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El objetivo es la conquista ideológica
Joaquín Morales Solá
LA NACION- Miércoles 20 de octubre de 2010
Cristina Kirchner está convencida (también su marido) de que la prensa es un invento desdichado de los enemigos del kirchnerismo. La Presidenta lanzó ayer una frase temeraria (la presunta necesidad de "nacionalizar" la prensa) y, más tarde, anunció un proyecto para regular la producción y distribución de papel para diarios.
La novedad es que no hay novedad: se trata de una nueva ofensiva contra Papel Prensa. Antes, en un plenario de comisiones de la Cámara de Diputados, el bloque oficialista, con el apoyo inestimable de la centroizquierda, aprobó un proyecto inexplicable para declarar a la producción de papel para diarios de "interés público". El principal insumo que necesitan los diarios para seguir existiendo, el papel, vuelve a ser entonces motivo de la codicia oficial.
Cristina Kirchner tiene un viejo pleito con los medios y con los periodistas. Recorta la historia, la deforma muchas veces o toma sólo trozos parciales de ella, para renovar, con peligrosa asiduidad, el combate contra los medios de comunicación independientes. Acuden a su ayuda (¿o a su indefensión?) argumentos pobres y débiles, como sucedió ayer cuando se respaldó en la simple cobertura periodística de los problemas que ocasionó el megaevento moyanista del viernes pasado.
La Presidenta ha vuelto a encontrar debajo del mantel una conspiración que no había. Desde que existe el viejo oficio, la prensa ha informado de los problemas que padece la sociedad cuando se altera la normalidad del espacio público. No son casos que necesitan probarse; las principales víctimas han sido muchos argentinos que circularon ese día por las cercanías del estadio de River. Llamó la atención, por el contrario, que ninguna autoridad hubiera dispuesto con antelación un plan alternativo de circulación que evitara el caos que provocaron los camiones y los colectivos con los colores del moyanismo.
Debe concluirse, entonces, que se trató sólo de un pretexto tomado al voleo para exponer una idea fundamentalista. En efecto, el problema de fondo no es esa noticia trivial, una más, sobre el desorden público, sino la deducción presidencial sobre la presunta necesidad de "nacionalizar" la prensa argentina. Cristina Kirchner aclaró que no quiere estatizar al periodismo. La inmensa mayoría de los medios de comunicación están en manos de empresas argentinas. Algunos de los pocos medios de comunicación audiovisuales que son propiedad de firmas extranjeras figuran, además, entre los amigos más cercanos al matrimonio presidencial. ¿Qué quiso decir, en realidad? Es cada vez más difícil desenhebrar el pensamiento presidencial que se expone en discursos contradictorios. La Presidenta suele usar palabras que tienen un significado o un sentido contrarios a la idea que está desarrollando.
Sin embargo, puede inferirse que lo que Cristina Kirchner insinuó es la necesidad de colonizar ideológicamente a los medios periodísticos. A eso le llamó "nacionalizar". La idea es tan peligrosa y oscura para la democracia como el significado literal de lo que dijo. El kirchnerismo quiere una prensa que piense como piensa el kirchnerismo y que informe según los paradigmas supuestamente "nacionales y populares" del matrimonio gobernante. "Nacional" no es para los Kirchner un término que alude a la condición de argentinos, sino al grado de lealtad a sus confusas banderas políticas. Basta observar a la actual prensa oficialista argentina para entrever el modelo que les gusta.
Con todo, cualquier argumentación teórica contra tales postulados carece de la posibilidad de convencer al kirchnerismo. La fracción peronista que manda ya fracasó con una descabellada denuncia sobre la compra de Papel Prensa hace 34 años (que se probó falsa de cabo a rabo) y ya tropezó también con un implacable límite judicial a la aplicación del artículo medular de la ley de medios. Nada, no obstante, logró frenar definitivamente una política destinada a desacreditar a medios periodísticos y a periodistas. La saga continúa y continuará. Esa política se puso en marcha no bien asumió Néstor Kirchner en 2003, pero se agravó seriamente durante el mandato de su esposa.
¿Es ése el legado que el kirchnerismo quiere dejar cuando ya no esté en el poder? ¿Está resignado a que se lo recuerdo como el gobierno con menos vocación democrática desde 1983? No era esa la idea de su gobierno que explicaba Cristina Kirchner cuando se preparaba para su entronización, pero ya queda muy poco de lo que ella prometía antes de suceder a su marido.
 
Agravios
Los actos inútiles conviven simultáneamente con los agravios inútiles. La Presidenta se lanzó de lleno ayer, ella misma, su bloque de diputados y sus esenciales aliados de centroizquierda, contra la producción de papel para diarios; es decir, otra vez contra Papel Prensa. Hay que creer que los Kirchner han llegado al convencimiento cabal de que esa empresa privada es una bien del Estado (sólo lo es en un porcentaje minoritario) y que, por lo tanto, forma parte del ya abultado capital privado de la pareja presidencial. Si se tiene en cuenta cómo usan, por ejemplo, Aerolíneas Argentinas o los medios públicos de comunicación, entonces es fácil deducir cómo usarán a la principal empresa argentina proveedora de papel para diarios. La usarán para satisfacer las necesidades políticas o personales de los Kirchner. "Una cosa es el Estado y otra cosa es el Estado de los Kirchner", suele decir el senador Ernesto Sanz.
En el mundo actual sobra el papel para diarios. Los medios de comunicación gráficos no han podido, todavía, resolver el problema que plantea la fuga de lectores hacia la plataforma digital. La sana competencia está garantizada con sólo asegurar la libre importación de papel, como sucede actualmente.
A todo esto, el centro de la ofensiva es Papel Prensa, pero nadie habla de lo que ahora se llama Papelera Tucumán. Esa empresa (que se llamó en sus inicios Papel del Tucumán) recibió todos los incentivos del Estado para fabricar papel para diarios; así lo hizo durante algunos años. Luego la compró un conocido dirigente peronista, Alberto Pierri, y se dedicó a fabricar papel para cualquier cosa, menos para diarios. Es probable que el nuevo dueño haya visto que el papel para diarios no es un buen negocio. Sea como fuere, ninguna lupa del kirchnerismo se ha puesto sobre esa empresa. Lo mejor sería, de todos modos, que esa injusta lupa dejara de funcionar.
Quizá se trata de una empresa "nacional", según la definición presidencial de ayer. Formaría parte, por lo tanto, del contradictorio santuario del kirchnerismo. El núcleo del conflicto no es la recurrente contradicción, a pesar de todo, sino la coherencia del oficialismo en la persecución del periodismo independiente.


 

El secreto encanto de la traición
Joaquín Morales Solá .Domingo 17 de octubre de 2010
Julio Cobos y Daniel Scioli no tienen casi nada en común, salvo dos cosas: nunca se pelean con nadie y los dos han sido (uno lo es todavía) vicepresidentes de los Kirchner. Expertos en saber flotar sobre la marea de la vacilación, ambos están condenados al silencio en medio de una política estridente y muchas veces escandalosa. Sólo la acción o el gesto les están permitidos en el angosto desfiladero que les tocó. Un voto oportuno en el Senado o la presencia en una ceremonia kirchneristamente inamistosa son suficientes para colocarlos otra vez en el alborotado primer plano. Una mayoría social, sin embargo, pondera esos secretos embelecos que saben urdir.
Cualquier encuesta de imagen señala a Scioli y a Cobos entre los políticos mejor valorados por un porcentaje importante de argentinos. El caso de Scioli es más difícil de explicar que el de Cobos. No porque uno sea mejor que otro, sino porque Scioli debe gobernar la provincia más complicada del país. El mandatario bonaerense es tributario, no obstante, de esos momentos en los que las sociedades sólo miran a los gobernantes nacionales para tirarles encima hasta las culpas que no tienen. Cobos sobrelleva su propia desventura: su cargo es naturalmente gris, no tiene recursos y su articulada cabeza de ingeniero resulta, a veces, impotente frente al caos de la política.
¿Y si un desvarío electoral los colocara a los dos en la lucha final por la presidencia en el próximo año? En ese hipotético caso (todo puede cambiar todavía), habrá que creer que existe la justicia poética. Ambos fueron maltratados por los Kirchner para que no tengan futuro político; los dos han sido estigmatizados en su momento con la etiqueta de traidores, a la que se accede en círculos kirchneristas por el solo hecho de haber dicho fugazmente que no. Todo lo demás es diferente entre ellos. A Cobos le gusta, por ejemplo, cualquier idea prolijamente escrita en un papel. Scioli, en cambio, prefiere consultar ideas en el módico universo del famoseo argentino.
Una pregunta resulta ya inevitable: ¿qué hacen los Kirchner para que sus más peligrosos adversarios hayan sido las personas más cercanas a ellos? Cobos y Scioli integran sólo los últimos lugares de una lista mucho más larga. Los dos ex vicegobernadores de Néstor Kirchner, Sergio Acevedo y Eduardo Arnold, se han convertido ahora en las expresiones más autorizadas para denunciar el autoritarismo y la corrupción de la dinastía gobernante. Alberto Fernández, que fue una especie de vicepresidente ejecutivo del kirchnerismo durante seis años, es la referencia crítica donde van a parar los kirchneristas desencantados. Scioli habla con Fernández y Fernández, recíproco, habló ayer bien de Scioli. Cabe una sola conclusión: todas las certezas cercanas al matrimonio gobernante son peores que cualquier conjetura desde la lejanía.
El problema de los Kirchner es que todos los días pierden a uno más , lamentan sus allegados. Pierden también como ellos quieren perder. En una hora indecisa entre el miércoles y el jueves último, cuando el Senado ultimaba el tratamiento del 82 por ciento móvil para los jubilados, los senadores Miguel Pichetto y José Pampuro, los últimos convencidos de las bondades oficialistas, llegaron a la conclusión de que estaban ante un empate endemoniado. Decidieron elegir a un senador kirchnerista para que se fuera del recinto; querían perder con dignidad. Pero los sorprendió el santacruceño Nicolás Fernández, el único senador que cuenta con la confianza de los Kirchner. Lo había llamado personalmente la Presidenta para darle una orden inmodificable: había que dejarlo desempatar a Cobos.
¿Por qué? Una derrota limpia carece de argumentos. La derrota impulsada por Cobos les permitió, en cambio, exhibirse como víctimas de una traición. Quizá tengan relativa razón, pero no hicieron más que echar viento al fuego del cobismo fuera del ágora donde está el kirchnerismo fanático. Hasta Elisa Carrió le mandó a Cobos un beso increíble.
Una parte de ese fanatismo dice militar en ideas de izquierda. ¿Será la izquierda la que se abrazará al veto de un sustancial aumento a los paupérrimos jubilados argentinos? Cristina Kirchner podría haber ejercido su derecho a un veto parcial y haber dejado el beneficio para los que perciben la jubilación mínima. Hubiera significado para éstos un aumento del 50 por ciento. Temió que el Congreso hiciera una interpretación sobre ese veto parcial con una mayoría simple; el veto total necesita, en cambio, de los dos tercios de los votos del Congreso. Imposible de alcanzar para la oposición.
Cobos nunca perdió la simpatía que cosechó en el interior del país con su voto contra la resolución 125. Más allá de la Capital y del conurbano, el vicepresidente siguió siendo siempre el político más popular del país.
Otro empate más fundamental parece suceder en la prematura campaña presidencial. A los políticos con más simpatía social no se les reconocen los atributos para controlar luego la gobernabilidad. Los que tienen esos atributos ante la mirada social carecen, en cambio, de la simpatía colectiva. En esa ardua y aburrida igualdad se metió Scioli. Se metió después de que ocurrió un definitivo punto de inflexión: el reciente reto público de Kirchner ante un auditorio de intendentes bonaerenses. Scioli nunca volverá a ser el mismo después de esa humillación , cuentan los que lo oyen.
Scioli no decidió lanzarse confiado sólo en un Dios bueno. Antes cotejó que una inmensa mayoría de intendentes presentes en aquel acto se solidarizaron con él y hasta evaluaron luego la posibilidad de escribir un documento público de adhesión al gobernador. Esos caudillos no se estaban abrazando a Scioli, sino diciéndole adiós a Kirchner. Por esos días, en una reunión de intendentes del conurbano para analizar qué harían en las próximas elecciones, el jefe de La Matanza, Fernando Espinoza, deslizó una frase enigmática: Haremos lo que sabemos hacer . Joaquín de la Torre, el novato intendente de San Miguel, le preguntó qué es lo que sabían hacer. Cuidar nuestro territorio. Apoyaremos al mejor , le contestó Espinoza. Ninguno habló de Kirchner.
El sciolismo piensa (el inasible pensamiento de Scioli es otra cosa) que no habrá un próximo presidente peronista si sólo pujaran los antikirchneristas y los prokirchneristas. El peronismo se dividiría entre dos propuestas distintas y los radicales podrían pescar la presidencia en medio de ese río revuelto. Scioli necesita, entonces, poner un pie en el kirchnerismo y otro entre los disidentes. Por eso, fue al penoso acto de Santa Cruz contra la Corte Suprema y compartió el veto al aumento para los jubilados. Pero en esos mismos días comió y durmió con el demonio de los kirchneristas puros. Estuvo en el Coloquio de IDEA, que es para los Kirchner la inverosímil casa del demonio, y allí se mezcló, afectuoso, con Eduardo Duhalde y con José María Aznar, el referente más claro de la derecha española. Fue su penúltimo péndulo.
Kirchner ya no puede hacer nada ante tanta herejía. Scioli hasta ahuyentó su viejo temor de que la venganza kirchnerista le incendiara la provincia. Un incendio ahora lo calcinaría a Kirchner , suponen los amigos del gobernador. Scioli saltó de IDEA al acto de Hugo Moyano, que fue, sobre todo, un mensaje a la política por venir. Ningún presidente tendrá paz si le recortara su desmesurado poder, mandó decir Moyano. Scioli estaba a su lado, pero no fue él quien pagó nada. El matrimonio presidencial fue el que costeó el precio político de estar cerca de Moyano, el dirigente más impopular del país.
Kirchner tampoco puede tomar distancia de Moyano, el último aliado fuerte que comparte, además, la cartografía de sus métodos. Al revés, es el propio Moyano el que anda diciendo, ante surtidos interlocutores, que Kirchner es ya un político débil y errático, tal vez concluido.
 
Las dos adicciones que dominan a los Kirchner
Mariano Grondona.Domingo 17 de octubre de 2010
Los esposos Kirchner, cuya meta ha sido dominar a los argentinos, están siendo dominados a su vez. Esta es su paradoja. Pero aquella "dominación de ida" y esta "dominación de vuelta" son de distinta naturaleza. Para dominar a otros, los Kirchner han utilizado diversos métodos desde el "apriete" hasta el soborno que, si bien apuestan a la debilidad psicológica de sus "víctimas", ya que explotan su miedo o su codicia, son en cierta forma "externos" a ellas porque les vienen "de afuera", partiendo de los Kirchner y llegando a sus frágiles conciencias hasta hundirlas en el negro pantano de la obsecuencia. Los factores que dominan a los miembros de la pareja presidencial son, al contrario, "internos" porque residen en sus propias conciencias, pero no por eso dejan de ser tan poderosos como los barrotes de una cárcel que, habiéndose instalado en la intimidad de sus personalidades, les bloquean la "autocrítica" y el "diálogo", esos dos puentes que podrían haberlos liberado, por lo pronto, de sí mismos.
 
Cuando alguien alberga una pasión irrefrenable, decimos que padece una adicción . Los Kirchner, entonces, ¿son "adictos"? No, por cierto, en relación con las adicciones más groseras como serían, por ejemplo, las de las drogas o el alcoholismo. Pero no por eso los Kirchner dejan de ser adictos. Lo que ocurre es que sus adicciones son más complicadas que las que habitualmente se mencionan. Y si aquí usamos la palabra "adicciones" en plural, es porque la adicción que padece Cristina Kirchner es diferente de la adicción que afecta a Néstor Kirchner, aunque ambas resulten, en definitiva, convergentes.
 
El mito de Narciso
Una de las figuras más notables de la mitología griega es Narciso, un joven de extraordinaria belleza cuyo entretenimiento era desairar a las mujeres que lo asediaban. Fue entonces cuando Némesis, la diosa de las retribuciones, decidió castigar la soberbia del joven apolíneo. ¿Cómo lo hizo? Permitió que Narciso, por ser el primer humano que se veía reflejado en el tembloroso espejo de un lago, descubriera su propia imagen, enamorándose a continuación de ella. Pero la fascinación de Narciso consigo mismo lo llevó a acercarse tanto al lago que terminó ahogándose en él.
El periodista Andrés Oppenheimer, al referirse al caudillo venezolano Hugo Chávez, lo ha llamado una y otra vez narcisista-leninista . "Leninista" por su ideología. Pero "narcisista", además, porque habla tantas veces ante un público invariablemnte exultante que bien podría decirse que lo que más lo atrae es oírse a sí mismo. Cuando uno advierte que Cristina Kirchner habla casi diariamente ante un público igualmente cautivo, aunque reducido a los pocos cientos que expresan adoración por sus discursos nunca expuestos al disenso de los que no coinciden con ella, pero proyectados al mismo tiempo hacia la muda audiencia general a través de la red oficial de comunicación, cabe preguntarse si su íntima motivación no es también, como en el caso de Chávez, convertirse en una protagonista, y ésta es una tendencia que ha venido a reforzarse con su diaria apelación a la red social Twitter, mediante la cual también elude, de paso, las preguntas potencialmente incómodas de la audiencia.
Esta inclinación se volvió evidente desde 2008, cuando, en plena crisis del campo, la Presidenta empezó a multiplicar la frecuencia de sus mensajes, además, nunca leídos para confirmar que no necesita acudir a textos o a notas que la habrían hecho depender, en tal caso, de inoportunas fuentes ajenas. Lo que salió a la luz, entonces, fue que la Presidenta, pese al efecto contraproducente de sus discursos, sobre todo entre la clase media, insistía en reproducirlos de continuo, dejando ver de este modo que lo que más le importaba no era convencer, aprender o dialogar, sino apuntalar su propia autoestima, y demostrando así que sus constantes autorreferencias frente a un público previamente domesticado, más que llegar a más y más gente, apuntaban a reafirmar su quizás endeble autoimagen. Igual que Narciso y como él, quizás, en la inquieta espera de la inexorable Némesis.
Esta hipótesis sobre el narcisismo de Cristina, ¿valdría también para explicar los últimos acontecimientos? El hecho es que el jueves último, al desempatar otra vez contra el Gobierno para apoyar el aumento a los jubilados, el vicepresidente Cobos vino a repetir la escena, terrible para la memoria de los Kirchner, de su voto "no positivo" de 2008. Se tuvo entonces esa sensación que los franceses llaman déjà- vu y nuestro Diccionario "paramnesia", algo contrario a la "amnesia", en virtud de la cual presentimos que algo ya ocurrido se vuelve a hacer presente. Pero lo más grave para los Kirchner del voto de Cobos no era tanto esta nueva derrota del oficialismo en el Senado cuanto algo inadmisible desde una visión narcisista de la política: que Cobos se había convertido de nuevo en protagonista. Esto era algo sencillamante inaceptable para la Presidenta. ¿Qué hizo, entonces? Al vetar la ley jubilatoria, recuperó en menos de veinticuatro horas el protagonismo. Es que si hay algo inaceptable para un narcisista es que alguien pretenda desplazarlo del centro de la escena.
 
¿Qué es "vencer"?
Al aprovechar su regreso al protagonismo, Cristina Kirchner agredió, de paso, al vicepresidente Cobos llamándolo okupa . Fue en ese instante cuando su discurso vino a coincidir con la adicción particular de Néstor Kirchner. Para éste, en efecto, sólo importa vencer, de ahí que haya bautizado a su agrupación Frente para la Victoria. Pero si todo lo que importa es "vencer", también existe la necesidad insoslayable de vencer a alguien . Sin enemigo, no podría haber victoria. La presencia del enemigo confiere a toda batalla su elemento indispensable. Esta obsesión con el enemigo, propia de las ideas autoritarias de Carl Schmitt, fue recobrada al servicio de los Kirchner por Ernesto Laclau y su asociada y mujer, Chantal Mouffe, pero había tenido su expresión más elocuente en la advertenecia que un destacado politólogo ruso, Georgie Arbatov, al caer la Unión Soviética en 1989, les hizo a sus vencedores norteamericanos cuando les dijo: "Les hemos hecho a ustedes un daño incomparablemente mayor que nuestra amenaza nuclear: los hemos dejado sin enemigo ".
Lo peor que podría ocurrirle al belicoso Néstor Kirchner, debido a su adicción a una victoria que debería reiterarse siempre, es quedarse sin enemigo. No bien se animó a desempatar otra vez en el Senado contra la pareja gobernante, Cobos pasó a cubrir de inmediato esta necesidad contra lo peor que podría ocurrirle a Kichner en esta dudosa instancia de nuestro proceso político: ante la ambigüedad de una oposición desdibujada, y que tampoco acepta el desafío de Kirchner al negarse a la elección interna que éste le proponía, sería quedarse sin enemigo .
Fue entonces cuando Cristina Kirchner, en el discurso donde anunciaba el veto a la reciente ley del Congreso en favor de los jubilados, acudió en ayuda de su esposo insultando a Cobos. ¡Qué alivio frente a la sombría advertencia de Arbatov! Pese a ella, los Kirchner habían resucitado casi de inmediato su concepción de la vida política, que no es otra que invertir la famosa advertencia de Carl von Clausewitz según la cual "la guerra es la continuación de la política por otros medios", pensando al contrario que "la política es la continuación de la guerra por otros medios". Con la renovación del belicismo contra Cobos, la adicción a la guerra política del propio Kirchner quedó salvada, aunque fuera a costa de un veto impopular


 

Nuevas madres en Plaza de Mayo
Santiago Kovadloff
LA NACION Viernes 15 de octubre de 2010
¿Persistirán? ¿Se convertirán a fuerza de hacerse ver allí en las nuevas Madres de Plaza de Mayo? ¿Sostendrán su encuentro de los jueves como aquellas que las precedieron? ¿Realizarán con indeclinable constancia su reclamo ante la Casa Rosada exigiendo justicia?
No les toca desafiar una dictadura, sino una escalofriante subestimación de la inseguridad por parte del Gobierno. Son, también, madres de desaparecidos. No los secuestró ni los exterminó el Estado totalitario, pero los sepultó en la intrascendencia un gobierno que se niega a reconocer la envergadura del crimen que les arrebató la vida.
Para hacer justicia es preciso empezar por admitir de qué hablan, con su extinción, esos hijos que aniquiló el delito. Es preciso reaccionar con responsabilidad reflexiva ante lo que esas vidas tronchadas nos dicen. El castigo de los culpables no tendrá lugar si el Gobierno no procede con verdad ante lo que pasa; si no ve en lo que hace con lo que pasa un recorte arbitrario de los derechos humanos. Una evidencia de la liviandad con que los concibe cuando la reivindicación de esos derechos no coincide con sus intereses.
La denuncia formulada por estas nuevas Madres no deja lugar a dudas. El Estado tolera la violencia y el crimen de sus hijos en la medida en que no combate a sus asesinos con resolución. Las madres de ayer exigían el retorno al Estado de derecho. Las de hoy reclaman su plena vigencia. Se rebelan contra una parcialidad que, al perpetuarse, hunde a la democracia en un simulacro. Se resisten esas madres a admitir que el Poder Ejecutivo no respalde su reclamo con la contundencia que cabe. Les repugna que se pretenda diagnosticar la proyección social cobrada por su padecimiento como una desmesura o, lo que es peor aún, como una tergiversación de los hechos.
El pasado 7 de octubre tuvo lugar en Buenos Aires una extraordinaria movilización (que ayer se repitió). Concentrada en la Plaza de Mayo, llegó a ser multitudinaria. La organizaron madres, padres, familiares y amigos de las víctimas de la inseguridad. A ella adhirieron otros padres y madres: los que temen, con razón, por la vida de sus hijos. Diez mil personas se congregaron allí. Sus miradas y sus pancartas se alzaron durante horas hacia la Casa Rosada. Nadie, desde sus balcones, contempló las ampliaciones fotográficas que reproducían los rostros y los nombres de incontables jóvenes asesinados. Nadie quiso ver, desde esos balcones, las imágenes de estos nuevos hijos que la violencia devoró.
Voces y carteles reclamaban que la ley pusiera fin a la impunidad de los que matan en las calles, de los que violan en las calles, de los que roban en las calles. Voces y carteles exigían que la seguridad fuera devuelta a la gente. El Gobierno, sin embargo, no parece darse por enterado. Al desestimar la trágica magnitud de lo que sucede, inscribe lo que ocurre en el escenario de lo irreal. Desdeña el alcance comunitario del dolor y, por extensión, el de la criminalidad. Sin pudor, se muestra insensible al país habitado por la gente que no coincide con su diagnóstico. Prefiere, por lo visto, darle la espalda al mal antes que admitir su existencia. ¿Habrá que subrayar que no es éste el primer conflicto del que reniega? Pero es, seguramente, el más grave. La inseguridad social ha pulverizado la confianza razonable en el transcurso del tiempo. ¿Volverán esta noche a su casa los hijos que de ella salieron durante el día? Quien ahora rebosa de vida y de proyectos, ¿estará entre nosotros dentro de unas horas? Estas preguntas no son naturales, pero se multiplican y cunden por todos los hogares de la Argentina.
Acabar con la violencia que nos mata los hijos equivale a devolver la palabra a la ley. Prevenir esa violencia significa cumplir con la ley sin necesidad de asentar en la represión el significado exclusivo de su valor y de su fuerza. Ya sabemos hasta qué punto el dolor y la desesperación que chocan con la evasiva oficial pueden convertir a una madre, privada de su hijo, en un estandarte de civismo, en una tea encendida de coraje y perseverancia en la reivindicación de la justicia y la memoria. Ha vuelto a suceder. Madres atormentadas por el asesinato de sus hijos convocaron, junto con sus esposos, familiares y amigos, a esa marcha que tanto significa. A esa manifestación de conciencia cívica y desesperación ante la apatía del poder. Ellas, esas madres que hoy se muestran dispuestas a sostener su agobiante comprensión de lo que sucede con un decidido protagonismo público, han posibilitado que la hondura del padecimiento personal se convirtiera, una vez más, en energía colectiva.
"Nos están matando a todos. Lo único que pido es seguridad." Ese fue el clamor que, estremecida por el llanto, hacía oír, como una letanía, la madre del asesinado Diego Rodríguez, una de las responsables de la marcha a Plaza de Mayo. No fueron distintos, en su vehemencia e intención, los demás mensajes que allí pudieron escucharse. Ya no era aquel emblemático "¡Que aparezcan con vida!". El propósito, ahora, era impedir que la muerte de esos hijos aniquilados por la violencia cayera en el olvido impuesto por el menosprecio; no permitir que la insensibilidad de los que mandan la convirtiera en una desgracia familiar sin relieve comunitario. "Queremos vivir. Queremos que nos cuiden y no que miren para otro lado", repetía Luján, novia de Diego Rodríguez.
¿Hasta dónde piensan llegar los poderosos, los investidos con la representación del pueblo? ¿Dónde están los que se ausentan cuando el dolor se hace presente y los reclama la voz de los necesitados? ¿O la tragedia impuesta a los padres que pierden a sus hijos a manos del crimen callejero no afecta a toda la sociedad? Juan Carlos Blumberg obró con acierto ese anochecer del 7 de octubre. Propuso al padre de Diego Rodríguez que, cada jueves, se repitiera la convocatoria contra la inseguridad en la Plaza de Mayo. Lecciones del pasado. Símbolos que se perpetúan. Dramática contigüidad entre aquellas madres de los años 70 del siglo pasado y estas de los años iniciales del siglo XXI. Unas y otras manifestaron, en dos etapas distintas de nuestra historia, la misma necesidad de verse amparadas por la ley. Unas exigieron la abolición del terrorismo de Estado. Las otras, el fin de la irresponsabilidad y el sectarismo del Estado.
En semejante contexto de atrocidades sucesivas, cabe preguntarse qué entiende el Gobierno por equidad y qué lecciones han extraído los opositores de sus desaciertos pasados; de esta tragedia que proyecta la sombra de la muerte sobre la cabeza de nuestros hijos.
La aplastante cifra de jóvenes acerca de cuyo exterminio nos anoticia, hora tras hora, el periodismo, forma parte de esas generaciones inmoladas, simultánea o sucesivamente, por el Proceso, la guerrilla, la Guerra de las Malvinas y el delito sin inscripción ideológica. Si se sumaran alguna vez las víctimas que por obra de la violencia armada perdieron la vida en la Argentina en los últimos cuarenta años, se ascendería a un número aterrador. A la hora de ponderar la decadencia argentina deberá tomarse en cuenta esta pavorosa propensión a lo tanático.
El Estado debe tener la decencia de empezar por reconocer lo que sucede y terminar por resolver lo que pasa. En los años tenebrosos del Proceso, el Gobierno decía desconocer el destino de las víctimas que él mismo generaba. Hoy subestima el número de los que aparecen muertos, malheridos o brutalmente violentados. En los años del Proceso, el Gobierno era el verdugo. Hoy, al renegar de la magnitud y la frecuencia alcanzada por la siembra de tanta muerte juvenil, se convierte en el cómplice tácito de la impunidad criminal.
Al igual que en otros momentos de nuestro pasado, la ciudadanía se verá forzada, en 2011, a optar, mucho más que entre partidos, entre políticas beligerantes y políticas pacificadoras; entre un proyecto de país en el que la seguridad se perfile como prioridad del Estado y otro que parece especular con los réditos que le reporte su fragilidad. La ciudadanía, seguramente, sabrá cómo proceder.


 

 Un discurso sesgado que promueve las divisiones
Joaquín Morales Solá
LA NACION.Miércoles 13 de octubre de 2010
El flamante Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, acaba de describir a la Argentina como un país que está desapareciendo entre las referencias políticas de América latina. Los Kirchner no se equivocaron cuando intuyeron que el premio a Vargas Llosa era una enorme distinción a un crítico implacable del poderoso matrimonio argentino. Guardaron silencio sobre el galardón concedido al escritor peruano. El problema, de todos modos, se reduciría a muy poco si se tratara sólo de la opinión personal de un deslumbrante escritor.
Sin embargo, cada vez con más asiduidad el periodismo europeo analiza a los Kirchner como integrantes auténticos de la corriente latinoamericana conformada por el venezolano Hugo Chávez, por el ecuatoriano Rafael Correa y por el boliviano Evo Morales. Hasta las elecciones perdidas por el kirchnerismo en junio de 2009, esa comparación nunca había sido tan diáfana. Tampoco se lo inscribía en el trípode de países progresistas que son, sí, referencias políticas de la región: Brasil, Chile y Uruguay. Los Kirchner estaban, hasta entonces, solos en una zona indescriptible y confusa. "No son Chávez, pero tampoco son Lula", decían aquí y allá.
Dos procesos que sucedieron a la derrota los han hecho comparables con esos cultores del populismo y las fracturas. Uno es el trato a los medios periodísticos. No han llegado tan lejos como Chávez ni tienen la mayoría parlamentaria como para aspirar a las leyes de censura explícita promovidas por Morales. Frente a ellos, sólo hay líneas maestras y una retórica con las que se identifican los Kirchner. El caso más parecido al argentino es el de Correa. A Correa se lo acusa de la creación de un multimedio propio con dinero del Estado, de promover una ley de comunicaciones para limitar la propiedad privada en los medios audiovisuales y escritos, de un permanente hostigamiento a los periodistas críticos y de usar hasta el hartazgo la cadena nacional de radio y TV. ¿La coincidencia es sólo casualidad? Correa no es parecido a los Kirchner; es casi idéntico.
Como escribió la lúcida periodista española Soledad Gallego-Díaz en El País, en la Argentina no existen leyes de censura sobre la prensa, pero el periodismo está preocupado por los riesgos que entrañan algunas decisiones oficiales. La lista de esos riesgos es larga: desde los intentos de controlar la producción de papel para diarios hasta la confiscatoria nueva ley de medios; desde la persecución a periodistas independientes hasta la difamación cotidiana del periodismo crítico en los muchos medios y programas controlados por el oficialismo. Como también escribió Gallego-Díaz, el periodismo ha pasado a ser, para los Kirchner, el adversario que deberían ser las fuerzas políticas opositoras que ocupan lugares en el Congreso.
La fragmentación social es, en cambio, un camino muy parecido entre Chávez, Morales, Correa y los Kirchner. La intención de dividir a la sociedad es tan clara que hace poco la Presidenta consideró que esa fractura ya estaba consumada; fue cuando enfrentó en un discurso a la clase media con los "morochos". Un discurso agresivo, intolerante y sesgado se adueñó de la cabeza y de la boca de gran parte de la conducción nacional. A pesar del eventual y enorme costo social que podría tener, la estrategia de dividir es la preferida para mantener abroquelados a los seguidores de la pareja presidencial.
Al obligar a los funcionarios a ser como son ellos, los Kirchner han logrado ministros como Amado Boudou y Héctor Timerman, que hacen de sus insultos públicos una previsible política de Estado. Cada vez más se echa de menos a funcionarios que se fueron cuando comenzó la radicalización. Jorge Taiana fue el último, pero antes lo habían precedido, por motivos similares, Alberto Fernández, Roberto Lavagna, José Pampuro y Alberto Iribarne, entre varios más. Ninguno de ellos podría suscribir un tweet de los actuales ministros o deslizar una sola frase hiriente de las muchas que son habituales ahora. A veces, hay que preguntarse si la Argentina no está ante el triunfo cultural del kirchnerismo. Ya sea por legítimo fastidio o por el efecto del contagio, algunos opositores y otros tantos periodistas han elegido el mismo estilo y el lenguaje de los Kirchner y sus ministros para relacionarse con el espacio público. Una creciente degradación del debate público es perceptible en los últimos tiempos.
Una porción de jóvenes argentinos se siente cerca del kirchnerismo, tal vez porque confunde su inconformismo y sus transgresiones con la noción equivocada de una revolución. Ellos no vivieron la historia reciente y tampoco la leyeron, en muchos casos al menos. La conclusión consiste no sólo en el correcto repudio de los métodos aberrantes de la última dictadura, sino también en que están convencidos de que las organizaciones guerrilleras de los 70 estuvieron integradas por idealistas nobles y generosos. No conciben que en esos grupos había gente dispuesta a consumar el crimen con tanta frialdad como los militares.
Una suerte de amnesia ocurrió sobre la lección de la nueva democracia, que indicaba que los métodos de los 70 no podían ni debían repetirse en el país. Lo más probable es que no se repitan nunca, pero no estaría de más esa vieja base cultural que se está perdiendo entre fantasías y reinvenciones. Es imposible imaginar una sociedad pacífica y tolerante cuando la conducción política es retóricamente belicista, invariablemente sectaria. Políticos opositores, empresarios conocidos, intelectuales con posiciones opositoras y periodistas críticos han sido ya víctimas de ofensas callejeras promovidas por fanáticos solitarios. ¿Hasta cuándo la violencia se detendrá en las palabras, sin pasar a los hechos?
Ni las insensibles desmesuras de Boudou sobre el Holocausto para chicanear a periodistas independientes ni el Twitter de la Presidenta contribuirán nunca a la pacificación. Con todo, nada cambiará. El ministro no sumará más cultura a la ya escasa que adquirió en la vida. Y Cristina Kirchner confunde terquedad con coherencia y arbitrariedad con autoridad. Ha encontrado en Twitter, además, el mecanismo ideal para el ejercicio que más le gusta: escucharse a sí misma.


 

El tamaño de la derrota
Joaquín Morales Solá  para LA NACION
.Domingo 10 de octubre de 2010
Teníamos una sola opción: aceptar o negar la gravedad de la decisión de la Corte Suprema, pero si la aceptábamos debíamos pensar luego si no era mejor dejar el Gobierno en manos de las corporaciones. La frase la deslizó un influyente funcionario del gobierno nacional y se refería a la decisión del tribunal sobre la ley de medios. A ese elevado nivel de una eventual crisis llegaron las consecuencias de la resolución de los jueces supremos. En ese límite de su dura ofensiva contra la cabeza del Poder Judicial se frenó el kirchnerismo, por ahora, en la noche del viernes patagónico.
Fue lamentable que 14 gobernadores viajaran a Santa Cruz para manifestarse contra la Corte Suprema. La convocatoria y la escenografía fueron hechas contra la Corte y sus decisiones, aunque el contenido haya sido cambiado varias veces en las horas previas. En ese envase se colocaron a último momento, en efecto, palabras indescifrables contra la oposición parlamentaria. Fue el clásico y básico Kirchner, bamboleándose entre el amor fingido y el rencor genuino. Pero ¿acaso la oposición no hizo sólo lo que le pidió la Corte, que era intervenir en el conflicto irresuelto en Santa Cruz por el caso del ex procurador Eduardo Sosa? ¿Acaso la resolución del máximo tribunal no decía expresamente que se trasladara al Poder Legislativo ese caso de desobediencia manifiesta de una provincia?
Era mejor ir y contenerlo antes que no ir y profundizar la crisis institucional , aclaró uno de los gobernadores. Dicen que los que más condiciones pusieron fueron el bonaerense Daniel Scioli y el salteño Juan Manuel Urtubey; son, también, los que siempre ponen más reparos para estar cerca, pero siempre terminan estando cerca. El interlocutor permanente para los arreglos de los gobernadores con Kirchner fue el sanjuanino José Luis Gioja.
El gobierno elegido más unitario de la historia en clave económica se envolvió, así, en la bandera del federalismo en una cuestión de elemental respeto institucional. Ningún otro gobierno los obligó tanto a los gobernadores a peregrinar hasta Olivos para conseguir recursos esenciales para sus provincias; ningún otro, tampoco, les suplicó apoyo político para desacatar a la Corte desde una fortaleza provincial.
Scioli insistió en que la decisión de la Corte "es impracticable", la misma opinión que había difundido el kirchnerismo. No es cierto. El propio gobernador santacruceño, Daniel Peralta, encontró una solución y la envió a la Legislatura local. Luego, él y Kirchner decidieron no cambiar nada para seguir controlando la fiscalía local. Pruebas: el fiscal que reemplazó a Sosa, Claudio Espinosa, que debería investigar al poder local, estaba entre los eufóricos asistentes al acto kirchnerista.
¿Por qué Kirchner logra siempre que la dirigencia peronista termine eligiendo el mal menor? Es cierto que el discurso del ex presidente mostró, como nunca antes, a un líder débil que debió aceptar por primera vez las condiciones de sus invitados. A un líder con signos evidentes de haber recibido un golpe político. Eso lo explica a Kirchner, pero no a los gobernadores. La presencia complaciente en actos partidarios es una cosa; otra cosa es la complicidad con las agresiones de hecho a la institución judicial. Hay lugares y momentos de los que no se vuelve, y esa tarde y ese acto del viernes en Río Gallegos son, quizás, algunos de ellos.
¿En qué oportunidad sucedió esa manifestación del poder político contra el judicial? El máximo tribunal del país acababa de condenar a la derrota a los Kirchner en la segunda gran guerra que declararon. La primera fue contra el sector rural; el fracaso lo estampó en ese caso el Senado y, en su instancia final, el vicepresidente Julio Cobos con su ingrato desempate. Ahora, el protagonista fue la Corte y la guerra descerrajada fue contra los medios audiovisuales independientes.
La conclusión de la reciente resolución de la Corte es que los multimedios que existen seguirán siendo iguales dentro de un año, en las vísperas de las elecciones presidenciales. La desintegración de esos conglomerados antes de los próximos comicios, sobre todo el de Clarín , fue el objetivo oculto, pero fundamental, de la nueva ley de medios. La decisión de frenar la vigencia de la cláusula de desinversión, dispuesta por el juez federal Edmundo Carbone y ratificada por una Cámara y por la Corte, anticipan plazos judiciales más largos que las necesidades políticas de los que gobiernan.
Los Kirchner sabían que esa decisión se cocinaba en la Corte. De hecho, los trazos esenciales de la resolución de los jueces supremos fueron redactados hace unos 60 días. ¿No lo sabían en la cresta que todo lo sabe? Imposible. Eso explica el largo período de enfrentamiento del Ejecutivo con la Corte y la intensa campaña de desprestigio y de calumnias a la que sometió al tribunal.
Dos sectores oficiales confluyeron de inmediato en la residencia de Olivos con opiniones diferentes. Uno de ellos sostenía que debía aceptarse la derrota y lanzar un nuevo y duro ataque contra la Corte. Lo lideraba el titular de la autoridad de radiodifusión, Gabriel Mariotto, que desoyó luego el discurso elaborado por el propio kirchnerismo. Mariotto fue uno de los pocos que reconoció la derrota. La otra franja la integraron el secretario general de la Presidencial, Oscar Parrilli, y, sobre todo, su subsecretario, el ex radical Gustavo López, que aconsejaron buscar argumentos exitistas para esconder el fracaso. Ellos tenían razón. La aceptación de la realidad hubiera terminado con el Gobierno , explicó, dramático, uno que los oyó.
El Gobierno prefirió entonces subrayar la mención de la Corte al "plazo razonable" que deberían tener las medidas cautelares. Esa posición es vieja entre los jueces supremos. Los magistrados sólo discutieron ahora si le ponían un plazo firme (hablaron de uno o dos años) o si dejaban aquella mención imprecisa a lo que sería razonable. Eligieron lo último. De todos modos, uno o dos años son como la eternidad para los Kirchner; entonces, ya habrán pasado o estarán por pasar las elecciones y los grandes medios seguirán siendo tal como son. Ese es el tamaño de la derrota.
Funcionarios judiciales estiman que el juez Carbone decidirá la cuestión de fondo (la inconstitucionalidad, o no, del artículo que obliga a la desinversión) antes de fijarse un plazo para dictar esa resolución. Con fama de serio, duro e insobornable, Carbone es un juez que ya está jubilado, pero que se quedó en la Justicia porque le pidieron que no se fuera ante tanta carencia de jueces. La jubilación lo coloca más allá de las presiones o las amenazas del Gobierno. La resolución definitiva de Carbone será un secreto hasta el día en que se haga pública. Pero hay indicios que permiten la inferencia: un juez con sus características sólo dicta decisiones de no innovar cuando tiene alguna certeza de que se está por dañar un derecho, un bien o una garantía constitucional.
El Gobierno debería prepararse para esa eventual decisión con algo más que manifestaciones públicas. La época en que esas concentraciones eran más importantes que las instituciones pasó hace casi 40 años. En los años 70, en efecto, la capacidad de movilización social de los líderes políticos era más significativa que las decisiones de los poderes de la Constitución. Los Kirchner son tributarios de esa herencia setentista. A Néstor Kirchner, sobre todo, nunca se le ocurre una idea mejor que sacar a la calle a organizaciones piqueteras, al lamentable clientelismo del conurbano y a las agrupaciones de derechos humanos cuando tiene un problema. La nueva democracia argentina revalorizó desde 1983 a las instituciones por encima de las movilizaciones. Los Kirchner están desandando ese saludable camino.
Desandan otros caminos, también. La relación con Gran Bretaña ha sido mucho más complicada desde la guerra inútil que forzó la dictadura en 1982. Desde Raúl Alfonsín, la democracia argentina se esforzó, en cambio, por encauzar ese centenario conflicto por las islas Malvinas en un contexto de ardua negociación diplomática. El arribo de los Kirchner al poder significó, al revés, una regresión a la cartografía discursiva y gestual de los militares.
Los británicos ocupan ilegalmente islas que están muy lejos de ellos. Pero nada habilita a que el Twitter de la Presidenta se haya convertido en una herramienta adolescente para resolver graves conflictos internacionales. Gobierno y Twitter se encendieron ayer de nacionalismo frente a maniobras militares británicas en las Malvinas. Cuando le va mal, el populismo suele despertar los peores instintos nacionalistas de los pueblos. Esas islas en el confín del Sur merecen argumentos mejores.
 
Atrapados en la caverna de Platón
Mariano Grondona para LA NACION
.Domingo 10 de octubre de 2010
¿QUE hace un místico o un pensador cuando necesitan comunicar una idea, una visión, que excede el habla común de los mortales? Apelan a la metáfora. La raíz ancestral de esta palabra, el indoeuropeo bher, quiere decir "llevar". ¿Qué función cumple, entonces, la metáfora? "Lleva" una palabra desde el valle de su significación usual, convencional, hasta la cima de su significación esencial. Cuando el hombre antiguo, aún limitado por la escasez de sus palabras corrientes, quería trascender el lenguaje habitual, apelaba por ello a la "metáfora", una palabra también en línea con el prefijo griego meta, "más allá", y por eso Aristóteles llamaba "metafísica" a lo que viene después de la física, al saber que la sobrevuela. Similar es el origen de la palabra "espíritu". ¿Cómo hizo el hombre antiguo para mencionar las realidades que desbordan a lo que vemos y tocamos todos los días, al reino tangible de lo material? Usó lo más etéreo que tenía a la mano, el viento, el aire que aspiramos y exhalamos, para transportarlo a un nivel superior. Fue así como el latín spirare, "soplar", "respirar", fue exaltado hasta significar spiritus, "espíritu". A falta de palabras que mencionaran al espíritu directamente, hubo que recurrir al puente salvador de la metáfora. Sin su auxilio, no habrían sido posibles ni la religión ni la filosofía.
A lo largo de la historia, han sido varias y diversas las metáforas que nos iluminaron. Algunas de ellas excelsas como, por ejemplo, las parábolas del Evangelio. Otras humildes, aunque cargadas de sabiduría, como las fábulas de Esopo y sus continuadores, cuya raíz etimológica es el indoeuropeo bha, "hablar", porque hacían hablar a los animales para ilustrar a los hombres. Entre la altura religiosa de las parábolas y la modesta llanura de las fábulas, los filósofos griegos y en particular el más "espiritual" de ellos, Platón, recurrieron, por su parte, a los mitos. El mito es una narración imaginaria cuyo propósito es encarnar una idea abstracta, poderosa, que, si no fuera por él, quedaría más allá del alcance del común de los mortales. La más famosa de las narraciones simbólicas de Platón es el "mito de la caverna". A más de dos mil años de distancia, ¿podría ayudarnos este mito a desentrañar la confusa situación que hoy atravesamos los argentinos?
 
La caverna...
En el mito de la caverna, Platón nos cuenta que unos infortunados prisioneros han sido encadenados a la pared de una oscura caverna que, privándolos de la luz directa del día, sólo les deja ver las sombras de los hombres libres que caminan por fuera de ella. De esta manera, los prisioneros de la caverna de Platón sólo perciben esos vagos fantasmas de la realidad exterior, que les es negada hasta que, según pasa el tiempo, y cuando ya han olvidado lo que antes, cuando también ellos eran libres, percibían, terminan por creer que la realidad, toda la realidad, sólo consiste en lo que les muestra la tenebrosa pared de su caverna. Pero un día, venturoso y desventurado a la vez, uno de los presos se libera de sus cadenas y sale afuera para descubrir con asombro la riqueza, la maravilla, del mundo exterior. Feliz, pero también generoso, el prisionero liberado desciende entonces hasta donde todavía yacen sus antiguos compañeros, para contarles lo que vio e invitarlos a que rompan sus cadenas y asciendan a la luz junto con él. Aquí estalla, sin embargo, la tragedia porque los prisioneros de la caverna no sólo no le creen a su compañero exultante, sino que, alarmados por la escandalosa revolución de la verdad que les propone, terminan matándolo.
Platón aplicaba esta dolorosa alegoría a la historia de su maestro Sócrates, a quien los atenienses descreídos, escandalizados por la cegadora visión de la verdad que les proponía, lo condenaron a beber el veneno de la cicuta, una sentencia que aquél cumplió de manera ejemplar negándose a huir como le sugerían sus amigos para someterse, pese a ellos, a la dura sanción de Atenas. De ahí que, por su noble ejercicio de la obediencia civil que concluiría en su muerte, filósofos y teólogos como, por ejemplo, Romano Guardini, hayan comparado la voluntaria inmolación de Sócrates con la del propio Jesucristo.
Uno de los enigmas que cruza hoy la realidad argentina es la relación entre los esposos Kirchner y Hebe de Bonafini. Algunos suponen, quizá con ligereza, que Bonafini no es más que un instrumento al fin de cuentas "pago" de la ilimitada ambición de poder de Néstor Kirchner. Otros, más audaces, dejan escapar a su vez la tesis contraria de que, en lugar de ser una herramienta más del matrimonio del poder, Bonafini lo usa como su propio instrumento, consciente de que si hay algo que los Kirchner ya no pueden hacer es liberarse de las cadenas ideológicas de la presidenta de Madres de Plaza de Mayo y sus seguidores, porque hacerlo los llevaría a confesar lo que ya muchos imaginan: que han usado la noble causa de los derechos humanos en su exclusivo provecho. "A confesión de parte, relevo de prueba", dice el refrán. ¿Cómo podrían confesar, entonces, los Kirchner, a esta altura de los acontecimientos, que su ampulosa campaña por los derechos humanos no ha sido más que una superchería?
..y sus prisioneros
En el curso de los aciagos años setenta, dos grupos cayeron en la caverna ideológica a la cual rehusó entrar la inmensa mayoría de los argentinos. Uno de ellos, el de los Montoneros y sus asociados, cuyas cadenas fueron, en resumidas cuentas, ideológicas: una visión sectaria de la realidad que les impidió exponerse al sol de la democracia, ya que sus crímenes continuaron incluso dentro de ella. El otro fue el de los militares que, en vez de combatir al terrorismo con las armas de la ley, terminaron por hundirse junto con sus enemigos en las sombras de otro abuso igualmente sectario: el "terrorismo de Estado". Presidentes democráticos como Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde procuraron arrojar una linterna al abismo del sectarismo hasta que en 2003, después de haberse negado por años a compartir la aventura guerrillera cuando las papas quemaban, los Kirchner entraron en escena. Su cálculo, quizá su principal error de cálculo, fue descender de golpe, cuando nada permitía anticiparlo, a la caverna ideológica cuya máxima expresión es Hebe de Bonafini. Pero una vez que bajaron a la caverna, los Kirchner ya no supieron evadirse de ella. Si Kirchner se hubiese atrevido a llamar en 2003 a los argentinos a la concordia, como habían hecho el viejo Perón y sus propios antecesores en la presidencia, nuestra historia habría sido distinta; en realidad, opuesta.
Pero no se atrevió. Una vez que los Kirchner bajaron al fondo de la caverna, terminaron atrapados dentro de ella. No es, entonces, que los Kirchner utilicen a las Madres o éstas a los Kirchner. Unas y otros se hallan consignados a la misma prisión. Por eso, Bonafini puede incitar a la violencia contra la Suprema Corte sin que los Kirchner emitan una sola palabra de desaprobación.
Se podría decir, por ello, que tanto la presidenta de las Madres como los titulares del poder comparten el mismo encierro ideológico mientras, afuera de la caverna, los argentinos han empezado a cobijarse, ya sin rencores ni complejos, bajo el sol de la democracia. Un sol aún vacilante y matinal, pero también un sol que apunta, a pesar la obstinación sectaria de unos pocos, a la reconciliación definitiva entre los argentinos, entre todos los argentinos, en un generoso abrazo que tendrá que abarcar en su despliegue tanto a los ex montoneros como a los ex militares, para cerrar de una vez las hondas, pero no incurables heridas de los años setenta


 

El empate
Por Mariano Grondona
Especial para lanacion.com .Jueves 7 de octubre de 2010
El martes último, cuando aún estaba pendiente la decisión de la Corte Suprema sobre la medida cautelar que había solicitado el Grupo Clarín contra el ya famoso artículo 161 de la ley de medios audiovisuales que obligaba a las empresas de comunicación a vender perentoriamente, y por lo tanto ruinosamente, radios y canales, los Kirchner procuraron aumentar la presión sobre el alto tribunal mediante un acto público en cuyo transcurso su vocera oficiosa, la señora Hebe de Bonafini, no sólo agravió a los jueces sino que también incitó a los presentes a tomar el Palacio de Justicia para bloquear el inminente fallo, favorable a Clarín y a los medios independientes y contrario al Gobierno, que tanto ella como sus mandantes presentían.
La decisión judicial, en verdad, ya estaba tomada, pero un solo ministro de la Corte, Eugenio Zaffaroni, había demorado su voto por varias semanas. Su indecisión tenía un carácter simbólico no desdeñable, ya que no habría sido lo mismo que la Corte contrariara al Gobierno mediante una votación dividida a que lo hiciera, como finalmente lo hizo, por una decisión unánime que terminó por resaltar la unidad del supremo tribunal.
Zaffaroni tardaba en pronunciarse porque se hallaba entre la espada de la presión de los Kirchner, cuya ideología en general comparte, y la pared de la solidaridad con los demás ministros de la Corte, que también lo inspiraba. La paradoja fue que la agresiva movilización contra los jueces que presidió Bonafini fue la pesa que inclinó la balanza contra ella y los Kirchner, a quienes terminó por salirles, en consecuencia, el tiro por la culata.
El análisis de esta contienda en particular refleja el "empate" general que hoy enerva las relaciones entre los Kirchner de un lado y el Congreso y los jueces del otro, y cuyo argumento podría resumirse diciendo que cada vez que algunas de las fuerzas en presencia procura inclinar la pugna en su favor, la otra consigue enervarla para descubrir de inmediato que, cuando ella misma toma la ofensiva, también queda bloqueada. Es como un partido de fútbol en el cual ningún equipo consigue quebrar el "cero a cero". Las iniciativas del Gobierno por desequilibrar el juego en su favor son resistidas una y otra vez en la justicia o en el Congreso. Sin embargo, cuando alguna iniciativa de la oposición prevalece en la Cámara de Diputados, es contenida por la igualdad de fuerzas que aún subsiste en el Senado.
Los teóricos definen la "guerra civil" diciendo que ella existe cuando dos Estados adversos pretenden ocupar el mismo espacio. El consuelo reside en advertir que nuestra guerra civil es, por lo menos, aún incruenta. Ello no obsta para señalar que, aunque todavía sea incruento, el "empate" entre dos fuerzas opuestas y equivalentes que hoy caracteriza a la Argentina la volverá en los hechos ingobernable hasta que el pueblo, de aquí a un año, pronuncie su palabra.


 

 Una cadena de fracasos 
Joaquín Morales Solá
LA NACION.Miércoles 6 de octubre de 2010
El Gobierno atraviesa esas etapas tristes de la política en las que no consigue nada de lo que se propone. El momento podría ser peor aún, porque todo lo que hace o intenta hacer se le vuelve en contra. Llevó a Hebe de Bonafini a un acto de fanáticos y rentados en apoyo de la ley de medios, la aupó como oradora central y ella se desbocó como todos esperaban que lo hiciera. Lo esperaba el Gobierno, en primer lugar. La Presidenta usó y abusó luego de su cuenta en Twitter para desprestigiar al máximo tribunal de Justicia, creyendo tal vez que el capricho presidencial torcería la dirección de lo que ya era inevitable. Consiguió, al revés de lo que se propuso, un fallo en contra dictado por la unanimidad de los jueces supremos.
Sucedió ayer, exactamente una semana después de que se lanzara desde el oficialismo la ofensiva más dura de los últimos 27 años contra la Corte. La decisión del tribunal ratificó una decisión de no innovar en la aplicación del artículo 161 de la ley de medios, que encierra la médula misma de esa nueva legislación sobre el universo audiovisual. Ese artículo obligaba a los medios a desprenderse apresuradamente de sus propiedades, mucho antes de que vencieran las licencias ampliadas, en tiempos menos bélicos, por el propio kirchnerismo. La decisión de la Corte de ayer no es idéntica al fracaso político de la resolución 125 en la madrugada del 17 de julio de 2008, cuando el Senado volteó las retenciones a la soja, pero se le parece demasiado.
La decisión de la Corte estaba tomada desde hacía varias semanas. Los votos de seis miembros del tribunal en contra de la petición del Gobierno se iban amontonando. Faltaba sólo la opinión de Eugenio Zaffaroni, de quien se esperaba que promoviera el único voto a favor de los Kirchner. Pero Zaffaroni no entregaba su voto y eso dilataba la decisión de la Corte. ¿Qué motivó la oportunidad y la unanimidad de la resolución? "Bonafini y Twitter", respondió, seco, un funcionario judicial que suele escuchar a los jueces supremos.
Zaffaroni habría expresado en el plenario de ayer de los máximos jueces que él pertenece a ese cuerpo, que se siente parte de él y que los últimos ataques al tribunal despertaron su solidaridad. No nombró a Bonafini, pero la aludió. No podía aceptar, sobre todo, la calumnia de Bonafini sobre el presidente del tribunal, Ricardo Lorenzetti, al que acusó falsamente de actitudes deshonestas. Zaffaroni había hecho previamente un recorrido mediático con frases más o menos amables hacia el Gobierno. Al final, se distanció del oficialismo con el arma más importante que tiene un juez en sus manos: sus propias resoluciones.
 
Inconsciente presidencial
Twitter es una especie de inconsciente presidencial puesto bajo la luz pública. Entre Cristina Kirchner y sus mensajes públicos no existen consejeros, asesores ni funcionarios que se interpongan para diferenciar la opinión personal de la Presidenta y la de la jefa del Estado, que no son la misma cosa. Hasta el lenguaje es simple, trivial y muchas veces ramplón, una mezcla de broncas y de ironías, de rabietas y de revanchas personales. Nada, en fin, que sea compatible con el estilo y los modos propios de quien está a cargo del Estado argentino.
Twitter fue utilizado por la Presidenta en los últimos días para despotricar contra la Corte, culpable según su visión de meterse en su provincia, Santa Cruz, con el caso del ex procurador Eduardo Sosa; de ordenar la extradición del ex guerrillero chileno Apablaza Guerra cuando ella se disponía a viajar a Santiago, y de prohibirle a la AFIP los embargos por deudas que no hayan pasado por la Justicia.
Si Cristina Kirchner pudiera abandonar por un instante su insistencia autorreferencial (Santa Cruz es la provincia donde ella vive y ella se disponía a viajar a Chile, subrayó en esos mensajes sin filtros), podría preguntarse qué es lo que hizo su administración para que la Corte deba frenar tantos desvaríos. Podría, por ejemplo, despedir a buena parte de su equipo jurídico y reclamarle a su esposo que imagine decisiones oficiales más ajustadas a los mandatos y a las garantías constitucionales. Podría interrogarse sobre los errores que cometió más que sobre imaginarias conspiraciones de los jueces.
La resolución de ayer de la Corte es sólo aplicable a Clarín, porque fue la empresa que interpuso el reclamo judicial de no innovar. Sin embargo, el precedente de los jueces de primera y segunda instancia, y la ratificación de ayer del máximo tribunal pueden servir como jurisprudencia para que otras empresas de medios hagan similares presentaciones. Indirectamente, esa resolución podría serles útil, por ejemplo, a Cadena 3, de Córdoba, o al español Grupo Prisa, que están obligados, como lo estaba Clarín, a desinvertir en el plazo de un año.
Cinco jueces de la Corte reclamaron ayer que el juez de primera instancia fijara un plazo para expedirse sobre la cuestión de fondo, que no es otra que la inconstitucionalidad -o no- de ese artículo. Se trata de una vieja doctrina de la Corte, que viene repitiendo en varios fallos. Esto es: las medidas cautelares deben tener un plazo prudencial para no terminar siendo, de hecho, una sentencia definitiva. En el caso de la ley de medios, la prolongación de esa decisión afectaría al Gobierno, pero también a las empresas privadas, porque éstas verían desvalorizados sus activos por la inseguridad sobre los plazos de la titularidad de las licencias.
Sensible frente a los antojos de Bonafini, la Presidenta corre el riesgo de ser sometida por Chile a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El caso Apablaza podría violar los convenios internacionales sobre acciones contra el terrorismo, de los que son signatarios Chile y la Argentina, y desnaturalizaría la figura del refugio, defendida por todos los organismos internacionales en tanto que se cumpla con los necesarios requisitos. El refugio de Apablaza no los cumple y semejante institución, la del refugio político, no podría quedar sometida al capricho de cualquier jefe de Estado. La Presidenta quiso quedar bien con Bonafini y sus alianzas, pero está quedando mal con Chile, con organismos internaciones y hasta con las instituciones americanas de derechos humanos. Nada, en efecto, le sale bien.


 

Históricas rupturas del kirchnerismo
Por Joaquín Morales Solá-Domingo 3 de octubre de 2010.
Una intuición amarga se abatió sobre Néstor Kirchner: no volverá a ser presidente. Abandonado por gran parte de los intendentes del conurbano, si no por casi todos, sepultó al mismo tiempo cualquier expectativa de seducción a los sectores medios de la sociedad. Ratificó genio y figura. ¿Se pueden ganar elecciones nacionales en la Argentina sin el Gran Buenos Aires y sin la clase media? Definitivamente, no. Aquella percepción fatídica explica, de algún modo, muchas cosas que sucedieron en los últimos días.
Explica, más que nada, la decisión de abrazarse con obsesión a los sectores y a las figuras más resistidas por la sociedad. Está escribiendo también la historia del día después, cuando esas alianzas y esos ímpetus falsamente revolucionarios servirán de pretexto para justificar el adiós. Amigos entrañables que han frecuentado en días recientes al ex presidente suelen contar tales intuiciones y mutaciones en Kirchner, a partir de escucharle palabras sueltas o frases cargadas de rencor y resentimiento. Se terminó el político que crispaba para terminar negociando, el líder con sensores especiales para establecer dónde estaba la pared con la que nunca chocaría.
Su percepción es homologada, involuntariamente, por importantes intendentes del conurbano. Nuestra opción es Duhalde o Scioli. Kirchner no figura ni figurará , dijo uno de ellos, directo y brutal. Duhalde nunca cortó con los intendentes; muchos de ellos crecieron bajo su sombra y lo siguen llamando "presidente" o "jefe".
Scioli empezó a dar vueltas con frecuencia por los municipios peronistas más distanciados del kirchnerismo. En los últimos 15 días estuvo tres veces en Malvinas Argentinas, cuyo intendente, Jesús Cariglino, integra el denominado "Grupo de los 8", el núcleo de ocho intendentes justicialistas que se apartaron del kirchnerismo. Ellos serán, dicen, los que abrirán la puerta para la fuga masiva de los barones del conurbano. El conurbano ha roto con Kirchner, pero él todavía no se ha dado cuenta , resume, irónico, uno de esos caudillos. La inseguridad golpea sobre los intendentes y sus territorios; ellos culpan del flagelo a la insoportable inacción de los Kirchner. La muerte injusta e inhumana del joven Matías Berardi, en Campana, escandalizó a un país ya con más temores que ilusiones.
Hebe de Bonafini no estuvo sola para espantar a la clase media. El acto kirchnerista en la plaza frente a los tribunales estuvo precedido por la ofensiva pública más dura que se haya hecho contra una Corte Suprema desde 1983. Una sociedad ostensiblemente asustada, visiblemente molesta, era el resultado obvio de una concentración puesta en manos de Hugo Moyano, de Luis D´Elía y de Bonafini. El argumento oficial de que el acto se desmadró, sin que ésa fuera la intención oficial, no carece de hipocresía.
¿Podía esperarse un espectáculo mejor de un evento organizado por Moyano, D´Elía y Bonafini? Pudo ser peor. La cúpula organizadora debatió previamente la conveniencia de una "toma simbólica" del palacio donde están los jueces supremos del país. Dicen que un dirigente gremial, que no es Moyano ni Julio Piumato, logró frenar esa idea loca que podía terminar en una ordalía de humo y saqueo. Importa poco si la intención final del kirchnerismo fue esa ceremonia llena de provocaciones y de coacciones. Sobresale, sí, que los jueces del máximo tribunal del país están convencidos de que ése fue el proyecto original del Gobierno.
 
Un discurso digno de Goebbels se apoderó de los voceros del poder y del poder mismo. Es ciertamente injusto decir que la actual Corte Suprema es un tribunal de la dictadura, como lanzó Bonafini. La cuestión de los derechos humanos es la única que no provocó roces entre la Corte y el Poder Ejecutivo, quizá porque existe una coincidencia casual entre ellos, pero coincidencia al fin. ¿Carmen Argibay no estuvo acaso ocho meses presa durante la dictadura, experiencia dramática que nunca atravesó el matrimonio presidencial? ¿Juan Carlos Maqueda no fue echado por los militares de un puesto insignificante en los tribunales de Córdoba? ¿Carlos Fayt no fue abogado de víctimas en su condición de presidente de lo que era entonces la Asociación de Abogados? Todas esas cosas sucedieron mientras los Kirchner no hacían nada.
Hubo disidencias ideológicas, en el mundo político y en el judicial, con la actual Corte. Nunca, sin embargo, nadie, ni sus adversarios más acérrimos, acusaron a esos jueces de corrupción como lo hizo, muy campante, Bonafini.
La marcha fue convocada, incluso, en nombre de la "vigencia de la ley de medios". La ley de medios está vigente por decisión de esta Corte, salvo un plazo estipulado en un solo artículo. Sucede que el plazo y el artículo son la columna vertebral del plan kirchnerista: sacarles una parte importante de los medios a sus actuales propietarios antes de que avance el fin del kirchnerismo. Destacados funcionarios aseguran que el Gobierno no se preocupó hasta ahora por ningún otro artículo de los muchos vigentes de la nueva ley de medios.
Pero ¿es sólo Bonafini la que insistió con su boca suelta? Más grave que sus palabras, si se las mira desde el punto de vista institucional, fueron las expresiones del jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, la segunda figura del Poder Ejecutivo, que llamó a los jueces supremos "mentirosos con oficio". Más peligroso fue también el concepto de Néstor Kirchner, cuando ninguneó las medidas cautelares de la Justicia y, sobre todo, las de la Corte. El cautelar "no innovar" de la Justicia es un recurso para preservar las garantías constitucionales de las personas cuando entrevé que ellas pueden ser dañadas. Bonafini no fue la peor, aunque sus palabras hayan sido las peores.
Todo eso sucedió por algo que aún no sucedió. ¿Qué pasará cuando la Corte Suprema de Justicia formalice su rechazo al pedido del Gobierno para que levante una medida cautelar sobre ese artículo crucial de la ley de medios? Las presiones no nos apuran ni nos retrasan; para nosotros no pasó nada , describió un juez de la Corte. No pasó nada en la formalidad, pero sí les golpeó el espíritu a jueces que han llevado la Corte a su mayor momento de prestigio desde los años 80.
Resulta difícil imaginar cómo será el país durante un año más con la carga de violencia verbal de los últimos días. Antes de la caída, Kirchner decidió ser más Kirchner que nunca. No se explica de otra manera que haya decidido darle categoría de refugiado político al ex guerrillero chileno Galvarino Apablaza, autor de un crimen y de un secuestro cuando la democracia gobernaba Chile. Tal vez Kirchner creyó que la Corte Suprema negaría la extradición de Apablaza, pero los jueces no encontraron ningún argumento para protegerlo en la Argentina de la legítima persecución judicial en su país.
Aníbal Fernández descerrajó el conflicto cuando hace poco dijo públicamente que ese caso no era responsabilidad del Gobierno, sino de la Corte. Hacía cuatro años que la Corte le preguntaba al Ejecutivo si Apablaza tenía o no estatus de refugiado político. Nunca se le contestó. Los jueces escucharon o leyeron a Fernández y en el acto se pusieron a trabajar en el dictamen que autorizó la extradición del ex guerrillero a Chile. La decisión de ahora significará en los hechos una tensión persistente e innecesaria entre los gobiernos de Buenos Aires y de Santiago.
Una consecuencia sugestiva es que la oposición argentina está tan enojada, por el caso Apablaza, como los líderes chilenos. El kirchnerismo terminó solo otra vez. El refugio político sólo se justifica cuando el país que reclama a una persona no puede garantizar un juicio justo. ¿Es eso lo que los Kirchner piensan de Chile?
Es probable que ni siquiera piensen así. La decisión política de fondo se explica, como otras decisiones recientes, en una cierta resignación: consolidar el módico núcleo duro del kirchnerismo para luchar por una causa ya perdida.
 
Con Laclau y Bonafini ya no hay "partido K" sino "secta K"
Por Mariano Grondona.Domingo 3 de octubre de 2010
El lunes último LA NACION publicó un artículo de Beatriz Sarlo titulado "Los gurúes de los Kirchner", gracias al cual es posible descifrar la ideología del matrimonio gobernante. Para desnudarla, Sarlo presentó en su artículo las ideas de esa otra pareja matrimonial que forman Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, cuya influencia sobre el matrimonio Kirchner, a estas alturas de los acontecimientos, ya resulta innegable. Los profesores Laclau y Mouffe han escrito varios libros inspirados en Carl Schmitt (1888-1985), un pensador alemán que algunos consideran "maldito" no sólo porque fue de extrema derecha sino también porque se acercó peligrosamente al nazismo en los años treinta. La tesis central de Schmitt es que la vida política, lejos de albergar el diálogo y la convivencia democrática, profundiza la relación amigo-enemigo a un punto tal que lo único que cuenta en ella es vencer si no se quiere ser vencido, es someter para no ser sometido.
Pero Laclau-Mouffe sostienen por su parte que la relación amigo-enemigo que Schmitt descubrió se puede visualizar ya no desde la derecha, como éste lo hizo, sino desde la izquierda, dando lugar de este modo a un populismo autoritario . Podría criticarse a Laclau y Mouffe porque su pensamiento no es brillante y copioso como el de Schmitt sino de escaso calado intelectual, pero el hecho es que, gracias a ellos, líderes pretendidamente mesiánicos como Hugo Chávez y los Kirchner pueden soslayar los sentimientos destructivos que en realidad los mueven para convencerse de que han emprendido un combate épico, heroico, precisamente "contra" la derecha. Para apoyar esta visión, podría acudirse aquí a otro pensador que, como Schmitt, fue originalmente de derecha pero que también podría ser interpretado en forma "reversible", en beneficio de la izquierda. Se trata del italiano Wilfredo Pareto (1848-1923), quien llamó racionalizaciones a las transmutaciones intelectuales gracias a las cuales un sentimiento negativo e inconfesable, como por ejemplo el odio, puede ser coloreado, disfrazado, mediante argumentos supuestamente científicos. Palabras más o menos, esto es a lo que Carlos Marx (1818-1883) llamaba "ideología", imputándosela al liberalismo. Lo que han logrado hacer Laclau y Mouffe, en suma, es proveer a los Kirchner de una ideología a la que éstos llaman, simplificándola con un orgullo no disimulado, "el modelo".
 
Bonafini a escena
Al revés que Laclau y Mouffe, Hebe de Bonafini no es una intelectual sino una militante. Al insultar groseramente a la Corte Suprema y al proponer la toma de los tribunales de justicia como lo hizo en el acto público del último martes, Bonafini vino a reforzar desde otro ángulo la ofensiva del populismo autoritario. Lejos de suscitar la condena del kirchnerismo oficial, empero, la diatriba de Bonafini fue acompañada con fervor por funcionarios cercanos al matrimonio del poder como Gabriel Mariotto, el presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (ex Comfer), pese a que él proclama reiteradamente su adhesión al supuesto pluralismo de la nueva ley de medios. Y fue así como de un lado y del otro, como si fuera por un movimiento de pinzas de la artillería intelectual y la infantería callejera, los representantes del populismo autoritario se han sumado al combate que animan los Kirchner en el interior de nuestra república democrática y, en resumidas cuentas, contra ella.
Al concentrar de este modo las fuerzas que le van quedando contra la oposición democrática vasta pero aún no articulada, los Kirchner ganan impulso pero a un alto precio. No debe asombrar por ello que, en los márgenes del propio kirchnerismo, algunos de sus aliados empiecen a dudar. ¿Habría que incluir entre los que ahora dudan a Daniel Scioli, cada vez menos presente en los actos públicos del kirchnerismo, a los intendentes del Gran Buenos Aires, a algunos voceros oficiales como el jefe de la bancada del Senado, Miguel Angel Pichetto, y hasta a algunos representantes de Carta Abierta? ¿Habría que sumar también a aquellos gobernadores, oficialistas o no oficialistas, que ya piensan en desdoblar las elecciones de 2011 para que en ellas el pueblo pueda votar dos veces, una en el plano nacional y otras en los planos provinciales, con el objeto de no cargar con la mochila kirchnerista? En la compleja lista de las "elecciones desdobladas" podrían figurar nada menos que Santa Fe, Córdoba, Salta, Chaco, Tucumán, Entre Ríos, Tierra del Fuego, Catamarca, Chubut, San Luis, la Capital Federal, Neuquén, Mendoza y quizás otras provincias.
 
¿"Partido" o "secta"?
Los partidos, al menos en teoría, tienden a sumar, a diluir las fronteras ideológicas para ampliar de este modo su alcance electoral. ¿Pero existe hoy, todavía, un verdadero partido kirchnerista? ¿O la campaña que están practicando los Kirchner a costa de esta concepción "partidaria" tiende a reducir a sus seguidores a una secta ? El vocablo "secta" está ligado a los verbos "segar", "cortar", "practicar secesión". El "sectario", según estas acepciones, es aquel que corta y separa a sus seguidores de los demás ciudadanos. Al obrar de este modo, el sectario gana en intensidad lo que pierde en amplitud. Como hemos visto, al exigir a sus seguidores una disciplina cada día más estricta, los Kirchner los están reduciendo a una minoría que gana en consistencia lo que pierde en convocatoria. Pero la democracia, cuyo dogma irrenunciable es el principio mayoritario que abre las puertas al poder popular, es sencillamente incompatible con el sectarismo.
Que los Kirchner caminan hacia esta anemia popular resulta evidente cuando la Presidenta, quizás el miembro más militante de la pareja, descarta de un golpe a la entera clase media por despreciar a sus "morochos", privándose así de esa mayoría sin la cual en 2011 no podría ganar. Hay quienes temen que esta visión cada vez más "sectaria" sea el anticipo de una ofensiva a cuya cabeza podrían figurar adalides de la "acción directa", como los piqueteros de Luis D´Elía y Milagros Sala y al margen de la cual podrían quedar, además, los vencedores en las recientes elecciones de la CTA, así como los jueces y los abogados que también le han dicho que no a la secta oficial.
La expresión militante confirma aquí la estrechez de miras que hoy tienta al kirchnerismo. Los Kirchner se autodefinen como "militantes". Pero esta expresión no tiene resonancias partidarias porque aquellos que "militan", en vez de hacer política se ven a sí mismos como integrantes de una "milicia" expresiva de una concepción bélica, militar, de la política. ¿Pensarán entonces los Kirchner que su lucha por retener el poder debería llevarlos, más que a sumar fuerzas en principio diversas como hacen los demás políticos, a excitar al extremo el fanatismo de sus seguidores detrás de consignas que predican, más que el amor a las huidizas mayorías propio de las democracias, la hostilidad hacia todos aquellos a los que, más que como "competidores, ven como "enemigos"? La voz "fanático" proviene de la raíz etimológica fan , que quiere decir "del templo" y consiste en proyectar "fuera" del templo las actitudes absolutas, en blanco y negro, que sólo se justifican "dentro" del templo. El fanatismo anima a la militancia. En lugar del diálogo, predica una confrontación preñada de violencia. ¿Es éste el horizonte ideológico que atrae a Laclau y a Mouffet, a Bonafini y a los Kirchner, así como sedujo a los Montoneros que el viejo Perón, hace cuarenta años, echó de la Plaza? 

 




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