es culpable de lo que le sucedió al oficialismo en el devastador domingo de elecciones.
En el caso de las encuestas se encierra una diferencia fundamental entre Néstor y Cristina Kirchner. El ex presidente también enviaba a sus encuestadores a mentirle a la opinión pública, pero jamás permitió que le mintieran a él. Desde la Presidenta hasta Filmus, pasando por todo el gobierno nacional, estaban convencidos hasta el domingo último, en cambio, de que la diferencia entre Macri y Filmus sería infinitamente menor que la que terminó sucediendo. Cristina ha impuesto una manera de gobernar según la cual ella sólo debe recibir buenas noticias, hasta que la realidad le explota en sus pies.
El derrumbe de los encuestadores merece un párrafo aparte. La Capital es una de las regiones más fáciles del país para hacer mediciones de opinión pública. Es un territorio pequeño, tiene una sociedad homogénea y sólo una minoría muy pequeña carece de teléfono fijo. Los métodos y las técnicas se han perfeccionado durante los últimos 40 años. No hay otra explicación que la corrupción para explicar tantos errores en condiciones tan favorables. Sólo una encuestadora conocida y prestigiosa, Poliarquía, quedó en pie; otra, Management and Fit, comienza a construir nombre y prestigio. No hay nada más; la caída provocada por la manipulación del kirchnerismo se llevó nombres prestigiosos en la historia de las mediciones argentinas.
Más le valdría en estas horas a la Presidenta no ignorar lo que está sucediendo en Europa, continente que se asoma peligrosamente al abismo de una monumental crisis financiera y económica. Si el colapso ocurriera, la Argentina no será un espectador entretenido de sus consecuencias; también cargará con ellas. El país no está fuera del mundo ni de la economía mundial, por más que la diplomacia argentina se haya esmerado en los últimos años en colocar al país en otro planeta. ¿Hará el equipo económico de Cristina lo mismo que hicieron sus encuestadores?
Otra lección que nadie aprendió es que la persecución injusta termina creando víctimas y que la sociedad se pone siempre del lado de las víctimas. Macri fue procesado rápidamente, sin fundamentos decisivos, por el mismo juez, Norberto Oyarbide, que le permite a Ricardo Jaime salir del país o que nunca llamó a declarar a Hugo Moyano. El nuevo plan de seguridad del gobierno nacional fue un mensaje claro: la sociedad capitalina tendría policía y seguridad sólo si lo echaba a Macri. Ese plan expulsó más votantes independientes que los que conquistó. En un territorio crecientemente hacinado por las villas de emergencia, el único plan de viviendas del gobierno nacional fue el que pasó, como pasó, por las manos de Hebe de Bonafini y de Sergio Schoklender. Esa condena a pan y agua a Macri fue percibida por un número imposible de calcular de electores que terminaron votando por Macri.
Sucederá lo mismo con los hermanos Noble Herrera, perseguidos, ultrajados y agraviados en los últimos años por el único pecado de ser hijos de la directora de Clarín. Las pruebas de su ADN señalaron que no tienen nada que ver con las únicas dos familias querellantes; es decir, con las únicas dos familias que encontraron algunas coincidencias, de fechas o parecidos, con personas desaparecidas durante la última dictadura.
Todo lo demás es una perversa deducción, aunque ahora sólo le cabe a la Justicia apurar los cotejos con los restantes datos genéticos que existen. La estrategia del Gobierno consiste en demorar la previsible conclusión de esta causa; la obligación de la Justicia es hacer su trabajo. "Nadie podrá reparar el daño psicológico que les hicieron a esos hermanos por designio del Gobierno", denunció Elisa Carrió, la única política que enfrentó este caso sin pausas y sin vacilar. Algún día las víctimas serán reconocidas como víctimas por la sociedad.
Un tercer rasgo del kirchnerismo no tiene solución: se refiere a la poca humanidad y a la menor civilidad que les dispensa a los que están fuera del círculo más íntimo de la Presidenta. La frialdad con Macri pertenece al mundo conocido y predecible. Pero tienen razón Aníbal Ibarra y Gabriela Cerruti cuando se quejan de haber respaldado al kirchnerismo sin recibir su apoyo. Sólo existió Juan Cabandié para el oficialismo, que hizo una magra elección. Cabandié fue un protagonista omnipresente en la campaña junto con Filmus y Carlos Tomada.
Por el contrario, muchos se enteraron de que existía la lista de legisladores de Cerruti sólo cuando vieron su boleta en el cuarto oscuro. A Ibarra le negaron la entrada al palco kirchnerista, con notable displicencia, en la noche del domingo. Era justo el momento en que el kirchnerismo debía empezar a sumar y no a restar. Ninguna lección había sido útil. La matriz de los errores seguía intacta.
 
Los platos rotos de la derrota
Santiago Kovadloff
Para LA NACION Martes 12 de julio de 2011
El búnker de Pro en Costa Salguero, anteanoche, en medio de los preparativos para las palabras de Mauricio Macri. Foto LA NACION.
Si como Perón creía cada uno de nosotros es artífice de su propio destino, Daniel Filmus no puede desconocer lo mucho que ha hecho y dejado de hacer para correr la suerte que corrió en las elecciones de anteayer. Condicionado como estuvo por el desapego personal que, a lo largo de toda la campaña, le manifestó la Presidenta, no pudo sin embargo hacer otra cosa que cargar sobre sus hombros con las consecuencias de las oscuridades sembradas, desde hace mucho, por el gobierno nacional. Así, al menos, lo entendió el 70% del electorado porteño. A Filmus lo derrotó, ante todo, la disconformidad social que en la ciudad de Buenos Aires genera la gestión de su propio partido.
El oficialismo hubiera querido que la confrontación en la Capital fuese entre progresistas y conservadores. La gente decidió que sería entre la ley y la corrupción, entre el espíritu de convivencia y el afán de beligerancia. Y votó contra el Gobierno potenciando la figura de Mauricio Macri a nivel nacional. Si los platos rotos de la derrota los pagó un hombre que se dejó construir como vocero del maniqueísmo oficialista, los beneficios de esa disconformidad popular recayeron sobre un jefe de gobierno que supo transmitir un espíritu de convivencia pacífica y capitalizar a su favor la agresión inverosímil de la que lo hizo objeto una Presidenta empecinada desde siempre en humillar a sus adversarios significativos.
La renegación de sus derrotas -un procedimiento usual en el kirchnerismo- obliga a sus voceros a promover un discurso del que bastaría decir que es maníaco y tragicómico, si no fuera peligroso. Ciertamente no es éste el mejor modo de avanzar por un camino democrático. Pero es el único posible cuando se responde a un proyecto autoritario.
Cabandié no fue aceptado como candidato a legislador más que por la mitad del electorado que optó por Filmus. ¿Por qué no se lo quiere en las filas kirchneristas con la misma rotundidad con que lo quiere Cristina Fernández? No parece ser ésta una pregunta que la Presidenta esté dispuesta a plantearse. ¿Advertirá ella a tiempo cuánto hace para promover las derrotas que tanto la pueden afectar? Hay algo de la subjetividad de cada candidato que también se premia o se castiga con el voto. Cristina Fernández no parece darse cuenta, cada vez que se pronuncia, de cuánto de su autosuficiencia arrasadora se filtra en todo lo que dice y hasta qué punto ese modo de ser incide desfavorablemente en un electorado harto de jactancias, verticalismos monárquicos y providencialismos.
Nadie sabrá nunca cuántos fueron los votos primordialmente antikirchneristas que abultaron el caudal de Pro, sin expresar auténtica adhesión al jefe de gobierno. Pero cabe creer, a lo que todo indica, que fueron muchos y que serán aún más en la convocatoria programada para el 31 de julio. El propósito de derrotar los hechos con las palabras -"Cristina ya ganó"- se derrumbó en la ciudad de Buenos Aires y exige del gobierno nacional un cambio de estrategia. Pero nada induce a pensar que aun cuando ese cambio se produzca logre remontar el rechazo que ha producido en la Capital. El consumo indiscriminado y el oportunismo económico no parecen ser las variables con las que el Gobierno logró cautivar a la clase media porteña. ¿Lo serán frente a la clase media del resto del país? Cuesta creerlo. Sobre todo, le cuesta creerlo a Ricardo Alfonsín, que ya no oculta los efectos de la transfiguración que Macri ha sufrido a sus ojos. Hasta ayer era un límite infranqueable; ahora empieza a ser un horizonte apetecible. El voto porteño mayoritario refleja una necesidad básica que acaso termine por ser un imperativo nacional: la de impedir que el partido gobernante domine el escenario político. La UCR ha empezado a dar señales de haberlo advertido. Sus reservas ante Pro parecen hoy menos inamovibles que ayer. Si el apoyo de Alfonsín a Macri en el ballottage venidero terminara de concretarse, el triunfo de ese ideal democrático y republicano sobre la intransigencia partidaria habrá alcanzado una profundidad inusual en la historia del radicalismo.
Es posible que las peores bajezas aún estén por suceder. El oficialismo ya ha dado pruebas, en el pasado reciente, de que con tal de llegar adonde necesita no repara en medios ni lo frenan los escrúpulos. Pero tendría que considerar lo que una y otra vez resalta ante los ojos del sentido común: cuánto más hace por hundir en el barro a sus inadmisibles adversarios, más los favorece ante el electorado, harto de sus patrañas.
El resultado de anteayer arroja a la cara del kirchnerismo la evidencia de que su retórica, sus consignas de campaña y muchas de sus conductas en el ejercicio del poder conforman, en verdad, una retaguardia conservadora y no una vanguardia innovadora, como se empeñan en presumir. El esfuerzo desesperado y torpe que el Gobierno viene haciendo para que sus contradicciones y gravísimos conflictos éticos aparezcan ante la sociedad como males que le son impuestos y no como el resultado amargo y brutal que generan sus propias conductas de nada le ha servido. En la ciudad de Buenos Aires se votó contra un responsable y no contra una víctima inocente. Y así volverá a suceder el 31 de julio.
Voto "anti", el gran ganador
Joaquín Morales Solá LA NACION. Lunes 11 de julio de 2011
La Capital ratificó ayer su mayoría social antikirchnerista. Por izquierda o por derecha, lo cierto es que el 70% de los porteños se pronunció a favor de alternativas electorales distintas del kirchnerismo. Muy cerca del 50% de esa sociedad votó por una opción diferente (tal vez la más diferente de todas) de la que lidera la Presidenta. Mauricio Macri se llevó con él a viejos radicales, a antiguos ucedeístas y a recientes simpatizantes de Elisa Carrió, más allá de sus propios votos.
Cristina Kirchner cometería un error si no reconociera que anoche surgió un líder político nacional más importante que el probable futuro jefe de gobierno de la Capital. No hay ballottage que pueda modificar más de 19 puntos de ventaja, cifra que terminó separando a Macri de Filmus.
En la ciudad de Buenos Aires viven los argentinos más subvencionados del país, pero son los que con mayor coherencia se han negado a ese intento de canje para intercambiar favores por votos. Transporte, electricidad y gas, por ejemplo, son servicios que el Estado les provee con precios menores de los que rigen en el resto de la Argentina y de América latina.
Hay una forma de hacer política del kirchnerismo, sin embargo, que nunca conquistó a los porteños. Cierta arrogancia, una dosis no menor de autoritarismo y la confrontación perpetua son métodos que los capitalinos les reprocharon a los dos Kirchner.
Para confirmar esa percepción social, Filmus dio un discurso anoche en el que se olvidó de Macri (no reconoció su victoria ni lo felicitó) y culpó a los medios periodísticos de su derrota jamás aceptada.
El kirchnerismo tiene una extraña habilidad para vestir de fiesta una derrota. En la tarde de ayer, funcionarios y candidatos de ese sector competían para anunciar una victoria. ¿Qué victoria? El ballottage.
Ninguna información ni medición previa le había otorgado a Macri el triunfo definitivo en primera vuelta; en todas las encuestas, era el kirchnerista Daniel Filmus el que figuraba como el único candidato a disputar la segunda vuelta con el jefe del gobierno. Un extraterrestre que acabara de aterrizar en Buenos Aires habría creído que el kirchnerismo ganó las elecciones de ayer si sólo hubiera escuchado el forzado triunfalismo de los dirigentes oficialistas.
Es cierto que la Presidenta no se equivocó cuando eligió a Filmus para disputar la Capital. Cualquiera de los otros precandidatos, el ministro de Economía y candidato a vicepresidente, Amado Boudou, o el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, hubieran provocado un derrumbe del kirchnerismo en la Capital. Está claro ahora que Filmus era el único que podía llevar el resultado hasta casi el 30 por ciento de los votos.
El Gobierno subrayó ayer que fue la mejor elección del Frente para la Victoria en la historia de la Capital. Es un giro demasiado ampuloso (aunque muy en el estilo siempre inaugural de la Presidenta), porque la historia del partido kirchnerista tiene apenas tres elecciones en la Capital: las de 2005, 2007 y 2009. En 2003, el kirchnerismo fue aliado de Aníbal Ibarra, un político que entonces venía del Frente Grande y que había llegado a la conducción de la administración capitalina de la mano de Fernando de la Rúa.
Es cierto que Filmus sumó ayer casi cinco puntos a su propia elección de 2007 y que la cifra total no es desdeñable ni mucho menos. Debe consignarse, no obstante, que en 2007 competía también Jorge Telerman, entonces jefe de gobierno de la Capital después de la expulsión de Ibarra. La imagen de Telerman resultó siempre confusa para el electorado, más propenso a verlo en aquellos tiempos como un filokirchnerista.
"Nuestro principal problema en 2007 fue establecer ante el electorado que Telerman no era kirchnerista", recuerda ahora un funcionario que trabajó en la anterior campaña de Filmus. Algunos anteriores votos de Telerman fueron a parar ayer a Filmus, esta vez convertido en la única opción kirchnerista. En síntesis, si se la mide por el caudal de votos más que por la diferencia con el primero, Filmus hizo una buena elección, pero desprovista de épica histórica y de inexistentes victorias.
La Capital, quejosa y contrariada siempre por la gestión de sus jefes de gobierno, ratificó ayer también que nunca vota por los problemas de la Capital. Como sede natural del gobierno central, al final siempre se impone la disputa política nacional cuando debe ir a las urnas.
Hubo ayer muchos votos antikirchneristas y también muchos votos antimacristas. Gran parte de los viejos sufragios que perdió Fernando "Pino" Solanas beneficiaron a Filmus como un voto útil contra las ideas de Macri.
El propio radicalismo aceptó ayer, a través de destacados dirigentes, que el grueso del voto radical de la Capital, que fue abundante en la historia, se convirtió en voto útil en favor de Macri y en contra del kirchnerismo.
Filmus engordó su caudal electoral gracias al antimacrismo y Macri sacó ahora más votos que en su primera elección como jefe de gobierno, después de cuatro años al frente de la administración capitalina, con la ayuda incalculable del electorado antikirchnerista. El "anti" prevaleció más que cualquier otra valoración.
Aquella aceptación del radicalismo no fue una confesión religiosa ni una sesión de terapia psicoanalítica. Ricardo Alfonsín reaccionó personalmente en el acto y le ofreció su apoyo a Macri en la segunda vuelta, antes incluso de que se conocieran los datos oficiales. ¿Por qué debió esperar a esa segunda oportunidad cuando pudo trabar una alianza en la primera vuelta? En la primera existían límites ideológicos o políticos (Alfonsín nunca los precisó) que ayer desaparecieron abruptamente.
"Es necesario acercarnos a Macri para reeditar en octubre, en las presidenciales, la intensa polarización que existió ayer en la Capital", dijo un destacado dirigente alfonsinista no bien se conocieron las iniciales encuestas de boca de urna. Macri, a su vez, suele elogiar en la intimidad las recientes decisiones de Alfonsín que incluyeron en su propuesta a Javier González Fraga y a Francisco de Narváez. Macri, tal vez por esas influencias inasibles de la historia común, despacha más párrafos de elogios sobre González Fraga que sobre De Narváez, su antiguo aliado.
Conversiones incipientes ya habían existido entre radicales y macristas antes de las elecciones de la víspera. Ningún candidato presidencial se juega tan a fondo como lo hizo ayer Alfonsín sin antes haber tendido una red de contención. Tales escarceos quedaron en definirse después del recuento de anoche.
Duhalde lo espera a Macri con sus propias propuestas. Es probable que Macri coincida más con las ideas y el discurso de Duhalde que con los de Alfonsín. Alguna vez deslizó que se siente más representado por la clara distancia que Duhalde pone siempre con respecto al kirchnerismo. El dilema de Macri está en su propio territorio electoral: los porteños son también constantemente antiperonistas. Un giro suyo demasiado espectacular hacia el peronismo podría provocarle deserciones en el electorado independiente.
Es demasiado temprano para extraer conclusiones nacionales de las elecciones capitalinas de ayer.
Dos deducciones, con todo, resaltan. Una: la Presidenta no es electoralmente invulnerable, al revés de lo que el kirchnerismo difundió con intensidad durante los últimos nueve meses de su viudez. Cristina, por el contrario, comienza a pagar las facturas por darle tanta preponderancia a La Cámpora: la lista de legisladores de Juan Cabandié sacó sólo la mitad de los votos que logró Filmus.
La otra: existe en la Capital una minoría militante de jóvenes y no tan jóvenes (a veces fanática) que eclipsa durante los días comunes a la mayoría que decide en silencio, autónoma y segura, durante un domingo fatalmente ingrato para la agitación kirchnerista.

Ante probables victorias sin dueños
Joaquín Morales Solá- Domingo 10 de julio de 2011
Cuando hoy caiga la noche, ningún candidato a presidente podrá celebrar una victoria en la capital política del país, apenas 100 días antes de las elecciones presidenciales. Cristina Kirchner podrá decir, según las encuestas previas, que su candidato, Daniel Filmus, hizo una buena elección, aunque no habrá ganado la contienda. Ni Ricardo Alfonsín ni Eduardo Duhalde ni Elisa Carrió ni Hermes Binner estarán en condiciones de acompañar un triunfo. Nada. La política opositora es tan errática como es arbitraria la del oficialismo. Los opositores no se recuperaron nunca del exceso de fragmentación; el Gobierno, por su lado, confunde un momento político excepcional con el derecho perpetuo a mandar sin concesiones.
Varias encuestadoras serias no saben en estos días quién está segundo entre los candidatos presidenciales . Los números fluctúan permanentemente entre Duhalde y Alfonsín. Podría decirse que están empatados. Ambos, no obstante, peregrinan muy lejos de la Presidenta, que estaría ganando en primera vuelta. Las encuestas que favorecen a la jefa del Gobierno parecen marcar esos momentos únicos en la política, en los que sólo se puede recibir sin dar.
En tales tiempos, forzosamente perecederos, el gobierno de Cristina Kirchner pudo darse el lujo de postergar la entrega de las declaraciones juradas de los funcionarios a la Oficina Anticorrupción hasta después de las internas obligatorias del 14 de agosto. Hay tanta sensación de impunidad electoral en los que gobiernan como complicidad en ese organismo de la administración. Nada penetra, por ahora, en la envoltura de amianto que cubre a la Presidenta. Tampoco pudieron contra esa protección política ni la ya larga escasez de combustibles ni el método claramente estalinista que usó para dirimir las listas de candidatos. Son pequeñas fogatas que nadie sabe cuándo se convertirán en un fuego más devastador.
La inmunidad del oficialismo es equiparable a las imposibilidades de la oposición La situación es extraña sobre todo para Alfonsín, a quien debe reconocérsele que ha hecho esfuerzos políticos importantes en los últimos tiempos. Aceptó, al menos, que tenía dos grandes debilidades: la penuria electoral en provincia de Buenos Aires y cierto vacío en su propuesta económica. Javier González Fraga y Francisco de Narváez estaban fuera de las fronteras políticas e ideológicas que se había trazado el candidato radical. Fue, sin embargo, en busca de ellos. Hizo kirchnerismo puro, señaló un peronista admirado por su pragmatismo.
Esas cruciales decisiones carecen aún de repercusiones en las encuestas, por lo menos en las que se conocen hasta ahora. Es cierto que Alfonsín debe convivir con el respeto que produce su apellido y, al mismo tiempo, con el recuerdo de la última experiencia de gobierno de su partido, que concluyó con la espectacular crisis de principios de siglo. El resultado consiste en un candidato con altos niveles de imagen positiva que no se trasladan a la intención de votos.
Es cierto que el candidato radical mantiene abiertas las viejas y las nuevas heridas dentro de la propia estructura partidaria. El presidente del comité nacional, Ernesto Sanz, no olvidó todavía que el gran enfrentamiento que tuvo con Alfonsín, en los tiempos en que competían por la candidatura radical, consistía en que Sanz quería hacer lo que Alfonsín hizo luego. La admisión de un acierto ajeno no sería un error, sino todo lo contrario, pero Alfonsín lo combatió a Sanz con las armas de una dura crítica a las posiciones que él adoptó más tarde. Nunca hablaron sinceramente entre ellos y nunca, por lo tanto, Alfonsín le explicó las razones de su cambio.
Las nuevas laceraciones las provocó la alianza con De Narváez en la provincia de Buenos Aires. En pueblos y ciudades del interior provincial hay radicales que han quedado relegados por peronistas a los que han combatido toda la vida. Hay rencores que todavía sobreviven. Todos se conocen desde siempre en esas comunidades pequeñas y cada uno sabe dónde estuvo el otro en las batallas políticas de los últimos años. La tarea de suturar heridas se convirtió ya en una prioridad para Alfonsín, porque su fuerza electoral se asentará siempre, en primer lugar, en la mística y en la cohesión de su propio partido.
Existe la sensación de que hay dos Duhalde. Uno es capaz de hablar con el ex presidente Lula por teléfono durante horas, como lo hizo en los últimos días, para analizar el fenómeno mundial de los indignados. Tuvo sagacidad también para detectar que la oferta progresista ya está saturada. El Duhalde de hoy está mucho más a la derecha del Duhalde histórico. Su intuición o su instinto le dicen que el eterno péndulo social podría comenzar a moverse en cualquier momento.
El otro Duhalde cree muy poco en la construcción política mediática, que es la construcción de estos tiempos. Está abrazado al viejo esquema de edificar la política con los antiguos aparatos partidarios y con la lealtad asegurada de antemano. Sus listas de candidatos han sido muy poco eficientes si se tienen en cuenta los reclamos sociales de renovación política. Amigos de toda la vida o familiares directos fueron su opción. Duhalde confía en que su nombre y el recuerdo de su papel durante la última gran crisis le sobran y le bastan. Con todo, ha estado en los últimos tiempos cosechando los votos presidenciales (o algunos de ellos) que Macri dejó vacantes. Eso es lo que lo aproximó a Alfonsín.
Cristina Kirchner se enfrentará en las próximas semanas a importantes elecciones distritales (Capital, Santa Fe y Córdoba) en las que resultará perdidosa. Esos resultados podrían afectar la imagen de líder ganadora que está construyendo el oficialismo desde principios de año. Los efectos se terminarán ahí. Ni Macri ni los socialistas santafecinos ni el peronismo delasotista en Córdoba tienen referentes presidenciales en la competencia nacional. La única modificación podría surgir si el radical Oscar Aguad o el independiente Luis Juez se impusieran a De la Sota en Córdoba.
Si la Presidenta ganara en primera vuelta, y si las elecciones de Macri confirmaran las mediciones de estas horas, luego de octubre habrá, durante cierto tiempo, dos líderes casi excluyentes: Cristina Kirchner y Macri. El peronismo comenzará, al mismo tiempo, un proceso de renovación lejos del kirchnerismo, al que acusa en voz baja de haber expulsado del poder al partido de Perón. Los candidatos de la renovación ya están: serán De la Sota, si ganara Córdoba, y el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey.
De la Sota rompió con el kirchnerismo por el despótico manejo de éste de las listas de candidatos. Urtubey se trenzó en una sorda (y no tan sorda) guerra con el gobierno nacional por los cortes de gas. Salta es la segunda provincia productora de gas del país y la falta de combustible está afectando seriamente al turismo invernal.
Urtubey eligió a Julio De Vido para pelearse; es una buena estrategia, porque el ministro figura entre los personajes más impopulares del Gobierno. El gobernador sabe que se está enfrentando, de todos modos, con el propio kirchnerismo. Es una diferenciación muy parecida a la que Urtubey exhibió con la amable hospitalidad que le dispensó en su provincia a Mario Vargas Llosa, cuando éste era perseguido en la Capital por el fanatismo kirchnerista.
Cristina arrastra y arrastrará sus propias cadenas. Sin embargo, es notable que la confusión política sea también lo que más centellea entre los opositores, que dejaron avanzar importantes elecciones provinciales sin hacer el intento de compartir eventuales victorias. Macri comenzará a pensar esta noche en su propio proyecto personal de poder. La Presidenta convive con la gloria y con el peligro.
Elecciones: hoy comienza la recta final
Mariano Grondona - Domingo 10 de julio de 2011 .
Faltan sólo catorce semanas para la elección presidencial del 23 de octubre. Con la primera vuelta que se realizará hoy en la Capital Federal para elegir al jefe de gobierno se inicia un intenso proceso electoral cuyo rasgo central será la aceleración de las decisiones colectivas que rematarán, al fin, en la elección presidencial. Esta "aceleración" del proceso electoral vendrá marcada por la rápida sucesión de los pronunciamientos parciales que nos acompañarán de hoy en adelante. El 24 de julio será elegido el próximo gobernador de la provincia de Santa Fe, donde no hay reelección ni segunda vuelta. El 31 de julio se realizará, si es necesaria, la segunda vuelta en la Capital. El 7 de agosto la provincia de Córdoba elegirá su nuevo gobernador, también sin reelección ni segunda vuelta. El 14 de agosto, en fin, todo el país votará en elecciones primarias y obligatorias. En esta última fecha, sólo nos quedarán diez semanas para decidir quién habrá de ser nuestro próximo presidente.
Al recorrer este apretado calendario no hemos tenido en cuenta los distritos menores que han concurrido o concurrirán a las urnas porque, en ellos, el monopolio de la "caja" que maneja el Poder Ejecutivo Nacional es decisivo. Véase si no lo que acaba de ocurrir en Tierra del Fuego, donde la competencia por la gobernación quedó reducida a dos candidatas kirchneristas: la "hiperkirchnerista" Rosana Bertone, favorecida por Cristina Kirchner, y la "semikirchnerista" y actual gobernadora Fabiana Ríos, que logró su reelección pese a no ser la predilecta de la Presidenta. ¿Ha sido ésta, entonces, una derrota de Cristina? No necesariamente. Lo que indica esta elección, en todo caso, es que Cristina no es omnipotente.
La decisión popular sobre el próximo presidente tendrá lugar, por lo visto, en los cuatro distritos mayores , donde sufraga el 70 por ciento de los ciudadanos. Tres de estos distritos, Capital, Santa Fe y Córdoba, votarán dos veces este año: la primera en sus elecciones provinciales y la segunda en la elección presidencial. Sólo la provincia de Buenos Aires votará una única vez, ya que sus ciudadanos concurrirán a las urnas el 23 de octubre para cubrir tanto la elección provincial como la elección nacional. En tren de completar esta cronología, sólo nos falta agregar que, de no resolverse la elección presidencial en la primera vuelta del 23 de octubre, habrá una segunda vuelta el 20 de noviembre.
Anticipaciones
De ahora en más el proceso se acelerará no sólo por el vertiginoso calendario electoral que nos aguarda sino también porque los ciudadanos, concentrando por su cuenta los votos, harán que la primera vuelta se anticipe, en los hechos, hasta desplazar a la segunda vuelta. Esto podría ocurrir hoy mismo si Mauricio Macri , a quien las encuestas le dan el 45 por ciento de los votos en la Capital, sobrepasa esta cifra hasta llegar al 50 por ciento requerido por la ley. Si Macri no logra sortear esta exigente valla, tendrá que concurrir a una segunda vuelta, probablemente contra Daniel Filmus , el 31 de este mes. Esta concentración de los votos en Macri y Filmus, que sumados llegarían al 75 por ciento del total, no refleja la intención original de los legisladores de la ciudad. Estos suponían en efecto que, en tanto que la primera vuelta debería ser "auténtica" por cuanto los votantes podrían escoger libremente en ella al candidato de su íntima preferencia, recién en la segunda vuelta reinaría forzosamente el voto útil porque sólo habrían de quedar dos finalistas entre los cuales optar.
Siguiendo el espíritu de los legisladores de la ciudad, hoy se presentan nada menos que once candidatos a la Jefatura de Gobierno. De estos once, sin embargo, solamente dos o tres -Macri, Filmus y eventualmente Pino Solanas- obtendrán un respaldo significativo. Lo cual quiere decir que, si las encuestas no mienten, en la primera vuelta de la Capital los ciudadanos ya votarán concentrados, casi como si estuvieran en la segunda vuelta, anticipándose a la ley electoral.
La otra anticipación ciudadana ocurrirá probablemente en las elecciones primarias, nacionales y obligatorias del 14 de agosto, de aquí a cinco semanas. Siempre se dijo que la debilidad de la oposición consistía en su dispersión frente al "unicato" de Cristina. Hoy subsisten, todavía, diez candidatos a presidente. Pero también es probable que el 14 de agosto los votantes no kirchneristas hagan por su cuenta lo que no supieron hacer los políticos de la oposición: concentrarse en unos pocos candidatos sobresalientes. Imaginemos que estos dos candidatos fueran Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde (lo cual, por supuesto, está por probarse). De agosto a octubre, entonces, a la luz de esta nueva "anticipación" ciudadana, la primera vuelta del 23 de octubre podría parecerse más a una "segunda vuelta" en la cual Alfonsín, Duhalde o algún "tapado" conjuraran en las urnas la dispersión de los opositores. Todo lleva a pensar, pues, que el 14 de agosto ocurrirá de facto la primera vuelta de la elección presidencial, quedando en tal caso el 23 de octubre como una real y definitiva segunda vuelta.
Cristina, ¿ganará?
Todo induce a pensar que en las elecciones parciales de tres de los cuatro distritos mayores que irán a las urnas entre julio y agosto, Cristina perderá. ¿Bastará esta sucesión de derrotas parciales para anticipar la victoria de la oposición el 23 de octubre? Sólo si se verificara, además, otra condición: que la derrota de Cristina en aquellos tres distritos provinciales, que es casi segura, se traduzca además en una derrota "nacional". Si Macri le gana a Cristina en la Capital, si el "binnerista" Antonio Bonfatti hace lo mismo en Santa Fe y si José Manuel de la Sota o Luis Juez triunfan en Córdoba, ¿estas victorias opositoras se trasladarán a la elección nacional? ¿Cuál es la proporción de los votantes macristas, binneristas, delasotistas o juezistas que, votando contra Cristina en estas tres provincias, pese a ello podrían apoyarla en el plano nacional? ¿Una proporción sustantiva o deleznable?
Al formular estos interrogantes, también hay que notar que, para Cristina, ganar significaría en octubre dos cosas: la primera, por supuesto, ganarles a sus opositores; la segunda, adelantarse asimismo a sus propios candidatos. Esta "segunda victoria" sería vital para la Presidenta porque su intención es probar que los votos del Gobierno le pertenecen únicamente a ella.
Pero esta doble pretensión de ganarles a los opositores y de superar al mismo tiempo a los propios aliados quedará supeditada al gran distrito del que aún no hemos hablado: la provincia de Buenos Aires. En ella, recordemos, el candidato a gobernador Francisco de Narváez es el único opositor que venció a Kirchner en 2009. De Narváez ha recibido el respaldo de Ricardo Alfonsín, pero no el de Eduardo Duhalde, quien ha consagrado su propio candidato a gobernador, dividiendo así las fuerzas no kirchneristas en la provincia. Este desdoblamiento debilita a la coalición opositora. ¿Están Duhalde y De Narváez a tiempo, todavía, para enmendar este despropósito? Cristina ha procurado por su parte "limar", "esmerilar" a Daniel Scioli en Buenos Aires, lanzando las candidaturas cristinistas pero "antisciolistas" de Martín Sabbatella y de Gabriel Mariotto, para que Scioli no vuelva a derrotarla "indirectamente" como lo hizo con Néstor Kirchner en 2009. Cristina o Scioli, Duhalde o De Narváez, ¿quién de ellos cederá antes? Sólo aquel que se bañe en las aguas del realismo se llevará el premio final.
 
Facturas que siempre se pagan
Joaquín Morales Solá
LA NACION- Miércoles 06 de julio de 2011
Carlos Verna gatilló la más espectacular reacción del peronismo ante el increíble proceso de concentración del poder presidencial. Su renuncia a la candidatura a gobernador de La Pampa, en rechazo de la personal manipulación de Cristina Kirchner de las listas de candidatos a legisladores, fue sólo la más teatral resistencia del peronismo conocida hasta ahora, pero no es la única. El propio Hugo Moyano habló ayer públicamente por primera vez para quejarse de su marginación electoral . Daniel Scioli recibió en su momento un consejo para que hiciera algo parecido a Verna: presionar con la continuidad de su propia candidatura para frenar la intromisión del kirchnerismo. Scioli no quiso hacer ese planteo extremo y Cristina Kirchner terminó imponiéndole hasta el candidato a vicegobernador.
El revuelo es tan grande que ayer la propia Presidenta se refirió al conflicto públicamente. Casi nunca hace eso. Su alusión a los medios como creadores de un problema inexistente fue sólo un pretexto: un candidato a gobernador del peronismo renunció; otro, José Manuel de la Sota, rompió relaciones con el kirchnerismo, y Moyano le reprochó en público la segregación del gremialismo. Los medios no inventaron nada.
Podrá decirse que Verna tuvo como precursor al cordobés De la Sota, pero eso es relativo. De la Sota nunca aceptó enviar a las oficinas presidenciales sus candidatos a legisladores y esperar luego resignado la respuesta de Cristina. El cordobés rompió la negociación con el kirchnerismo no bien entrevió las intenciones del oficialismo nacional. Verna sí lo hizo, según su propia confesión pública, creyendo en un acuerdo político previo que luego la Presidenta desconoció. Desde las oficinas presidenciales le devolvieron, rechazadas, las listas consensuadas por el PJ pampeano y lo obligaron a apoyar la candidatura a diputada nacional en primer término de María Luz Alonso, de apenas 26 años, militante de La Cámpora.
Verna y Carlos Menem fueron los senadores que provenían de franjas opositoras y que, después de las elecciones de 2009, desequilibraron el empate virtual en el Senado a favor del Gobierno. Verna tiene cuatro años más de mandato como senador nacional. No será en adelante el mismo Verna.
El control personal y autoritario de las listas de candidatos es un proceso nacional del kirchnerismo, que está profundizando el verticalismo inaugural del peronismo. Sin embargo, para Verna, un hombre que prefiere la sombra a la luz, a quien se conoce más por sus actos que por sus palabras, se trata de una venganza personal de la propia Presidenta. Ellos mantuvieron duros enfrentamientos cuando ambos eran senadores.
¿Es un error de Verna la suposición de que existió una revancha personal? Tal vez no. En muchas omisiones, desplazamientos y maltratos de los últimos días influyeron demasiado los amores y los odios personales de la Presidenta. La caída en desgracia del senador santacruceño Nicolás Fernández es la prueba más cabal de que no sólo intervinieron viejos recelos presidenciales, sino también algunos muy nuevos. Nicolás Fernández era cristinista cuando todo el universo político giraba sólo en torno de Néstor Kirchner. No le sirvió de nada esa antigua relación con la Presidenta cuando un vendaval de furia cristinista lo encontró desarmado.
Tan inexplicable como el caso de Nicolás Fernández es el de otro senador, José Pampuro, que desde la caída en el disfavor de Julio Cobos, hace tres años, hizo las veces de virtual vicepresidente de la Nación. Pampuro es el presidente provisional del Senado, ocupa el sitio que le sigue a Cobos en la jerarquía del cuerpo y es la tercera figura institucional de la República. En definitiva, Cristina se limpió a dos vicepresidentes durante un solo mandato presidencial.
Más enfurecidos que Verna están los intendentes del conurbano bonaerense, pero éstos no tienen el margen del senador para renunciar y quedar en un lugar importante de la estructura institucional. La renuncia a sus liderazgos territoriales sería la antesala de un desierto interminable para esos patriarcas eternos. Peor que la de Verna es también la situación de ellos en la compleja y azarosa provincia de Buenos Aires. Verna hubiera podido gobernar La Pampa con relativa tranquilidad. A los intendentes, en cambio, les mostraron la guillotina cuando listas colectoras empezaron a competir por los cargos de concejales. Los Concejos Deliberantes pueden expulsar de sus cargos a los intendentes, como ya sucedió en muchos casos. "¿Quién tiene derecho a terminar con mi carrera política porque amaneció con un humor de perros?", disparó uno de esos intendentes.
Amado Boudou dijo hace poco que los medios -cuándo no- estaban viendo ahora a esos intendentes como "carmelitas descalzas". No extendió la lista hacia otros amigos suyos, pero lo mismo podría haber dicho de Hugo Moyano o de Luís D'Elía. El problema no es lo que dicen los medios de ellos (algunos medios y muchos periodistas critican consecuentemente a todos esos dirigentes), sino las contradicciones del oficialismo. ¿Escondía esa referencia de Boudou una crítica implícita, la primera, a Néstor Kirchner?
Ninguno de los muchos y agobiantes actos del kirchnerismo, sobre todo en la Plaza de Mayo o en el conurbano bonaerense, hubiera tenido nunca el público que tuvo sin la movilización que promovían los intendentes del conurbano y el propio Moyano. Néstor Kirchner se ocupaba personalmente de llamar a cada uno de esos intendentes cada vez que quería darse un baño de multitudes. En el propio sepelio del ex presidente hubo un fuerte activismo de los caciques bonaerenses para llenar la Casa de Gobierno de asistentes, por pedido expreso de funcionarios que aún están al lado de la Presidenta. Esos señores del conurbano hicieron las veces, durante los ocho años de kirchnerismo, de prestamistas electorales de última instancia. Pagaron por anticipado por un producto, su propia estabilidad, cuya provisión se cortó ahora abruptamente.
El valor de D'Elía no consistió nunca en sus palabras cargadas de viejos odios, en sus más antiguos e inhumanos prejuicios, como el antisemitismo, o en su capacidad para seducir más allá del estrecho mosaico de sus favorecidos por subsidios oficiales. Su valor se limitó siempre a su capacidad para movilizar y a su presencia atemorizante ante cualquier expresión de protesta social. El ejemplo más claro sucedió en 2008 durante la guerra del oficialismo con el campo: la Plaza de Mayo fue liberada por la Policía Federal para que entraran D'Elía y sus fuerzas de choque cuando se produjo el primer cacerolazo en la era de los Kirchner. El encontronazo terminó con D'Elía defendiendo al Gobierno a las trompadas limpias. D'Elía fue desplazado ahora de las listas de candidatos de Cristina.
"Nadie está viendo a los intendentes, a Moyano o a D'Elía como carmelitas descalzas. Fueron los Kirchner los que hicieron de ellos estadistas hasta hace apenas dos meses", dijo otro de los peronistas ofendidos. En política se pueden hacer muchas cosas, casi cualquier cosa. El conflicto inevitable son las consecuencias y, sobre todo, las facturas políticas de viejas deudas impagas. Llegan siempre, antes o después.
Fotos que anticipan el futuro
Joaquín Morales Solá . LA NACION, Domingo 03 de julio de 2011.
Hace poco más de un mes comenzó la polarización en la Capital entre kirchnerismo y antikirchnerismo . En un período aún más corto, hace dos años, se polarizó la provincia de Buenos Aires en los mismos términos.
Es probable que esa extrema concentración de los votos capitalinos en una seca opción, según la medición de Poliarquía, sea un anticipo del futuro próximo, cuando dentro de cuatro meses deba elegirse al próximo jefe del Estado. En tal caso, habrá que esperar también los lentos tiempos sociales para que, ya sobre la fecha crucial, el ciudadano de a pie separe los argumentos de su corazón de los de su propia razón.
Al final, la convergencia que la dirigencia política no quiere hacer en ningún caso, ni el antimacrismo en la Capital ni el antikirchnerismo en la Nación, la terminará confeccionando la sociedad con sus propias herramientas. Esa renuencia a los acuerdos amplios no carece de sobresaltos: dejará, por ejemplo, al probable vencedor del próximo domingo, Mauricio Macri, sin un claro referente nacional en las elecciones presidenciales.
Macri siente cierta simpatía política por Eduardo Duhalde, pero también reconoce la escasa habilidad del ex presidente para presentar una oferta electoral más atractiva que la que abarca sólo a sus amigos personales. El propio Ricardo Alfonsín fijó su límite de alianzas en Macri; no acordaría con él cuando, sin embargo, pudo acordar hasta con Francisco de Narváez, que mezcló entre sus candidatos a dirigentes políticos y a generosos aportantes a su campaña. Esas son las única dos alternativas, frustradas hasta ahora, que tiene el eventual líder triunfante de uno de los distritos más importantes del país.
El caso de Daniel Filmus , que ha crecido en los últimos días en detrimento del resto de la oposición a Macri y no de Macri, es una señal de que las elecciones girarán en torno de la existencia del kirchnerismo. Un amplio abanico que va de la izquierda al progresismo parece abandonar a sus referentes más auténticos, como Pino Solanas , para intentar frenar a Macri y defender al kirchnerismo. Otro mosaico no menor (y tal vez, más grande) está votando a Macri para ponerle un límite al kirchnerismo. Las simpatías hacia Macri y Filmus pueden ser efímeras en muchos casos (no en todos), pero sirven para resolver adhesiones o antipatías más profundas. Es lo mismo que sucederá cerca de octubre, más tarde o más temprano.
Todo se puede discutir, menos la capacidad del kirchnerismo para llevar adelante una campaña con grafías equivocadas. En los últimos días, para señalar ejemplos en boga, el gobierno se mostró distante de Hugo Moyano y de Hebe de Bonafini, personajes tóxicos en las urnas de la Capital. Esas distancias fueron meras decisiones estéticas, que se contradicen con otras resoluciones que mantienen en pie ambas alianzas. Vale la pena detenerse en esas dos sociedades fundamentales para el kirchnerismo.
En la Comisión Bicameral Revisora de Cuentas del Congreso el kirchnerismo, que es minoritario, firmó el jueves, tarde y con desgano, una resolución para que la Auditoría General de la Nación (AGN) audite los multimillonarios recursos girados sin licitación a la Fundación Madres de Plaza de Mayo y que en parte fueron a parar a empresas de Sergio Schoklender. Unos 15 días antes, el colegio de auditores en pleno había votado para que ese organismo, que ejerce un control externo de la administración, iniciara la misma investigación reclamada ahora por el Congreso. Su titular, el radical Leandro Despouy, ordenó luego varias actuaciones y tomó medidas para empezar a auditar. Por disposición de la Constitución, la AGN, que depende del Congreso, debe ser conducida por un representante de la oposición.
Un día antes del jueves consensual en el Congreso, el colegio de auditores de la AGN se volvió a reunir y el kirchnerismo, que tiene una mayoría de cuatro a tres en ese organismo, desconoció lo acordado en la última reunión, criticó a Despouy y cambió -cómo no- las reglas del juego. La voz cantante la llevó la auditora Vilma Castillo, ex asesora íntima de la entonces senadora Cristina Kirchner. Castillo pasó luego por el directorio de Aerolíneas y terminó como representante de su ancestral jefa en la AGN. ¿Quién les ordenó a los kirchneristas un cambio tan drástico en sus posiciones? Vilma recibe instrucciones directas de Cristina , dijo un funcionario de la AGN.
Despouy rechazó el planteo del kirchnerismo, que lo acusó con palabras destempladas de haber hecho una gestión "mediática" y "política". Los kirchneristas querían que cada decisión de Despouy contara con la aprobación de cuatro votos del colegio, lo que obligaría al jefe de la Auditoría a recabar el beneplácito kirchnerista para cada paso que diera. Este es un organismo constitucional. ¡No está bajo control del gobierno! , bramó Despouy. La conclusión sería una ironía si no fuera una tragedia: el kirchnerismo se reservaba el derecho a auditar al propio kirchnerismo. El conflicto se volverá a tratar en la próxima reunión en pleno del colegio de auditores; Despouy pidió las actas taquigráficas de la reunión en la que se autorizó su pesquisa sobre los manejos de la Fundación Madres de Plaza de Mayo.
Inesperadamente, y por una de esas novedades que produce cada tanto la interna del oficialismo, el auditor Javier Fernández, el principal operador del kirchnerismo ante jueces y fiscales, respaldó la autorización que el colegio le había dado a Despouy. Fernández no estuvo en la última reunión que intentó la desautorización de Despouy, pero coincidió cuando llegó, sobre el final de la áspera polémica, en que el titular de la AGN había sido autorizado. Fernández anda por la vida con sus acciones en baja. ¿Fue esa actitud un síntoma de la decadencia de su amigo Julio De Vido?
Un día después de que se produjera este escándalo en el interior de la AGN, la comisión bicameral del Congreso le ordenó al organismo que avanzara en las investigaciones sobre la Fundación que preside Bonafini, a cuya familia está mojando la marea del escándalo. El minoritario kirchnerismo parlamentario se sumó al voto de la oposición. Ya entonces le era fácil: en la AGN había comenzado el debate para inmovilizar de pies y manos a Despouy. ¿Qué harán los auditores kirchneristas en adelante? ¿Insistirán en la extravagante teoría de que sólo el kirchnerismo puede investigar al kirchnerismo?
La obra social de Hugo Moyano recibió aportes adicionales de casi 19 millones de pesos, cerca de 5 millones de dólares, entre febrero y marzo de este año, cuando ya estaba bajo intensa investigación en dos juzgados federales. Se los transfirió, con su propia firma, el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi. El argumento consiste en que esos recursos serían usados para la formación profesional de los camioneros. Entre mayo y junio de 2010, la obra social de Moyano recibió por el mismo concepto, y del mismo Schiavi, 8.400.000 pesos. Estas operaciones ya habían sido cuestionadas precisamente por la Auditoría General de la Nación, antes de que existieran las transferencias.
Los enojos con Moyano se encierran en el exclusivo territorio electoral, pero no afectaron la matriz de la alianza del kirchnerismo con él. Esa coalición de fondo consistió en dotar al líder cegetista de un enorme poder económico y gremial.
Ahora, la cancillería argentina cometió el delito de sustracción de correspondencia cuando devolvió una respuesta de la justicia suiza a las precisiones pedidas por el juez Oyarbide sobre cuentas de la familia Moyano y de sus amigos. Consideró, por su cuenta y riesgo y sin trasladarle los documentos suizos al juez, que la respuesta era insuficiente.
La Cancillería ya había enviado a la Justicia argentina el primer pedido de la fiscalía suiza para que le informaran sobre Moyano y sus presuntos socios; éstos habían hecho depósitos millonarios en bancos suizos. Oyarbide reclamó más datos a Suiza, cuya respuesta es la que rechazó la cartera de Timerman. El caso ya estaba, como se ve, en la Justicia y no en el Ejecutivo.
Moyano y Bonafini fueron supuestamente apartados del primer plano del oficialismo. Existe sobre ellos, pese a tales apariencias, una espesa malla de protección judicial; tampoco ha cesado la continua y millonaria transferencia de dinero público hacia esos dirigentes sindicales y sociales. El kirchnerismo tiene un problema histórico entre el ser y el parecer.
Ayer, Argentina; hoy, Grecia; mañana, ¿Grecia o Argentina?
Por Mariano Grondona. Domingo 03 de julio de 2011
El miércoles último, mientras el Parlamento de Atenas enfrentaba la crisis griega, un enorme globo flotó sobre él con esta leyenda: Yesterday Argentina, today Greece, tomorrow? ("Ayer Argentina, hoy Grecia, ¿mañana??). La crisis argentina de 2001-2002 pasaba a convertirse, así, en un símbolo mundial. Un símbolo en principio negativo , porque nosotros caímos por entonces en el temido default que hoy amenaza no sólo a Grecia sino también a países europeos a los que ahora llaman pigs ("cerdos"), ya que las iniciales de Portugal , Irlanda , Grecia y España ( Spain ) corresponden a esta sigla descalificadora. Pero también un símbolo en cierto modo positivo porque en 2002 la Argentina empezó a salir de sus dramáticas circunstancias a partir de una fuerte devaluación. El problema es que esta extrema medida les está prohibida a los pigs porque el rígido imperio del euro , la moneda común europea, les bloquea una "solución argentina".
Todo nos invita, por lo visto, a comparar el reciente pasado de la Argentina con el presente de Grecia y de los pigs , con la idea de explorar el futuro que a éstos y a nosotros nos espera. El 24 de octubre de 1999, la fórmula presidencial de la Alianza que encabezaba Fernando de la Rúa derrotó a la fórmula peronista cuyo titular era Eduardo Duhalde. Frente al alto endeudamiento externo que aquejaba a la Argentina, Duhalde propuso la devaluación de nuestra moneda que, como se recuerda, se cotizaba por entonces uno a uno con el dólar en función de la famosa ley de convertibilidad. Duhalde sostenía la necesidad de devaluar el peso, pero De la Rúa ganó las elecciones porque prometió sostener la convertibilidad, reflejando de este modo la opinión mayoritaria de los argentinos. Al asumir el poder a fines de 1999, por eso, De la Rúa mantuvo el mismo corset monetario que hoy aprieta a Grecia y a los pigs .
Mantener el corset monetario hubiera exigido al gobierno de la Alianza una severa disciplina fiscal. Ninguno de los ministros de Economía del nuevo gobierno, que fueron sucesivamente José Luis Machinea, Ricardo López Murphy y Domingo Cavallo, consiguieron consumar esta hazaña. El público, alarmado por el peligro que lo acechaba, empezó a retirar los cuantiosos depósitos que tenía en los bancos. El Gobierno apeló entonces a la ayuda del Fondo Monetario Internacional y a una fuerte suba de impuestos. Ni la ayuda reticente del Fondo ni los nuevos impuestos alcanzaron a calmar a los depositantes. Se cernía la tormenta financiera. Hacia marzo de 2001, la fuga de los depósitos bancarios comenzó a acentuarse, mientras la economía entraba en recesión. En octubre de 2001, la desocupación afectaba a 4,8 millones de personas. Había llegado la hora de la verdad en un país impotente para atender a su agobiante deuda externa.
El pozo y la salida
El presidente De la Rúa renunció , al fin, el 20 de diciembre de 2001, en medio de graves disturbios populares que habían subido de tono desde la multiplicación de los cacerolazos hasta los asaltos a los supermercados, con incidentes que causaron 38 muertos y que se fueron acentuando hasta volverse incontenibles desde el momento en que el ministro Cavallo, en una decisión desesperada, prohibió a los argentinos retirar más de 250 pesos por semana de los bancos, encerrándolos en el famoso corralito.
Todo esto ocurrió en ese fatal mes de diciembre de 2001, que culminaría en la renuncia del presidente. A partir de ella, la Casa Rosada vio pasar a un ocupante tras otro hasta que el 23 de diciembre un nuevo y efímero presidente, Adolfo Rodríguez Saá, declaró el default anunciando que la Argentina ya no podría cumplir con sus obligaciones externas. Lo que llamó la atención de los observadores no fue esta decisión quizás inevitable sino que el Congreso la aplaudió de pie, como si hubiéramos ganado un Campeonato Mundial. El primero de enero de 2002 Duhalde asumió la Presidencia y el 6 de enero devaluó fuertemente nuestra moneda, que después de intensas oscilaciones pasó a estabilizarse en los cuatro pesos por dólar.
Auxiliado más tarde por un nuevo ministro de Economía, Roberto Lavagna, que asumió el 27 de abril de 2002, Duhalde logró que la Argentina saliera poco a poco de su pozo fiscal. Lavagna era un ministro a la vez heterodoxo y responsable. A la inversa de los economistas clásicos, no castigó el consumo popular como se lo había hecho hasta ese momento. Mientras lograba rematar una dura renegociación de la deuda externa, ordenó gradualmente las demás variables de la economía. Hasta aquí la sucinta historia de la Argentina entre octubre de 2001 y abril de 2002. Para completar el cuadro, falta comparar nuestro inmediato pasado con el presente griego y, sobre todo, con el futuro que espera tanto a Grecia como a la Argentina.
Ellos y nosotros
Grecia se encuentra ahora como se encontraba la Argentina antes del default y la devaluación. Después de la aprobación del Parlamento de Atenas del nuevo plan de ajuste, también podría decirse que Grecia se encuentra en la situación en la que se habría encontrado nuestro país si hubiera lanzado un profundo plan de ajuste para evitar tanto el default de Rodríguez Saá como la devaluación de Duhalde. Nosotros no pudimos hacerlo. ¿Podrán ellos? Tienen algo que no tuvimos nosotros: el sostén alemán. La situación actual del "euro" hace recordar lo que pasó hacia 1870 cuando Prusia logró la unión de Alemania atrayendo a los diversos ducados y principados independientes que por entonces la formaban en torno de una nueva aduana y una nueva moneda común, el zollverein . Si Prusia logró la unión alemana alrededor del zollverein hace más de un siglo, ¿no estará intentando la Alemania de hoy la unión europea, esta vez alrededor del euro? Pero al lado de esta influencia tan pujante, lo que falta saber es si el pueblo griego y el resto de los pigs están dispuestos a acompañar la tremenda disciplina germana desde una cultura que no es sajona sino latina.
¿Y qué pasó, mientras tanto, con nosotros? Que los Kirchner, a cargo del país desde 2003, cometieron diversos desvíos. En lo político, Néstor Kirchner aprovechó el hambre de autoridad que padecían los argentinos después de la anarquía de De la Rúa no sólo para ocupar autoritariamente el consiguiente vacío de poder sino también para apropiarse de la solución que había encontrado Lavagna como si fuera de él, incurriendo además en el mismo vicio que agravó la crisis griega: la falta de credibilidad que generaron las mentiras oficiales sobre las cifras de la economía, en nuestro caso a cargo del Indec.
Con De la Rúa y Cavallo, habíamos hecho las cosas mal. Con Duhalde y Lavagna, hicimos las cosas bien. Con los Kirchner hemos vuelto a hacer las cosas mal, abusando de los recursos del Estado en un desborde populista que pudo desbarrancar de nuevo a la Argentina. ¿Pero por qué no nos hemos desbarrancado? Porque en nuestro auxilio acudió algo con lo que no contaron De la Rúa y Cavallo: el poderoso viento de cola de nuestros precios internacionales. Ahora reina otra fórmula económica sobre nuestro país, a la que podríamos definir como populismo más soja. El populismo nos impide progresar aceleradamente mediante un aluvión de inversiones como hoy lo hacen, con el mismo "viento a favor", Brasil, Uruguay y Chile. Pero esta carencia, que dibuja un oscuro porvenir en el mediano plazo, no nos afecta por ahora en el corto plazo. La demagogia y la mentira, sin la soja, llevaron a Grecia al borde del abismo. Con la soja, a nosotros nos han dado un respiro. Este respiro, ¿será suficiente para asegurar la reelección de Cristina?

La Constitución o el delito
Santiago Kovadloff
Para LA NACION .Jueves 30 de junio de 2011 .LA NACION.
Queda claro: la lucha de fondo, a partir de aquí, será a favor o en contra de la Constitución. A favor o en contra de la ley. A favor o en contra de la alternancia. A favor o en contra del autoritarismo. Sólo después, si se impusiera el marco de un sistema político y jurídico saneado, la izquierda y la derecha tendrán ocasión de ofertar sus matices doctrinarios.
Hasta ese momento la lucha será otra. Hasta allí, lo que está en juego son dos concepciones de la gobernabilidad. Una es democrática, la otra no. Anteponer lo ideológico -como campo de confrontación prioritaria- a esta alternativa axiomática equivale a darle la espalda al drama del país para buscar amparo en el lirismo conceptual. O, lo que es peor, a instalar la discusión en un escenario que a todas luces le conviene al oficialismo para seguir camuflando con bellas palabras hechos deleznables y propósitos demagógicos.
Javier González Fraga hizo saber que si Ricardo Alfonsín se impusiera en las elecciones de octubre, su gobierno sería gradualista en todo menos en lo que atañe a la Justicia. En otros términos: no hay que enfriar la economía, pero sí hay que recalentar la vigencia de la ley. Tiene razón. La Constitución no regirá de veras si no se impone la intransigencia en su cumplimiento. ¿No es ésta acaso también la convicción de Elisa Carrió? ¿No es éste el planteo central de Eduardo Duhalde? ¿Y qué decir de Hermes Binner, sino que es este mismo principio el que lo define? Ninguna de las fuerzas partidarias interesadas en competir por la conquista de la próxima presidencia puede tener con el oficialismo una diferencia más sustancial que ésta ni un motivo más hondo para impulsar un acuerdo básico entre todas ellas.
Es fácil prever hacia dónde se encaminará el oficialismo si gana las elecciones de la próxima primavera. No es fácil en cambio advertir todavía si sus opositores están dispuestos a deponer las diferencias que los segmentan ante la necesidad de impedir que ese triunfo oficialista se produzca. Nadie como los Kirchner ha manipulado con tamaña astucia y afán de distorsión los recursos ofertados al poder por una democracia debilitada, en favor de un desvalimiento aún mayor de sus fundamentos.
Hay horas en las cuales no entender qué es lo decisivo para una nación puede resultar fatal para su porvenir. Esta es una de ellas. Las circunstancias exigen de las dirigencias opositoras una lucidez perceptiva que no admite más dilaciones. Lo que primeramente hace falta es derrotar al kirchnerismo. Se trata de identificar o dejar de identificar la línea divisoria entre quienes comprenden que es indispensable defender la democracia y volver a consolidarla y quienes la esquilman sin pudor por entender que es otro el camino que debe seguir la organización nacional. De modo que o se está con la Constitución o se está contra ella. Con el propósito de respaldarla o con el proyecto de abolirla en favor de otra legalidad.
La fortaleza moral imprescindible para restituirle auténtica significación al orden constitucional malamente vigente no puede tener otra raíz que la conciencia del dolor, del envilecimiento, de la estafa y del empobrecimiento sembrados por la decadencia en que nos encontramos. No son la riqueza que el Estado acumula ni el consumo desbordante y circunstancial que alienta los que harán la felicidad de nuestro pueblo -como querían Sarmiento y Alberdi-, sino su adecuada y honesta administración. La corrupción administrativa por parte del Estado convierte los recursos con que cuenta en un robo y en una herramienta extorsiva. No es pues el progresismo lo que debe discutirse hoy en la Argentina, si de veras se quiere ir al fondo de las cosas. Hay algo previo que cabe discutir y son las condiciones que hacen posible la gobernabilidad. Ellas remiten a dos procedimientos básicos que pueden promoverla. Uno es el delito. El otro es la subordinación a la ley. Uno y otro encaran de muy distinta manera lo que es urgente resolver: el empleo, la educación, la inversión, la salud pública, la inseguridad. Se trata de optar, de convalidar uno u otro de esos dos procedimientos. De generar o dejar de generar las condiciones propicias para que la política, democráticamente entendida, vuelva a despertar expectativas sociales de dignidad y progreso.
¿Implica el acuerdo entre Ricardo Alfonsín y Javier González Fraga una evolución de ambos partidos -el Justicialismo y la Unión Cívica Radical- hacia una complementación que reconoce tanto la necesidad de acatar las instituciones como la de aprender a gestionar el poder? Si así no fuera, un eventual recambio de inquilinos en la Casa Rosada no habrá significado nada más que una efímera ilusión. Si así fuera, la distensión del conflicto social y el gradual desarrollo del proceso educativo irán infundiendo al ideario republicano un peso social y cultural que no tiene. De modo que la cuestión primordial no es saber quién ganará y quién perderá. Lo que cabe saber es qué se ganará y qué se perderá con quien gane y con quien pierda. Se trata de ver si estamos dispuestos a ir hacia una reforma constitucional que asegure la reelección indefinida del oficialismo actual o hacia un proyecto de alternancia que devuelva consistencia y seriedad a la democracia argentina.
Como ha ocurrido siempre con el kirchnerismo, es él mismo quien genera sus mayores dificultades y abre sus flancos más vulnerables. Sus contradicciones lo desbordan y, al igual que en el caso de Jekyll, su lado oscuro termina por empañar su triunfalismo y su soberbia. Como ha escrito Eduardo van der Kooy: "Los casos Bonafini y Moyano no se circunscriben sólo a ellos, a sus pensamientos y sus conductas. Representarían también un estado de crisis (¿incipiente?) en dos de los tres engranajes que, desde 2003, le permitieron funcionar al sistema kirchnerista. Refiere a las organizaciones sociales y de derechos humanos y al sindicalismo. La otra pieza está paralizada hace rato. El peronismo vive encapsulado y temeroso. ¿No esconde esta patología, también, un estado de crisis potencial?"
Si Néstor Kirchner viviera, el fantasma de la reforma constitucional no sería agitado con imprudente insistencia en la trastienda del poder. La alternancia matrimonial seguiría desempeñando, seguramente, el papel que empezó a cumplir en el año 2007. No siendo ello posible, Cristina Fernández necesita uno o dos períodos más al frente del Ejecutivo para terminar de dar a luz su descendencia confiable, hoy en pleno proceso de cocción. Transformada en madre simbólica y doctrinaria, podrá ver mañana su identidad expandida y perpetuada en un hijo o en varios de ellos, que no necesitarán ser carnales para ser ideológicamente legítimos. Por el momento, las referencias constantes de su entorno a la necesidad de "proteger a Cristina" tienen su razón de ser. La Presidenta depende mucho más de lo que desearía de quienes la rodean, cosa que con Néstor Kirchner no ocurría. A ella hay que cuidarla. De él había que cuidarse.
Para configurar la contundente victoria electoral que busca, Cristina Fernández debe sumar, a los que ya tiene asegurados, votos que la siembra populista no le basta para cosechar. El sentimentalismo que vertebra la sensibilidad política de muchos argentinos y el auge consumista en curso se muestran dispuestos a brindárselos. Los dictados del corazón, tan fervorosos como volátiles en el orden político, y los descarnados intereses económicos que sólo tramitan por la vía del cálculo sus opciones constitucionales se perfilan así como plenamente complementarios. Y la Presidenta ha demostrado tener reflejos rápidos para capitalizarlos. Bien lo ha dicho recientemente James Nielsen: "La compasión que tantos sienten por Cristina desde que murió su esposo ha podido más que la inoperancia tragicómica del gobierno que encabeza". Lo demás y siempre a su favor, al menos hasta ahora, lo ha venido haciendo la desconfianza social en la política y, sobre todo, en la consistencia de las instituciones.
Más allá de lo discutible que pueda resultar este diagnóstico, lo cierto es que el nuestro es un país con dificultades profundas para generar mecanismos de control. Y de esa impotencia se alimenta muy buena parte de nuestro escepticismo social. Carlos Pagni ha dicho con precisión que el nuestro es un país políticamente insolvente. Apto para los procedimientos populistas pero no para las exigencias de una democracia cabal. Propicio para la instrumentación de la pobreza pero no para su resolución. Nadie lo sabe mejor que aquellos que hoy celebran la fragmentación y la diáspora en que andan sumidos los partidos políticos y festejan el retroceso del orden constitucional. Es, no obstante, en circunstancias como éstas que cabe decidir de qué lado nos pondremos. Si del lado de la resignación o del lado de una búsqueda tan difícil como imprescindible. Tan riesgosa como fundamental

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