Editoriales Nacionales de los ultimos meses del 2010
Oficialismo y oposición, en plan de cambios
Joaquín Morales Solá
LA NACION
.Domingo 7 de noviembre de 2010
La calma es sólo aparente. El equipo gobernante está bajo observación presidencial. El peronismo esconde, detrás de reverdecidas lealtades, una enorme expectativa ante lo nuevo. La oposición oscila entre el desbarajuste de la disidencia peronista y el desconcierto de los no peronistas. Julio Cobos está visiblemente conmovido por la campaña kirchnerista que lo tuvo como inexplicable centro de amargos eslóganes. Daniel Scioli, la figura más expectante del neokirchnerismo, se reunió absolutamente a solas con la Presidenta. Nadie sabe qué sucedió en esa hora sin testigos, ni se sabrá; ninguno de los dos se hará cargo de la infidencia. Cristina Kirchner amagó con algunas políticas más apacibles, pero al final retomó su habitual discurso duro y agresivo, el que aprendió de su maestro muerto.
Una sola persona cuenta con la confianza absoluta de la Presidenta. Es Carlos Zannini, el influyente secretario legal y técnico, el filtro obligado de la firma presidencial. Sólo Zannini era amigo personal de los dos Kirchner. El resto de los que formaban el entorno del matrimonio se dividían entre los más amigos de Néstor y los más cercanos a Cristina. La mesa chica sigue encogiéndose. Antes, además de la Presidenta y de Zannini, la integraron Néstor Kirchner y Alberto Fernández, pero éstos ya no están; nunca fueron reemplazados ni lo serán. El viejo cuarteto pertenece a un mundo irremediablemente destruido.
Sin embargo, Cristina Kirchner está hablando con algunas personas políticas que no revisten en la administración; no promete nada, no insinúa nada. Sólo pregunta y escucha. El embajador en España, Carlos Bettini, un muy viejo amigo de la Presidenta, recibió la orden de no volver a Madrid. ¿Por qué? No hay respuestas. La jefa del Estado comenzó también a enhebrar sus propios lazos con funcionarios estables de la inteligencia del Estado, diferentes de los que frecuentaban a su marido. Cristina Kirchner se vinculó con algunos miembros de la ex SIDE cuando participó de la investigación del criminal atentado a la AMIA, antes de ser presidenta.
Se inclinó un poco, es cierto, hacia la experiencia de Aníbal Fernández (que además maneja la imprescindible Policía) y hacia Florencio Randazzo, que conoce, por menesteres anteriores, el conurbano y a sus caudillos. Nadie tiene, con todo, los amplios márgenes que nunca tuvo. Vale la pena consignar un ejemplo. El titular de un ente económico autónomo fue a verlo a Julio De Vido para exponerle la información que antes le llevaba a Kirchner. Un mensaje fulminante, trasmitido por un reputado operador presidencial, lo sorprendió poco después: La información debe ir directamente a la Presidenta, sin intermediarios, le advirtió.
¿De Vido está débil, entonces? No, pero no será un superministro; sus conocimientos de la economía se limitan a lo que oyó de Néstor Kirchner. De hecho, la Presidenta les abrió las selectivas puertas de Olivos a algunos, pocos, empresarios privados y los interrogó sobre su visión de la economía. Parece no querer una sola información. ¿Los empresarios le habrán dicho la verdad que repiten en otros ámbitos? ¿O, acaso, le habrán expuesto sólo los consabidos elogios del mundo empresario? Silencio. Amado Boudou no necesita que nadie lo desestabilice; él solo, con sus escandalosas ideas sobre la inflación, apresuró, tal vez, un prematuro final del romance del Gobierno con importantes sectores sociales.
Es hora ya de que Héctor Timerman vuelva a las relaciones exteriores y deje la sobreactuación en la que cayó desde la muerte de Kirchner. ¿Qué hace el canciller en Boedo?, dicen que preguntó la Presidenta cuando se enteró de que el canciller había estado en ese barrio saltando y gritando consignas contra Cobos. No lo cuestionaba por lo de Cobos, sino porque entendía, no sin razón, que el ministro de Relaciones Exteriores debe defender su país y su gobierno en el exterior y no en la inauguración de un ateneo barrial. El canciller cosechó algunos enemigos poderosos en el gabinete.
Los peronistas disidentes descuentan que arribarán mensajeros presidenciales en los próximos días. No habrá mensajes para todos ellos. El límite es Felipe Solá, aseguran empinados funcionarios. Es probable, pero Solá está impedido de dar otro salto en la política. Sus recientes zigzags ya han provocado el estupor de sus colegas políticos.
Un proyecto está en marcha. Cristina Kirchner optará por la reelección si las cosas le salen bien. Quiere conservar a los sectores juveniles que descubrió en los funerales de su marido e intentar un reagrupamiento del peronismo. Eso podría ser una paradoja: el viejo peronismo y la juventud no cohabitaron nunca.
¿Y si las cosas se le embrollaran? Algunos dicen que ella, al revés de su marido, no luchará contra la fuerza del vendaval. Aceptará la realidad antes de que se la impongan. Otros no están tan seguros: podría, advierten, desplegar la bandera de un legado que debe ser cumplido. Sus pasos futuros estarán pautados también por la carga de la soledad; ella no es una mujer que cuente con amigas o con una agenda social propia. Su vida estuvo exclusivamente encadenada a su relación con Néstor Kirchner, a sus hijos y a la mezquina política.
Scioli es el otro candidato presidencial que tiene el peronismo. El propio gobernador guardó un llamativo silencio cuando el intendente de Berazategui, Juan José Mussi, le reclamó que renunciara públicamente a su candidatura presidencial y apoyara, ahora mismo, la de Cristina. Scioli se limitó a darle la palabra al próximo intendente. Más sugestivo que todo eso fue que el resto de los 90 intendentes presentes, con la excepción de uno o dos, no siguió el camino de Mussi. ¿Están en desacuerdo con la candidatura de Cristina? No. Sólo esperan que decanten los predecibles días de buenas encuestas y de muchas solidaridades. ¿Qué dicen? Nada. Hay una tensa expectación.
Un camino despejado la aguarda a la Presidenta en las próximas semanas. El peronismo disidente nunca tuvo un líder, pero tenía una idea: combatir a Kirchner. Ahora carece de líder y de idea. Felipe Solá fue sincero con ellos: No tenemos juventud, no tenemos militancia, no tenemos intelectuales y no tenemos liderazgo, los zamarreó a todos juntos. Duhalde, Mario Das Neves y Solá son ahí los únicos con vocación de dirigentes activos. La consecuencia: el Senado se vuelca hacia donde van las encuestas, reacciona de acuerdo con el día a día. ¿Qué senador cercano al kirchnerismo se iría ahora a una disidencia que necesita de tantas cosas? El perspicaz y decisivo Carlos Verna lo intuyó en el acto: ya se fue al bando del oficialismo antes de que lo llamen. El Senado está perdido, por ahora, por la oposición.
Otra cosa sucede en la Cámara de Diputados. El núcleo duro de la oposición (el radicalismo, el peronismo disidente, Pro y la Coalición Cívica) tienen casi siempre serias posiciones unificadas. El obstáculo ahí para la oposición lo crean la centroizquierda, que lidera "Pino" Solanas, y la perpetua indefinición de los socialistas. Sin éstos, el Gobierno está mucho más cerca de alcanzar la mayoría.
La campaña contra Cobos es injusta. Es el vicepresidente de Cristina y no de Néstor Kirchner; la muerte de éste no significó nada para la relación de Cobos con el poder. ¿Qué cosa nueva hizo Cobos para que en las manifestaciones kirchneristas se lo agraviara sin descanso? Nada. La injusticia, no obstante, no disimula la realidad. Cobos tiene y tendrá problemas con un porcentaje importante de kirchneristas, que incluso sobrevivirá al kirchnerismo en el Gobierno, y con otro porcentaje significativo de radicales que nunca le perdonaron su alianza con los Kirchner.
Cobos chocaría siempre con esos impedimentos si se propusiera un proyecto de unión nacional. Esa deducción es la que derrumbó su espíritu en los últimos días. Casualmente (o no) el nombre del senador Ernesto Sanz volvió a circular con insistencia, sobre todo entre radicales, para que se decida a competir con Ricardo Alfonsín por la candidatura presidencial. Sanz es lo mejor que tenemos ahora y no deberíamos perderlo, insisten renombrados radicales. Sanz es el único que no dice nada.
La calma es una extraña constatación, pero es sólo una apariencia. Un viejo peronista decía que nada cambiará porque nada cambió. Siguen allí Moreno, Boudou, Timerman, hasta el resucitado Ricardo Jaime y, sobre todo, la crispación. Ellos y los modos kirchneristas son los que habían empujado al Gobierno hasta el fondo de las encuestas. La propia Cristina Kirchner sacó también a pasear su carácter en los últimos días, no bien se repuso. Dura e implacable. Ni siquiera se descarta que ella avance con nuevas decisiones que afectarían la libertad de prensa. La muerte puede cambiar la vida, pero no cambia a los que viven.
A qué Kirchner honrará Cristina
Joaquín Morales Solá
LA NACION
.Miércoles 3 de noviembre de
El legado político, sobre todo cuando nada se ha escrito sobre él, queda siempre sometido a la interpretación de sus herederos. ¿Qué dice, entonces, el testamento de Néstor Kirchner que la Presidenta se comprometió a honrar? ¿Rescatará que fue el primer presidente argentino que decidió pagarle puntualmente toda la deuda al Fondo Monetario Internacional? ¿O recuperará al mandatario que reabrió los juicios por las violaciones de los derechos humanos? ¿Pondrá el acento en el líder político que se enfrentó con el campo no para cambiar el orden preexistente de las cosas, sino para sustraerles a los productores una parte sustancial de sus ganancias? ¿O el acento recaerá sobre el jefe político que procreó una aristocracia de empresarios afines, vinculada al Estado, y se respaldó en una dirigencia sindical y política históricamente más seducida por la derecha que por la izquierda?
Los primeros gestos de Cristina Kirchner, que siempre creyó en los planteos progresistas de su marido más que en los realistas, se inclinan hacia una ponderación de sus batallas épicas, desplegadas en los discursos más que nada; esas batallas son, precisamente, las que le valieron el apoyo entusiasta de un sector importante de la juventud. Los que convocarán al acto del 10 de diciembre, organizaciones sociales y de derechos humanos fundamentalmente; los amigos que rodean ahora a la jefa del Estado; la reinterpretación de Kirchner que hacen éstos, y la absoluta indiferencia a la oposición democrática, todo indica una perspectiva de cierta radicalización del kirchnerismo. Cristina Kirchner es, en ese sentido, la misma de siempre; ella tuvo en todo momento una mirada más ideológica e inquebrantable que la de su marido.
La diferencia sustancial de todos los Kirchner con Néstor es que a éste le costó construir una vida política desde la nada. Llegó muy alto y muy solo. Es cierto que la Presidenta acostumbraba, mucho antes de los últimos días aciagos, recordar con encomio algunas reflexiones políticas de su hijo Máximo. Lo hacía delante de funcionarios y de periodistas. Máximo Kirchner tiene la experiencia de haber visto de cerca cómo se administra el poder, pero no cómo se llega a él. Tenía 10 años cuando su padre ganó la intendencia de Río Gallegos por un puñado insignificante de votos, y tenía 14 años cuando Néstor Kirchner accedió a la gobernación de Santa Cruz, donde se quedó durante 12 años. Máximo tenía 26 años cuando sus padres se instalaron en la residencia presidencial de Olivos. Una vida a la sombra del poder. Sus consejos, por lo tanto, nunca podrían compararse a los que daba la experiencia existencial de su padre.
Un trazo de ese nuevo matiz político podría descubrirse en la única decisión concreta que tomó la Presidenta desde que volvió del Sur, luego de sepultar a su esposo. No le gustó la decisión de Daniel Scioli de convocar a los intendentes bonaerenses en apoyo de ella misma. "Sé lo que son los momentos más difíciles y por eso debemos respaldar a la Presidenta", había dicho Scioli, condescendiente, en La Plata. "No es el momento más difícil, sino el más doloroso de mi vida", le replicó indirectamente Cristina Kirchner. El ministro del Interior, Florencio Randazzo, fue el operador presidencial que armó de argumentos a los intendentes más fieles; éstos le aclararon a Scioli que el jefe, o la jefa en este caso, seguía residiendo en Olivos y no en La Plata.
Dos cuestiones disgustaron a Cristina Kirchner. En primer lugar, la ruptura del método que tanto le costó crear a su esposo. Consistía en que los intendentes de la provincia de Buenos Aires, la nobleza decisiva del peronismo, deben reportar directamente al jefe político nacional del justicialismo y no al gobernador. Nunca debía repetirse la experiencia de Eduardo Duhalde durante la década del 90, cuando éste se convirtió en el dueño y señor de la monumental provincia argentina.
La otra cuestión es más personal. Esa convocatoria no la hizo un dirigente de la estricta y escasa confianza de la Presidenta. Cristina Kirchner tuvo siempre una relación distante, y muchas veces fría, con Scioli. No comparte sus orígenes, lejanos a la militancia política, ni el sesgo implícito de sus ideas, mucho más centrista que los de la jefa del Estado. El estilo dialogador y consensual de Scioli tampoco es el estilo de Cristina Kirchner. ¿Cómo, entonces, un gobernador bonaerense tan distinto de ella podía presentarse en sociedad como jefe de la más poderosa estructura política del país, aunque lo haya hecho para ponerla a su servicio?
Sin embargo, los acechos de la Presidenta no se esconden detrás de esos enredos de los dioses peronistas. Su mayor riesgo está entre los colaboradores que cuentan con su confianza. Si ya fue patético verlo al canciller de la Nación saltar cantando estribillos contra el vicepresidente de la República, el ministro de Economía no se quedó atrás en las últimas horas. Hay una especie de competencia sorda entre Timerman y Boudou por el trofeo al mejor desvarío. Ayer, Boudou sostuvo suelto de cuerpo que la inflación sólo afecta a la clase media alta. Es una perversión de la lógica económica: la inflación hace estragos sobre todo en los sectores más pobres de la sociedad.
El problema del ministro de Economía es más profundo que los dislates de su inteligencia. El último informe de la Cepal indica que la Argentina descendió en 2009 al sexto puesto en el ranking de los países latinoamericanos que recibieron inversión externa directa. Está después de Brasil, México, Chile, Colombia y Perú. Tuvo sólo el 18% de la inversión que recibió Brasil y apenas una tercera parte de la que se fue para México y Chile. Los datos del primer semestre de 2010, también inscriptos en el informe de la Cepal, son iguales o peores que los de 2009. La Argentina, la tercera economía de América latina, ya venía mal, pero en estas últimas mediciones perdió el quinto puesto, en poder ahora de Perú.
En su discurso del lunes, la Presidenta diferenció claramente su lugar de esposa doliente con el papel de jefa del Estado. Hizo bien. Por más que las encuestas de una sociedad solidaria la arropen ahora, los argentinos la terminarán evaluando como gobernante y no como mujer de un hombre prematuramente muerto. Ese es el legado manifiesto y fundamental que tiene en sus manos y del que nadie habló hasta ahora.
Adios Compañero Jefe
de Alejandro Borensteim
Las despedidas son siempre duras. No le voy a venir con cuentos, Jefe. Son difíciles, y mucho más en estos casos, porque el código es el humor.
Más allá de todas las cuestiones políticas, le confieso que en estos días no he dejado de pensar en la Compañera Jefa, en Máximo y sobre todo en Florencia , con sus 19 años. Ahí está lo verdaderamente importante. Imagino que su minuto final estuvo poblado solamente por la inmensidad de sus tres amores. Lo demás es pura circunstancia. Política incluida.
Por eso prefiero hablarle en nuestro idioma: la sátira y el humor . No sabría cómo entrarle de otra manera a un tipo como usted. Para mí, el humor político siempre ha sido una buena manera de desdramatizar la realidad. Ese es el único objetivo de esta página. En eso, usted ayudó mucho más de lo que se imagina , porque reconozcamos que fue medio cabrón y que siempre le gustó tensar la cuerda. A veces, más allá de lo razonable. Por eso, cada uno de los conflictos políticos que vivimos estos años, con usted en el medio, se dramatizó mucho más de lo que se justificaba hacerlo. Y cuando las cosas se dramatizan mucho, la desdramatización garpa más y se agradece. Así es cuando el humor político funciona mejor.
Pero también es cierto que para que el humor político funcione, tiene que haber política.
Y la verdad, quien reinstaló la política en la agenda argentina fue usted . Por todas las cosas que hizo bien y por todas las que hizo mal. Se lo puedo decir así, porque siempre le hablé de frente manteca.
Desde que a mitad de los ‘90 la liviandad del menemismo vació de contenido a la política, el humor político dejó de tener sentido. ¿Cómo se le podía hacer un chiste a un ministro, si nadie sabía ni siquiera el nombre del tipo ? La convulsión de 2001 trajo otra vez la discusión política, pero sólo por un rato.
Luego llegó usted y la pava se fue calentando de a poquito nuevamente. La crisis del campo reinstaló otra vez la política como tema en la mesa de los argentinos. Y de la mano de la política, volvió el humor político. Al menos para mí.
En estos años, muchos de mis amigos contreras, desde los superprogres hasta los recontragorilas (de estos no tengo muchos, pero alguno que otro siempre hay), mil veces me han preguntado si en alguna oportunidad me llamaron de la Casa Rosada para putearme , para apretarme o algo por el estilo. Del mismo modo, mis amigos del batikirchnerismo me preguntan si el diario alguna vez me pide que diga o deje de decir tal o cual cosa.
La única verdad es que esta página la escribo en el ejercicio de la más absoluta libertad , sin que nunca nadie jamás haya tocado una coma, sugerido una idea o insinuado que debiera apoyar o atacar una posición. Cada cosa que escribo, refleja lo que tengo en mi cabeza que no será mucho, pero es todo lo que entra. Y así como sale de la computadora, es exactamente como se publica.
Del mismo modo, debo decir que jamás he recibido el menor reclamo desde la política en general, y muchísimo menos desde su gobierno o el de la Compañera Jefa.
La libertad es una conquista que hay que defender, pero que no corresponde agradecer a nadie. Sin embargo, nobleza obliga, con la historia que tenemos en la Argentina, nunca está de más reconocer cuando uno puede ejercerla a sus anchas. Aún con las turbulencias de estos tiempos. También es verdad que no todos los que opinan y escriben han tenido la misma suerte que yo . La banda escrachadora le ha restado a su proyecto mucho más de lo que le ha sumado.
Desde este espacio trato, medio en broma, medio en serio, de aportar lo mío para que las cosas vayan mejor. Ahora, esta página la hereda la Compañera Jefa. El contrato entre nosotros nunca lo firmamos, pero no hay problema. Para mí, con la palabra alcanza y sobra.
Por la guita olvídese . Délo por hecho. Por un tiempo, será invitación de la casa. Ahora, desde este lugar, habrá que bancar a la Presidenta. Dicho esto en serio. Y también en broma, tanto como para no traicionar el espíritu del vínculo.
Así es la relación entre el humor y el poder. Una suerte de toreo que exige que uno mueva la capa con la mayor precisión posible. Pero con la serenidad de saber que si los movimientos son los correctos, el poder se la tiene que bancar a como venga.
Y siento que así fue siempre con usted, Compañero Jefe .
Sé que lo supo tomar con humor y más de una vez me llegaron importantes voces oficiales de respeto, afecto y simpatía . Salvo un día en que me llegó el mensaje que usted se había chivado y que me había incluido en un honorable grupo de personalidades a los que tenía pensado “partir como un queso” , cariñosamente por supuesto. Lo tomé como un halago cuando supe quienes eran mis compañeros de fiambrería. Después volvieron las señales de paz y amor.
De verdad, lo despido con el cariño, el respeto y el reconocimiento para quien supo bancarse todo lo que me vino en gana decirle . Con absoluta libertad. Como debe ser. Eso habla muy bien de usted. Reírse de uno mismo y tener sentido del humor es una de las más rotundas pruebas de la inteligencia.
Con todas nuestras coincidencias y todas nuestras diferencias, debo decirle de corazón que fue un placer.
Lo voy a extrañar . Hasta siempre. Compañero Jefe.
Q.E.P.D por Alejandro Borenztein
Quiero aclarar que voy a escribir con las entrañas y que lo que voy a decir no es políticamente correcto. Es lo que siento y lo que alcanzo a razonar.
No voy a cambiar ahora mi punto de vista sobre NK.
Lo que pensaba el 26/10 lo sigo pensando hoy.
El tipo no me gustaba y por lo tanto sigue sin gustarme.
Que se haya muerto no agrega nada a la figura del sujeto.
Se murió, punto. Como nos vamos a morir todos.
Una muerte repentina no lo hace mejor.
No se murió Martin Luther King, ni Gandhi, ni la Madre Teresa.
Se murió un tipo que hizo de su vida política un enfrentamiento constante, que favoreció y estimuló las antinomias, que llenó de bronca, malos modos, desprecio, y falta de educación la sociedad argentina.
Se murió un tipo que se autodenominó como de la juventud revolucionaria y que en 1976 se escapó al sur ante el ruido del primer petardo, y fue amigo de los militares torturadores.
Se murió un tipo que se autoerigió como el defensor único de los derechos humanos, ignorando todo lo hecho por otros gobiernos, y al que nunca ante se le había conocido militancia social.
Se murió un tipo que cuando ardían los cuerpos de 200 personas en Cromagnon se escapó a refugiarse en su guarida sureña y que no apareció por la capital hasta tres días después.
Se murió un tipo que acrecentó su fortuna en 55 millones de dólares en dos años y que hizo desaparecer 500 millones de dólares.
Se murió un tipo que se agarró el testículo izquierdo cuando nombraron a un ex presidente en el congreso, dando muestras de su fascinante educación y que después negoció con el mismo ex presidente su voto en el senado.
Se murió un tipo que, lamentablemente, mostró lo peor de la sociedad en cuanto al respeto por el otro.
Se murió un tipo que a un porcentaje importante de la sociedad nunca respetó.
A la que siempre hostigó. Y no hablo de los que tienen guita, ellos se defienden solos. Me estoy refiriendo a los que simplemente no pensábamos como él
Se murió un tipo que nunca debatió ideas. Que su forma de ejercer la política era tirar a la banquina al que no pensaba igual.
Se murió un tipo que no respetaba, al que no compartía su opinión.
Más cuando se trata de gente que ha influido o influye en las vidas de la gente común como nosotros, como son los políticos.
No me puse a llorar cuando me enteré, pero la verdad es que tampoco me entristecí.
No me conmueve ver a su esposa al lado del féretro, ni a Hebe de Bonafini llorar.
Se murió un tipo que a mí no me gustó nunca, a pesar que en algunos o muchos casos he estado de acuerdo con lo que hacía. Pero no cómo lo hacía.
No estoy feliz, ni triste.
Nota:
Vale la franqueza y el respeto a que no todos piensan igual. Y cabe aclarar en cuanto al texto anterior que 'a pesar del título' el articulo está posteado por PABLO DOCIMO en el blog de la siguiente dirección: http://blogs.clarin.com/pablodocimo/2010/11/02/q-e-p-d-por-alejandro-borenztein-hijo-de-tato-bores/
Vale los que creen que esta muerte cambiará todo, los que sostienen que nada modifica y hasta los que fantasean con la irrealidad de esta muerte como estrategia. Cada quien tiene el derecho a opinar diferente. Aunque siempre es mejor la franqueza más dura que la hipocresia oportunista que se vio en muchos... eso, duele mucho mas que la peor de las criticas.-. ALDA
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La muerte y la resurrección de Néstor Kirchner
Por Mariano Grondona. Domingo 31 de octubre de 2010
Nestor Kirchner falleció el último miércoles en El Calafate y fue enterrado al cabo de un imponente funeral que conmovió a los argentinos durante tres días tanto en Buenos Aires como en Río Gallegos, poniendo a sus exequias en el nivel de las grandes manifestaciones populares que despidieron a Hipólito Yrigoyen, Eva Duarte de Perón, Juan Domingo Perón y Raúl Alfonsín en el pasado. Teniendo en cuenta que Kirchner, mientras vivió, fue el promotor y el receptor de grandes cuestionamientos, ¿podría decirse entonces que su imagen resucitó, sorpresivamente, al tercer día?
Desde el momento en que los argentinos, como latinos, somos emocionales, la muerte de los protagonistas nos conmueve más que a otros pueblos. En 1933, una multitud portó a pulso el féretro de Yrigoyen, desafiando al régimen conservador que lo había desplazado. En 1952, otra multitud aun más impresionante rodeó el cadáver de Evita, aunque esta vez su entierro rodeó al viudo, el general Perón, con el acompañamiento compulsivo del propio Estado en una Argentina amargamente escindida entre peronistas y antiperonistas.
Cuando Perón murió en 1974, en cambio, todos los argentinos le rindieron homenaje porque él y Balbín acababan de presidir la reconciliación entre los dos bandos en pugna. En 2009, fuera del poder como Yrigoyen pero unánimemente exaltado por los ciudadanos como el último Perón, Alfonsín nos dejó. Los grandes entierros que precedieron al de este fin de semana expresaron, por lo visto cada cual a su turno, la unión o la desunión de nuestro pueblo. ¿En cuál de estas dos categorías habría que alojar la inhumación de Néstor Kirchner?
La respuesta a esta pregunta tendría que ser mixta porque el pueblo que despidió a Kirchner pertenecía a dos clases. El fervor de una de ellas fue espontáneo, ya que no respondía a movilizaciones ni consignas planificadas. El fervor de la otra correspondió, al contrario, a la militancia kirchnerista, con sus pancartas y sus ómnibus, y también con su rencor hacia los opositores encarnados, en este caso, por el vicepresidente Cobos. Entre los manifestantes se alineó un núcleo militante compuesto por organizaciones como La Cámpora, que lidera Máximo Kirchner, y una masa de concurrentes espontáneos, en cierto modo inocentes de las directivas ideológicas.
Pero la decisión final acerca del kirchnerismo que tendremos a partir de ahora ya no corresponderá a Néstor sino a Cristina Kirchner. ¿Hacia dónde dirigirá sus pasos la Presidenta? ¿Hacia la confrontación o hacia el apaciguamiento?
De Néstor a Cristina
Las primeras señales que dio la viuda de Kirchner no fueron, en este sentido, halagüeñas.
Empezó por decidir que el funeral de su marido no se realizara en el Congreso, como es costumbre, sino en la Casa Rosada, privando así a los opositores de un escenario que podrían haber compartido con el oficialismo a pesar de que ellos estaban dispuestos a acompañarla en su dolor. El círculo de los homenajes potenciales al recién fallecido, de esta manera, se redujo drásticamente. A Cobos y a Duhalde se les aconsejó que no concurrieran a la ceremonia del adiós, mientras que ninguno de los restantes opositores que se presentaron para saludar a la Presidenta pudo ni siquiera acercarse a ella. Sólo Elisa Carrió, que estuvo ausente de la ceremonia, eludió la humillación.
Estas primeras señales, ¿son transitorias, producto de la lógica exaltación de los primeros momentos, o, al contrario, permiten prever que la sucesora de Kirchner insistirá en la agresiva estrategia que le legó su marido?
Esta pregunta es significativa porque, si bien el clima subjetivo, emocional, de estas horas, parece favorecer la confrontación en beneficio del Gobierno, un análisis objetivo de las relaciones de poder apunta en dirección contraria. Para ilustrar esta impresión podríamos acudir a la politicometría, esa rama de la ciencia política que, al igual que la "econometría" en el campo económico, procura introducir las matemáticas en el campo político. Podría sostenerse en este sentido que el poder real de Cristina Kirchner se ha dividido por tres. Mientras vivía Kirchner, el poder que acumulaban entre él y su esposa llegaba a tres unidades macropolíticas. Una, naturalmente, el poder de la propia Cristina. Otra, la acción infatigable de su esposo. La tercera, la coordinación de ambos en función de una división de tareas según la cual, en tanto Néstor "decidía", Cristina "comunicaba".
De estos tres elementos que potenciaban el poder de la pareja Néstor-Cristina, hoy sólo queda uno en pie. Es verdad que, gracias a la emoción que hoy embarga a tantos argentinos, Cristina subirá sin duda en las encuestas. ¿Pero cuánto durará este clima favorable? ¿Algunas semanas? Probablamente. ¿Un año? Difícilmente. Lo más sensato sería entonces aconsejar a la Presidenta para que, aprovechando el calor de la simpatía popular que ahora la rodea, cimiente gradualmente su menor poder mediante un diálogo constructivo con los opositores. ¿O puede olvidarse acaso que, en las elecciones del año pasado, tres de cada cuatro argentinos le dieron la espalda al kirchnerismo?
La encrucijada
El destino, o la Providencia, le está tendiendo no una sino dos manos a la Argentina. La primera es el hecho de que los famosos términos del intercambio, es decir, la relación entre el precio de nuestras exportaciones y el precio de nuestras importaciones que desde 1930 nos había desfavorecido, en la última década ha pasado a favorecernos. ¿Quién no recuerda la tesis de Prebisch sobre "el deterioro de los términos del intercambio", que perjudicaba sistemáticamente a la Argentina? Pero esta fatal ecuación económica, ahora, es inversa gracias al famoso "viento de cola".
A esta circunstancia económica acaba de sumarse una segunda circunstancia, esta vez política, que apunta hacia la consolidación de la república democrática. Es que el obstáculo que se interponía entre nosotros y la república democrática de la que ya gozan otros países latinoamericanos como Brasil, Chile, Uruguay y Colombia, era la pretensión de lograr reelecciones indefinidas que albergaban los Kirchner a través del mecanismo dinástico de la alternancia conyugal. La muerte de Néstor Kirchner ha trabado este mecanismo porque Cristina Kirchner, aun de ser reelegida en 2011, ya no tendría por delante más que otros cuatro años, según la Constitución.
Este horizonte, que anuncia desde ahora la instalación de un mecanismo republicano en nuestra presidencia, no podría alterarse sino en virtud de dos sucesos francamente improbables: uno, que Cristina lograra tanto consenso como para modificar la Constitución; la otra, que el ánimo dinástico la llevara a transferir a su hijo Máximo las esperanzas reeleccionistas de su esposo.
Como van las cosas, es probable que la heredera de Néstor Kirchner quede de aquí a un año, cuando pase el clima actual, en minoría. Pero aun de no ser así, su horizonte de poder se acortaría decisivamente entre 2011 y 2015, como manda la Constitución.
La viuda de Kirchner se halla, de este modo, en una encrucijada. Ya sin las fuerzas que tenía la pareja del poder, puede reintentar subir sola la cuesta arriba del monopolio político. Ateniéndose sobriamente a la nueva situación que ha creado la muerte de Néstor, Cristina podría recorrer, en cambio, el camino que cavaron Perón y Balbín, con la esperanza nada desdeñable de terminar su mandato a su debido tiempo, como lo hizo la chilena Michelle Bachelet para lograr, como ella, el reconocimiento universal de sus compatriotas.
Obligada a explorar otros caminos
Joaquín Morales Solá
LA NACION.Domingo 31 de octubre de
El país ha perdido al jefe de la estructura política gobernante y, en los hechos, al ministro de Economía de los últimos cinco años. Ese vacío no lo podrá llenar una militancia activa y, a veces, sectaria, ni la invocación al supuesto renacimiento de un kirchnerismo confuso e inasible. La propia solidaridad social que la Presidenta recibió y recibirá, razonablemente, en las próximas semanas no es un termómetro definitivo de la política. ¿Está dispuesta Cristina Kirchner a aceptar que la política no se rige por lo excepcional, sino por reglas más prosaicas y permanentes? O está decidida, acaso, a dejarse llevar por la mística de una épica etérea y exaltada para conducir la nación política?
El kirchnerismo resucitó con una muerte , se oyó decir cerca de la Presidenta. ¿Qué es el kirchnerismo? ¿Qué era? Era, fundamentalmente, una corriente política que respondía a la dirección de un líder duro e implacable. Sin embargo, Néstor Kirchner nunca definió el contenido de ese modelo, que lo constituía, sobre todo, un proyecto personal de poder.
Kirchner capturó las estructuras provinciales del peronismo y a sus líderes, mediante la generosidad financiera o el castigo implacable hacia los gobernadores, con la sola excepción de la provincia de Buenos Aires. Conocía demasiado bien la historia de Menem, que dependió siempre del liderazgo bonaerense de Duhalde, y decidió cambiar el método. Cooptó intendente por intendente en el rebelde y áspero conurbano, pero ni siquiera les explicó a ellos qué es lo que quería hacer con ese poder. Tampoco se lo preguntaron. Eran los gobernadores e intendentes los que arrastraban voluntades: ¿cuánto de kirchnerismo había entre esos seguidores?
Su política de derechos humanos, sus hábiles eslóganes y las batallas contra el campo y los medios que no le eran adeptos le sirvieron, sin embargo, para construir una militancia joven, pasional, como siempre, y convencida de que la revolución está a la vuelta de la esquina.
A pesar de todo, Néstor Kirchner era, en el frente y en el fondo, un peronista que sólo aspiraba a cambiar algunas políticas, no todas, instauradas por Menem en los años 90. Le interesaba más la creación de una imagen que la esencia de ella. Mírenme, no me escuchen , les decía a los periodistas que intentábamos interpretarlo. El peronismo lo reconocía suyo, como lo hizo suyo a Menem en su momento.
El kirchnerismo es, entonces, una invención de su creador, y su capacidad de supervivencia está a prueba. Hay algunas señales, malas, de ciertas innovaciones que hizo el kirchnerismo. Una de ellas (quizás la que más se notó en los días de dolor y luto) fue el paréntesis de los últimos años en la enseñanza democrática que todos los gobiernos desde 1983, con sus más y sus menos, habían hecho. Esa lección consistía en que la democracia es un sistema político de luchas, de negociaciones y de acuerdos que sólo excluye a la violencia. Kirchner nunca predicó ese evangelio; ni siquiera repudió la violencia.
La consecuencia fue predecible. Hubo en las horas de velatorio algunas ráfagas de intolerancia verbal, que se acercó peligrosamente a la agresión física, por fortuna sólo en algunos casos puntuales. Los políticos opositores fueron hostigados y algunos periodistas críticos, sobre todo Alfredo Leuco y Fernando Bravo, estuvieron a punto de ser víctimas de la agresión. Había hostilidad hacia nosotros , dijo un alto dirigente radical que llegó a estar a dos metros de la Presidenta en la capilla ardiente. La Presidenta no aceptó saludarlo.
Los opositores destacaron la afectuosa predisposición para recibirlos que tuvieron los peronistas José Pampuro, Miguel Pichetto y Agustín Rossi (los peronistas-peronistas , según los definieron). Pero la cordialidad de ellos se cortaba en seco cuando se acercaban al círculo del cristinismo puro y el comando de la ceremonia era tomado por los más cercanos a la Presidenta. Ese relato puede ser útil para describir a una jefa del Estado más segura que nunca de su potestad para decidir por sí sola la dirección del país y para reponerse sin ayuda de nadie de la muerte repentina de su esposo.
Héctor Timernan tiene un problema insoluble: no sabe distinguir cuándo un momento es oportuno y cuándo no lo es. Haber anunciado la candidatura presidencial de Cristina Kirchner, con cierta sonrisa, mientras velaban aún a Néstor Kirchner, fue un acto insensatamente prematuro y de dudoso buen gusto. ¿En nombre de quién lo hizo? No de la Presidenta, que todavía estaba estragada por el dolor. Tampoco del peronismo, que el canciller nunca frecuentó. ¿Para qué, entonces, si no representaba a nadie?
El peronismo se había fracturado entre el kirchnerismo (que tenía un líder claro e indudable) y el antikirchnerismo, carente de líder y conducido por un consorcio. En la intimidad, el peronismo venía debatiendo si esa fractura no lo condenaría a la derrota electoral frente a un radicalismo con dos líderes con buena imagen. La desaparición abrupta del líder del kirchnerismo está llevando ese debate a una conclusión. Un jefe ya no está: ¿por qué no averiguar la posibilidad de una reunificación del peronismo y buscar un candidato consensual ? Los nombres de Carlos Reutemann y de Daniel Scioli son los que más se escucharon en las últimas horas entre peronistas que se mojan en las aguas de aquí y de allá.
¿Y Cristina Kirchner? La Presidenta tiene dos perspectivas seguras: los barones del peronismo no la dejarán sola frente a la responsabilidad del gobierno (¿por qué lo harían?) y ningún presidente tiene negada de antemano la posibilidad de una reelección. Pero tendrá que ponerse a trabajar en ella. El problema de la Presidenta es que, al revés de su marido, es una peronista sólo emocional, pero distante de la estructura del peronismo. No la conoce, no le gusta y, encima, la aburre. El peronismo, por su parte, nunca la consideró una dirigente cercana.
Acostumbrada a explayar sus grandes ideas sin que nadie la interrumpa, le será difícil aprender el ejercicio del toma y daca al que obliga la práctica concreta de la política. Eso lo hacía su esposo. El suyo fue el primer gobierno que le encargó la mecánica política a una persona que estaba formalmente fuera del gobierno. La Presidenta deberá explorar ahora otras formas. Ya comprobó, en vida de su marido, que el poder no se delega; el liderazgo, tampoco.
Néstor Kirchner jamás hubiera destratado, por ejemplo, a Hugo Moyano como ella lo hizo junto al féretro de su marido. Cierta razón tenía Cristina Kirchner. En la última noche de su vida, el martes último, Néstor Kirchner debió aguantar en El Calafate una dura conversación con el líder camionero. No se sabe si la causa fue porque casi ningún kirchnerista concurrió a una reunión del peronismo bonaerense convocada por Moyano o si éste se quejó porque Kirchner no frenaba la mano del juez Claudio Bonadío, que ya lo tiene entre las cuerdas. La cercanía de los jueces preocupa a Moyano más que los desertores del peronismo.
Kirchner murió, cuentan, con la obsesión del crimen de Mariano Ferreyra. ¿Quién apretó en verdad ese gatillo?, se preguntaba sin tregua. Caviló sin descanso sobre eso durante sus últimos días en El Calafate. Imaginó que lo podía inculpar a Duhalde, pero no era Duhalde. Las fotos de sus ministros con un barrabrava acusado del homicidio lo tumbaron. ¿A quién respondía José Pedraza cuando ordenó que fuera armada una fuerza de choque? ¿Estaba detrás de él la corporación sindical? ¿Hubo una conspiración? Era posible. Pero, ¿de dónde venía? Murió sin que lo asistiera una sola respuesta.
Lo que no sabía es que Amado Boudou se quedaría sin ministro. Kirchner fue el ministro de Economía desde que se fue Roberto Lavagna, el último jefe real del Palacio de Hacienda. Los demás ministros, incluido sobre todo Boudou, eran meros secretarios de Estado; sólo aprendieron a gastar. Kirchner era el que sabía con qué plata se contaba y dónde estaba.
Hay muchas señales de alerta en la economía argentina, pero la mayoría pertenece todavía al debate académico. Hay un solo trauma que está en la certeza colectiva: la inflación, cuya riesgosa presencia es aceptada por los economistas, las amas de casa y los verduleros. No hay equipo ahora para desafiar ese peligro.
La Presidenta podría creer que la economía y la política se resuelven sólo con la promesa de un proyecto entrañable, heroico y aéreo. Sería el triunfo de la voluntad sobre la ciencia, de la inspiración sobre la inteligencia.
Un político sin herederos
Santiago Kovadloff
Para LA NACION .Jueves 28 de octubre de 2010.
NO faltarán los insensatos que celebren su desaparición. Son ciegos y no sólo insensibles. No sólo impermeables al dolor personal; impermeables, además, a las graves consecuencias políticas que esta desaparición abrupta acarrea a la República. Porque con Néstor Kirchner no murió ante todo un ex presidente, sino el político más poderoso del país. Quiera Dios, por otra parte, inspirar a la presidenta de la Nación y a quienes suelen aconsejarla para que, en sus pronunciamientos venideros, no hagan de este episodio tan penoso una fuente de espurias rentabilidades políticas. La moderación que necesitamos desde hace mucho hoy es más indispensable que nunca.
No, la muerte de Néstor Kirchner no beneficia a nadie. Obviamente, no beneficia al oficialismo. Pero tampoco favorece a la oposición. Es, definitivamente, un acontecimiento desgraciado para la democracia argentina. La magnitud de las incertidumbres que genera no puede, todavía, ser debidamente inventariada. Pero es y será, sin duda, determinante. Y su incidencia puede resultar agravada por quienes no vacilen en hacer de lo sucedido un uso demagógico. Al igual que en el caso de Juan Perón cuando falleció Eva Duarte o en el de Isabel Martínez cuando murió Juan Perón y en el más reciente de Ricardo Alfonsín cuando falleció su padre, Cristina Fernández se verá investida con los atributos con que la justificada conmiseración pública y la idealización inevitable suelen coronar a quienes, por una u otra razón, se convierten en deudos eminentes de las grandes figuras desaparecidas. Eso es comprensible. Pero también lo es la inquietud de quienes temen que esa piadosa cercanía y esa solidaridad pasen a ser instrumentadas ideológicamente por quienes suelen valerse del dolor de la gente para afianzar su poder.
La muerte de Néstor Kirchner va a acelerar la fragmentación del Frente para la Victoria. Provocará, es predecible, tensiones y enfrentamientos entre sectores que se disputarán a brazo partido la condición de cabales representantes del ex presidente difunto. Pero lo cierto es que Néstor Kirchner no deja herederos. Su liderazgo siempre fue excluyente y no inclusivo. No faltarán, sin embargo, quienes se empecinen en presentar a Cristina Fernández como su legataria. Se equivocarán. La Presidenta fue su aliada. La única persona que estuvo situada en un pie cercano a la igualdad con él. Pero él no la preparó para recibir su herencia imaginaria, sino para preservar su capital político mientras él, en un cono de sombra más que tenue, seguía ejerciendo el poder.
Néstor Kirchner jamás renunció a su liderazgo. Como otras figuras de nuestra historia, fue un dirigente solitario. Defensor avaro y feroz de su protagonismo. El verticalismo fue su norma; la transversalidad, su máscara. Por detrás de la retórica del compañerismo ejerció siempre, rudamente, una implacable hegemonía personal.
Néstor Kirchner murió en su ley. Su muerte impacta, conmociona, pero no sorprende. Fue una muerte anunciada. Jamás retrocedió ante la adversidad ni ante sus adversarios, a los que concibió únicamente como enemigos. Tampoco el riesgo de la muerte lo arredró. Hacía ya mucho que desdeñaba las advertencias de su cuerpo enfermo. Ellas eran inaceptables para él. En todo, la desmesura fue su norma. Homero supo distinguir entre la osadía y el coraje. Muchos dirán que Néstor Kirchner fue un hombre de coraje. Tal vez. Como político, lo caracterizó mejor la osadía. Los límites ofendían su omnipotencia. Sobran los ejemplos desde el año en que asumió por primera vez la gobernación de Santa Cruz hasta el aciago día de ayer, empañado para todos los argentinos por su muerte.
Quienes no coincidimos con él hubiéramos preferido que lo derrotara la democracia y no la muerte. Pero acaso no resulte exagerado afirmar que él prefirió la muerte. El desenfreno, repito, fue su rasgo distintivo. Kirchner podría haber sido un personaje elocuente de cualquier tragedia griega. Y, como en una tragedia griega, su desaparición no resuelve el conflicto, sino que viene a complejizar aún más el significado de la trama que caracteriza la difícil situación argentina.
Se esté a favor o en contra de lo que hizo y significó Néstor Kirchner, su desaparición es una desgracia que nos afecta a todos. La fragilidad institucional de la Argentina recibe, con su muerte, un golpe más y uno de los más hondos desde el retorno del país a la vida constitucional. El vacío que deja es el que generan los caudillos cuando se van. Mientras gobiernan, aspiran a serlo todo. Cuando pierden el poder y, como en este caso, la vida, ya nadie los representa. © La Nacion
Nota de Opinión - Por ALD'A
Me pareció esta nota coherente y de justa valoración, puesto que más allá de las manifestaciones de pésame que TODOS compartimos a pesar de las ideologías, la cultura argenta suele tender a idealizar a las personas cuando se las pierde, y hasta suele confundirse 'sincero apoyo a las instituciones democráticas, con uso demagógico de los sucesos'.( ¿O acaso no nos pasó hace algunos años con la muerte de Carlos Menem Junior?)... Es prudente entonces que 'el respetuoso pésame que corresponde', no se mimetice con los mensajes cargados de hipocresía y oportunismo que nunca faltan.
Néstor Kirchner fue un hombre importantísimo para la historia argentina, un líder nato e implacable, eso 'nadie' puede discutirlo, empero, no parece creíble que aquellos que nos opusimos a su estilo hoy lo veamos 'rubio, perfecto y de ojos azules tras su lamentable deceso'.
Si, es absolutamente necesario el apoyo en difíciles momentos a la Presidente por lo que ella significa 'como institución democrática', ello es indiscutible... 'Salvaguardarla' (y quizá con mayor cuidado de algunos 'peligrosos personajes' que se autoproclaman 'propios y oficialistas', que de los ajenos declarados opositores) será una mision de 'todos y todas'....No obstante, es Kirchner quien se ha ido, y aunque el mensaje de hoy de los medios aparente que fue 'el antikirchnerismo' el que se fue con su deceso, (porque ahora todos parecen 'elogiarlo, entenderlo y valorarlo, con lo cual es dificil registrar un 'anti-k confeso' en la pantalla) . Pero no es asi en la realidad. Sabido es que esto 'sólo es una tregua' y que muchos no variarán sus posturas (¿O alguien no esta pensando acaso que 'la cruel confrontación a la que nos han acostumbrado' hará que la semana o el mes próximo 'todo se ponga en duda, o 'en la lupa de la sospecha' -desde su vida... hasta su 'muerte' -? )....
En todo caso, sería más leal que los que no coincidiendo con Kirchner ,pero que le reconocíamos su 'genio político y liderazgo combativo sin parangón', prefiramos dar el respetuoso pésame simplemente , o incluso lamentar que 'aparentemente lo haya vencido la muerte y no la democracia o la justicia'..., (y cabe aqui el 'aparentemente', porque sería injusto no reconocer que su partida lo hace 'más protagonista e inolvidable para el espectro politico'; o pasar por alto 'el chasco' que se llevarán quienes le desearon una 'muerte política' , pues no se refirieron nunca ' a la física', pues ésta, hará que su luz brille más en lugar de extinguirse...lo cual lejos está de leerse como una derrota). Don Néstor era el gran protagonista vivo, y lo es después de fallecido, todos los canales de TV, las radios, los diarios y sitios online no hacen otra cosa que 'hablar de Kirchner', nadie se acordará en estos días de los niños desnutridos muertos en Misiones, ni de los tobas comiendo en los basureros de Rosario, ni de los juicios... ni siquiera de 'Marianito Ferreyra'... El Duelo Nacional y la imagen de 'un ataud presidencial lacrado' pudo eclipsar todo lo demás instantàneamente en Argentina.
...Conociendo su carácter, hasta podríamos imaginarlo desde la fantasía más recóndita diciendo desde algún paraíso terrenal invisible '¡Que te pasha Clarín... que les pasha medios opositores... al final lo logré y les gané : hoy todos me quieren y están menos nervioshos?!!!'
Don Néstor, 'genio y figura hasta la sepultura', ha marcado con su impronta al país... podemos ser 'adherentes fanàticos, u opositores', pero sería 'absolutamente necio' negarlo. Y, curiosa y paradójicamente, la imagen de un ataúd cerrado logró lo que hace tiempo no se podía: que todos los medios 'valoren y remarquen la grandeza del líder del FPV'
Desde lo personal, vaya mi franco y respetuoso pésame a quienes 'de verdad' sienten la pèrdida (muy especialmente a los grupos kirchneristas que tienen participación en marchiquita-online), y tómese mi opinión tan solo como un franco comentario que jamás pretendería ser irrespetuoso, pero que tampoco quiere adherir o mimetizarse a hipocresia oportunista alguna... Simplemente sigo el consejo dado por Kirchner a universitarios en sus visitas internacionales, cuando pidió que no se guien por lo que dicta la costumbre de ser siempre 'politicamente correctos', puesto que a veces, ser transgresor o expresarse de forma 'politicamente incorrecta' es la verdadera forma de cambiar para mejor el destino de los pueblos... A. Luvoni D'Angelo
Jamás dejó el poder
Joaquín Morales Solá
LA NACION.Jueves 28 de octubre de 2010
Podrán decirse muchas cosas de Néstor Kirchner, pero no que le faltó genio para construir un imperio político desde las ruinas. Nunca, como candidato, pudo ganar una elección nacional. Sin embargo, nunca dejó el poder desde que se encaramó en él. En 2003 le ganó Carlos Menem y en 2009 lo superó Francisco de Narváez. El kirchnerismo ganó las elecciones de 2005 y de 2007, pero él no fue candidato en ninguno de esos comicios.
El desierto del que venía lo obligó, tal vez, a una vida excepcional. Todo giraba en torno de él, bajo su presidencia o cuando la jefatura del Estado la ejercía su esposa. Su estilo de gobierno convertía a los ministros en meros conserjes sin decisión propia. Desde que se aferró al poder, fue, al mismo tiempo, gobernador de cualquier provincia, intendente de cualquier municipio del conurbano, ministro de Economía, jefe de los servicios de inteligencia, ministro de Obras y de Defensa, canciller y productor de los programas televisivos que lo adulaban. "Así, enloquecerá la administración o terminará con su vida", colegía uno de los ministros que a los que echó pocos años después de llegar al gobierno.
Fue, también, más que eso. Hasta marzo de este año, cuando cambió la relación de fuerzas parlamentaria, ejerció de hecho la titularidad del Poder Ejecutivo y del Legislativo, fue el jefe fáctico de los bloques oficialistas y titular de las dos cámaras del Congreso. De alguna manera, se hizo al mismo tiempo de la dirección de una porción no menor del Poder Judicial, con la excepción de la Corte Suprema. Siempre cargaba bajo el brazo una carpeta con la información última sobre la marcha del Estado; esos datos no eran a veces certeros y, muchas veces, sobresalían más por el error que por el acierto. Su objetivo no era la verdad, sino colocarla a ésta en la dirección en que estaba su sillón.
"Quiero dejar la presidencia, caminar por la calle y que la gente me salude con un «buen día, doctor»", solía decir cuando conversaba con frecuencia con periodistas que lo criticaban. Entonces era presidente. Cerraba ese diálogo y abría otro con sus habituales lugartenientes. "Mátenlo", les ordenaba de inmediato; les pedía, así, que incendiaran en público a algún adversario o a algún kirchnerista desleal para sus duros conceptos de la fidelidad. Nunca podrá saberse si aquel era un combate entre el deseo y el carácter, en el que siempre perdía el anhelo, o si el deseo era sólo una expresión fingida ante los oídos de un interlocutor diferente.
"Mátenlo", era una palabra que usaba frecuentemente para ordenar los castigos públicos. La política es cruel y las prácticas políticas son crueles. Kirchner era un exponente cabal de esa estirpe. Los amigos se convertían en enemigos con la rapidez fulminante de un rayo. Nada les debía a sus ex colaboradores, que habían dejado en el camino partes importantes de su vida para servirlo. Sus afectos estaban reducidos al pequeño núcleo de su familia, a la que realmente quiso con devoción, más allá de las muchas discusiones y discordias con su esposa. "La familia es lo único que la política no destruye", repetía.
Sabía aprovechar con maestría la debilidad del otro para caerle con la fuerza de un martillo. El caso más emblemático es el de George W. Bush. Conoció a Bush cuando era un líder muy popular en su país, insistió con que quería acercarse a él, lo visitó en la Casa Blanca y lo tranquilizó diciéndole que era no izquierdista, sino peronista. Ese romance duró hasta la cumbre de Mar del Plata en 2005, cuando Kirchner vapuleó imprevistamente a un Bush pasmado por la sorpresa. ¿Qué había pasado? La fatídica guerra de Irak había convertido en jirones la popularidad del líder norteamericano.
"No es popular estar cerca de él en estos momentos", explicó luego con el pragmatismo desenfadado del que hacía gala. La popularidad del otro era el índice de su simpatía. Por eso, nunca rompió con el colombiano Alvaro Uribe, de quien, además, solía hablar bien. Uribe se fue del gobierno con el 75% de aceptación. Todo eso ocurrió en un tiempo en el que Kirchner pintó el país del color de la Patagonia: el mundo fue siempre lejano e impenetrable para él.
Ambivalente, como un príncipe del oportunismo, Kirchner nunca terminó de comprender al conjunto de la sociedad argentina. Nunca recibía a nadie cuando andaba en sus tiempos de broncas desmedidas. Sin embargo, era un anfitrión cordial y conversador, un político clásico, cuando ingresaba en los períodos de conciliación. Eso sí: la información que le trasladaba a un periodista, por ejemplo, no siempre era confiable. Edificaba un océano con una gota de agua que pudiera afectar a un adversario. Y contaba con una buena despensa de información confidencial.
Una vez habló por teléfono con la periodista Magdalena Ruíz Guiñazú para pedirle disculpas porque había borrado la legendaria Conadep de un discurso suyo. Magdalena, sincera y frontal, le reprochó que se dejara llevar por la versión del pasado que le daba Hebe de Bonafini. "Es muy sectaria, pero yo la tengo cerca sólo para contenerla", le respondió el entonces presidente. Flotaba entre una orilla y otra durante su mandato. Luego se quedó definitivamente con Bonafini, con D?Elía, Moyano y Kunkel. Esas alianzas demostraron, más que cualquier cosa, no sólo su talante, sino su desconocimiento de la sensibilidad de la sociedad argentina. Esas figuras integran la lista de las personas más rechazas por una inmensa mayoría social.
El pasado
Compartía con ellos cierto gusto por la arbitrariedad. Al inventarse un pasado personal, debió también acomodar un presente que tampoco era suyo. Convirtió la revisión del pasado en un tema omnipresente, en una divisoria de aguas, en una herramienta para la construcción de su política cotidiana. Ese era un tema que reunía las condiciones épicas que más le agradaban. No le importaba si tenía que mezclar historias artificiales con personajes imaginarios. Hace algunos años, cuando él era presidente, luego de una de las muchísimas veces que vapuleó a este periodista en la fogata de sus atriles, nos reunimos para tomar un café en la Casa de Gobierno. Se produjo este diálogo que lo pinta de cuerpo entero.
-Usted sabe que lo que me imputó es absolutamente falso ?le dije.
-Sí. Pero usted quiere que otro presidente ocupe este despacho ?me respondió.
-¿No cree que estamos hablando de dos cosas distintas? ?le pregunté.
-No ?me contestó, y pasó de inmediato a hablar de otro tema.
Otro Kirchner, más implacable y menos amigable, apareció después de la crisis con el campo y del fracaso electoral de 2009. El Kirchner del primer período era más componedor y moderado. Pero no aceptó ninguna de las dos derrotas. Era un político que no había conocido la derrota y decidió, con envidiable voluntarismo, que no la conocería. Los culpables no eran sus políticas erradas o los argentinos que votaron por opositores, sino los medios independientes que se habían volcado hacia sus adversarios sociales y políticos. Emprendió una batalla para él decisiva contra esos medios y contra los periodistas independientes. No se tomó un día de descanso en esa guerra, como él mismo la llamaba, ni concedió tregua alguna. En esos menesteres bélicos lo encontró el estupor de la muerte.
Fue un presidente y un líder político que conocía los manuales básicos de la economía. Era una condición excepcional desde Arturo Frondizi. Sabía, en algún lugar secreto de su inconsciente, que la inflación y el crecimiento pueden coexistir durante un tiempo, pero no todo el tiempo. Sabía algo peor: ninguna receta antiinflacionaria carece de algunas medidas impopulares. No quería tomarlas. Su popularidad y la de su esposa no pasaban por un buen momento como para correr esos riesgos. Esa lucha entre el conocimiento y la conveniencia lo maltrató durante sus meses cercanos.
Tenía últimamente, dicen los que lo oían, una desilusionada percepción de las cosas, que jamás la llevaba a las palabras. Empezó a zigzaguear con un objetivo claro: él y su esposa nunca serían derrotados por el voto. Debía, por lo tanto, comenzar la escritura del día después, la de una epopeya culminada abruptamente por la maquinación de la "corporación mediática", por el sector rural, por el empresariado y por todo lo que expresara un pensamiento distinto del suyo. Todo eso ya era, no obstante, una fascinante reliquia de un mundo abolido.
Cinco días antes de su muerte, en la noche avanzada del viernes, su encuestador histórico y más eficiente, llamó desesperado a un importante dirigente filokirchnerista. Acababa de concluir una encuesta nacional (el trabajo de campo se hizo antes del crimen de Mariano Ferreyra) y él había hecho un ejercicio: duplicó la intención de votos de los Kirchner en el interior de Buenos Aires, en la Capital, en Santa Fe y en Córdoba. Aun con tanta fantasía, el resultado no superaba el tercio de los votos nacionales que el kirchnerismo sacó en las elecciones de 2009. "Esto está terminado", concluyó el encuestador. ¿Hay alguna posibilidad de cambiar el curso de las cosas?, averiguó el interlocutor. "Ninguna, hermano. Esto está terminado", repitió el conocido analista.
Una vida sin poder no era vida para Néstor Kirchner. Por eso, quizás, su vida y su poder se apagaron dramáticamente enlazados. El final del poder era, para Kirchner, el final de la vida. O de una forma de vivir tal como él la concibió.
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